Jornada Semanal
José Angel Leyva
Bajo el calor intenso de
Ciudad Juárez, Lêdo Ivo aseguraba que “La nieve y el amor” era su
último poema. No conocí a Lêda, su compañera; al escucharlo pensaba en
las fotos donde aparecían exultantes: Lêdo y Lêda. Él quería leer el
poema esa noche de septiembre de 2009, y por alguna razón que sólo él
supo, me pidió que le ayudara a traducirlo al español. Acepté la
complicidad vencido por la sonrisa traviesa de sus ochenta y cinco años
de edad. Jorge Lobillo, uno de sus primeros traductores en México –el
primero fue Carlos Montemayor en 1980, con La imaginaria ventana abierta–, afirma que han aparecido otros poemas inéditos de Lêdo en España; el autor sostuvo siempre que ese fue su poema final.
No recuerdo con certeza el año que conocí a Lêdo. La dedicatoria de su Poesía completa
tiene fecha de 2005; ya antes nos habíamos encontrado en Bogotá y
seguiríamos coincidiendo cada año en algún lugar de Hispanoamérica,
donde él sería más conocido y publicado que en su propio país, donde
era miembro de la Academia Brasileira de la Lengua. No presumía de
humildad ni de reconocimiento, no exigía reflectores ni los rechazaba,
tampoco pedía condiciones especiales por su rango o por su edad.
Solía leer los mismos poemas efectistas: “Las
viejitas de chicago”, “El ratón de sacristía”, “Los murciélagos”, “Los
pobres en la estación”. Su humor, su carácter empático y su apariencia
lo hacían encantador, cómodo, entrañable. En Lima, una hermosa actriz
colombiana cada vez que lo veía con su traje azul oscuro y sus tenis de
adolescente, se le acercaba y le decía: “Yo a usted lo empaco y me lo
llevo.”
El crítico Assis Brasil nos aleja de esas anecdóticas situaciones del poeta para colocarnos en la Perspectiva poética de Lêdo, como lo hace Iván Junqueira en el Estudio Introductorio de las Obras completas
(más de mil páginas), cuando advierte que emerge de una generación
inmediata al modernismo brasileño, con otros grandes como Ferreira
Gullar y João Cabral de Melo Neto. Assis nos conduce por su biografía
crítica desde el convencimiento de una obra que se despliega por la
transgresión y la modernidad, sin perder su preocupación por la realidad
y la libertad creativa de la lengua, del lenguaje. Junqueira, por su
lado, afirma que el vasto aparato discursivo de Ivo en la poesía sólo
puede ser producto de un amplio registro escritural y de una erudición
volcada en sus ensayos, en sus novelas y en sus traducciones del
francés. No obstante, califica a Lêdo de poeta esencialmente elegíaco.
De hecho, uno de los libros favoritos de éste era precisamente Réquiem.
La melancolía de sus versos suele acompañarse de una particular ironía,
algunas veces mal interpretada. Su famoso poema de "Los pobres de la
estación", me consta, causó la ira de personas que no supieron
interpretar ese sarcasmo; suponían que era una mofa clasista. En mayo
de 2012, Antonio Cisneros, en su Lima natal, reivindicó el texto y
ambos lo leyeron en portugués y español, respectivamente, entre las
risas y los aplausos de un público multitudinario que Cisneros calificó
de pobres, pero no de humor. Cómo imaginar que esa lectura era ya la
despedida. Meses más tarde nos sorprenderían y dolerían sus muertes.
Lêdo me contaba aquella mañana en Ciudad Juárez,
mientras traducíamos el poema, que su madre era una indígena nordestina
y que él recordaba su infancia como la verdadera patria, en la
atmósfera del Maceió de su niñez, en el suelo blando y pegajoso, en el
olor de la pobreza y la herrumbre del astillero abandonado, en la
disentería y el aleteo de los murciélagos. Sí, esas mismas imágenes de
su poema “Mi patria”, que no se reconocen en la lengua portuguesa, sino
en los primeros años de su vida. Me quedaba claro por qué esa nostalgia
de geografías ajenas, de visiones, de la nieve, del saco roto de Fiodor
Dostoievsky en el despertar de la imaginación y la lectura; luego, tras
muchos viajes y ausencias, llegar a conclusiones sencillas: “Es
necesario tener un oído muy fino/ para oír la música de la nieve
cayendo, casi en silencio/ como el roce de ala de un ángel –en el
supuesto de que los ángeles existan–/ o el estertor de un pájaro./ No se
debe esperar la nieve como se aguarda el amor./ Son cosas diferentes.
Basta abrir los ojos para ver la nieve/ caer en el campo desolado. Y
ella cae sobre nosotros,/ la nieve blanca y fría que no quema como el
fuego del amor”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario