Laberinto
Heriberto Yépez
Llegamos al fin de 1984, la novela de George
Orwell sobre la sociedad de control. Orwell buscaba denunciar la autoridad, la
división de clases y ese oxímoron oxidado: el “futuro humano”.
Como todo escritor, Orwell no logró mucho. Pero retrató el lavado de cerebro que todos los hombres compartimos, sin excepción.
No vio el futuro. 1984 fue publicada en 1949. Orwell describía —llevándolo al límite— lo que el mundo ya había vivido durante milenios.
Su novela es una distopía, apocalipsis sin Dios, aunque con un personaje mesiánico, acosado por el sistema del Gran Hermano.
Tanto 1984 como Animal Farm narran, con una trama y personajes tan esquemáticos como memorables, un orbe policiaco y un informe de la manipulación y el adoctrinamiento global.
Ahí todo tiene el nombre contrario a su función real. La guerra es la paz; la ignorancia es la fuerza. Cualquier semejanza con México o Estados Unidos son meras reincidencias.
Burocracia, vigilancia, tecnología, medios, propaganda, obediencia, violencia e irrealidad son las claves de 1984.
Winston Smith —el protagonista que intenta resistir al Estado policiaco— busca un hueco en el sistema. Pero el sistema lo caza.
Como otros jóvenes, junto a 1984 leí a Huxley, Marx, Debord, Philip K. Dick, Baudrillard y Sci–Fi que encontraba aquí y allá. Hoy no creo en las teorías de un dominio espectacular. No hay necesidad de lo totalitario para tener control total.
Cuando el Challenger explotó y la humanidad lloró la destrucción del transbordador que era símbolo de la Guerra Fría y el gobierno norteamericano, llegamos a 1984.
Pero ya llegamos a la época que millones de personas (o perfiles) informan en las redes sociales qué piensan, sienten, quieren y hacen las 24 horas del día de su reality life.
Facebook es trabajar, por el puro gusto de hacerlo, para el FBI.
Como reza una reciente y linda portada de
Vanidades (México): “La CIA inspira a Hollywood”.
Internet, los teléfonos y todo tipo de cámaras nos vigilan. Los norteamericanos espían gracias a Yahoo, Google, Microsoft, etcétera. Todo es almacenado. E–mails, chats, posts. Todas las computadoras son accesibles.
No necesitamos a Julian Assange o Edward Snowden para saberlo. El propio Obama lo admitió. El Gran Hermano nos vigila. Esto no es noticia o teoría de la conspiración. Desde hace poco, ya es información oficial del propio gobierno de Estados Unidos.
Lo crucial no es que ya funcione abiertamente sino que ya se consolidó la nueva actitud ante el Gran Hermano, como lo prueba el uso fervoroso que hacemos de cada uno de nuestros gadgets.
Antes era una figura paranoica, un monstruo
espectral, hoy, en cambio, la vida de cualquier ser humano ya puede resumirse
con aquel epitafio con que termina 1984: “Amaba al Gran Hermano”.
Internet, los teléfonos y todo tipo de cámaras nos vigilan. Los norteamericanos espían gracias a Yahoo, Google, Microsoft, etcétera. Todo es almacenado. E–mails, chats, posts. Todas las computadoras son accesibles.
No necesitamos a Julian Assange o Edward Snowden para saberlo. El propio Obama lo admitió. El Gran Hermano nos vigila. Esto no es noticia o teoría de la conspiración. Desde hace poco, ya es información oficial del propio gobierno de Estados Unidos.
Lo crucial no es que ya funcione abiertamente sino que ya se consolidó la nueva actitud ante el Gran Hermano, como lo prueba el uso fervoroso que hacemos de cada uno de nuestros gadgets.
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