Laberinto
Claudia Hernández de Valle–Arizpe
La
Antología
general de Rubén Bonifaz Nuño, publicada en México por la UNAM y Gato Negro Ediciones
en noviembre de 2009, pero presentada apenas hace un año en la FIL de Minería, es una
de las publicaciones más recientes de la obra del poeta, acertada y deleitable,
comenzando por su diseño editorial. Se trata de cuatro libros que vienen dentro
de una caja que parece guardarlos como un tesoro.
¿Por dónde empezar? ¿Cómo leer esta
antología del humanista veracruzano, nacido en Córdoba en 1923, y fallecido el
pasado 31 de enero en la Ciudad
de México? El orden de los factores no altera el resultado fincado en el
asombro, sin embargo, iniciar con la lectura de los ensayos, seguida por la de
las versiones y luego por la poesía, puede resultar muy interesante debido a los
vasos comunicantes que el lector establecerá. Leer primero el “Discurso de
ingreso a la
Academia Mexicana” (1963), la “Conferencia de ingreso al
Colegio Nacional” (1972) —dos documentos imprescindibles para entender sus
ideas y preocupaciones sociales y estéticas— así como la ya célebre entrevista
concedida a Marco Antonio Campos con la que cierra este volumen de ensayos,
aportará gratificaciones especiales. ¿Cuáles? Por ejemplo, la de constatar que las
convicciones de RBN sobre el arte de los antiguos mexicanos —polémicas e
innovadoras por demás— o su estudio sobre la muerte, la guerra y la amistad en
las culturas latina y náhuatl afloren de otra manera en los poemas, pero
iguales en su esencia, en su importancia enorme para entender mejor quiénes
somos los mexicanos, de dónde venimos, y ¿por qué no?, hacia dónde vamos. Lo de
los vasos comunicantes aplica también a las confesiones del poeta sobre su
preferencia por un metro determinado; al cuándo y de qué manera escribió un
libro, a los fantasmas que son reales porque cree en ellos, o a su idea del amor
como “la única manera de acercarse al misterio”. En la entrevista con Campos
confiesa lo que piensa de la mujer, nombra a los poetas que más lo han influido,
subraya su amor por la ciudad, pondera la memoria, y con todo ese material en
el que se nos revela Rubén Bonifaz, el hombre, nosotros, sus lectores, nos enfrentarnos
a su obra poética menos despojados y con la posibilidad de transitar por varios
niveles de lectura: saber que esa piedra y esa energía que se renueva siempre
es la mal llamada Coatlicue; que la memoria no es sólo memoria sino “y la
memoria/ tenaz dentro de ti, como una fuente/ con el destino de sonar a
oscuras”. (Tres poemas de antes). Que la mazorca, la muchedumbre
de algo, el grupo, en los poemas de la amistad se inscriben, sobre todo, en la
tradición prehispánica.
Leer antes que la poesía, en el volumen Versiones,
los fragmentos de obras de autores griegos y latinos traducidos por RBN, permite
identificar después en, por ejemplo, Albur de amor,
algunos símbolos de la Antigua
Grecia y de la
Grecia clásica; el cultivo de un ritmo que busca reproducir
una sonoridad particular, o la valoración de la mujer en la Antigua Roma, siempre
en conjunción, eso sí, con el mundo prehispánico, la religión católica, la
alquimia, el México del siglo XX y la música popular, amalgama que evidencia su
extraordinaria vocación sincrética.
Además, leer dichas traducciones supone
asomarse a una gran diversidad de temas y estilos; pasar de la misoginia en el Monólogo
de Hipólito de Eurípides, a las posibles causas de rayos y truenos que
enumera con gracia Lucrecio; descender de la mano de Virgilio al infierno, a
algunos de los versos más obscenos de Horacio o a los consejos que Ovidio da a
mujeres y hombres en El arte de amar y que tienen una sorprendente
vigencia. Los leemos, asimismo, conscientes de que el poeta, al cultivar la
traducción más apegada a la forma original, trabajó con iguales dosis de
pasión, cautela y rigor.
La
Antología
general es el resultado magnífico del trabajo de
jóvenes editores y diseñadores. Son jóvenes también quienes hicieron la
selección de textos: Sol Aréchiga, Yael Weiss, Pável Granados, César Arenas y
Víctor Mantilla. Vale la pena hacer hincapié en lo de la juventud,
porque resulta estimulante y digno de celebrarse que Rubén Bonifaz Nuño sea
leído cada vez más por lo jóvenes. No puede pasar desapercibido el hecho de que
éstos muestren un vivo interés por una obra que es atemporal y ejemplar. El
poeta supo conciliar como nadie lo aparentemente distante o hasta irreconciliable
de tradiciones que nos han enseñado a ver separadas, ajenas unas de otras, y
nos mostró que la interpretación de los textos, a partir
del conocimiento, ofrece recompensas insospechadas. Humanista, Bonifaz nos
recuerda, entre otras muchas cosas, que la paciencia es virtud, que la
sabiduría es producto del estudio de toda una vida, que la gracia de lo pequeño
impone tanto como lo monumental, y que la capacidad de observar no radica
solamente en los ojos.
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