Suplemento Laberinto
La mayor poeta que tiene México es Sor Juana, monja y lesbiana.
Juana Inés de la Cruz versó su amor, que algunos prefieren llamar platónico y otros sáfico, con tal de no decir directamente amor lésbico, Eros entre mujeres, que se gozan y excitan una a otra y se aman con corazón y mente.
La mujer de la que Sor Juana se enamoró fue María Luisa Manrique de Lara, la hermosa condesa de Paredes.
El tema de la vida sexual de Sor Juana sigue molestando porque vivimos en un país machista, es decir, temeroso de sí mismo y de los otros, herido de intolerancia.
Octavio Paz en su Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe anota que la condesa “estaba casada con un marido mediocre y, a juzgar por el retrato que conocemos, más bien enteco e insignificante”. Su matrimonio era una fachada triste.
Sor Juana, en cambio, era profunda, inteligente, desafiante, en suma, atractiva.
“Ni la vida religiosa ni la matrimonial, ni la liturgia conventual ni las ceremonias palaciegas, ofrecían a Juana Inés y a María Luisa satisfacciones emocionales o sentimentales”, dice Paz, que describe el modo en que la monja y la condesa se amaban en secreto para no despertar la rabia de la Iglesia Católica de la Nueva España.
El propio Paz es tímido en su comentario. Pareciera tener miedo de hablarlo abiertamente. Esquiva palabras. Digrede abstracciones filosáficas, perdón, filosóficas.
Aunque la sabe lesbiana, la vuelve asexuada. Paz también aprisionó a Sor Juana.
Cuando ha sido desafiante, la literatura mexicana —el contrario del futbol o la economía— ha sido de primer mundo. Esa literatura mexicana, estimados lectores, la hicieron, en buena medida, personas no heterosexuales, como Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta o Salvador Novo.
Sor Juana, por otro lado, no fue la única poeta que pasó por convento y era diversa.
También la poeta mística Concha Urquiza ejerció su derecho a vivir el erotismo a su gusto.
“Al olor de tus huertos atraída”, escribe Urquiza, “del vino de tus pechos embriagada” en 1937.
La exitosa novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño se basa en Urquiza para el personaje de Cesárea Tinajero, como ya lo hacía Arqueles Vela.
Los personajes del libro tampoco pudieron dar con ella. Eran misóginos. En el fondo, sólo querían imaginar a la Mujer Eterna para despreciar a la mujer concreta.
Los detectives es otro intento fallido de entender el gran secreto de la cultura mexicana: sus protagonistas han sido otros y otras.
Los detectives salvajes son otra versión más de los Niños Héroes, los muchachitos machitos, los muy hombrecititos.
Si Sor Juana y la condesa de Paredes viviesen hoy, los detectives salvajes de la PGR buscarían negarles el
derecho a casarse.
Hoy, de nuevo, Concha Urquiza huiría lejos del machismo hueco.
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