sábado, 6 de febrero de 2010

Lecciones de periodismo

06-02- 2010
Suplemento Laberinto
Víctor Núñez Jaime

Gabriel García Márquez recibió la noticia de la muerte de Tomás Eloy Martínez en Cartagena de Indias, Colombia, en donde decenas de escritores se reunieron para hablar de literatura en el Hay Festival. “Era un buen cuate. Un periodista formidable, el mejor de todos nosotros. Sabemos que existe la muerte, conocemos por donde viene; ella se empeña en tumbarnos, pero yo me sigo rebelando ante ese fantasma que viene, escoge a un hombre y lo mata”, le confió la noche del pasado domingo 31 de enero al escritor Juan Cruz.

En noviembre de 1994, García Márquez invitó a Tomás Eloy Martínez a participar en el proyecto de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Martínez, uno de los grandes maestros del oficio, se integró pronto al modelo pedagógico de la Fundación: hacer talleres en el que un grupo de jóvenes periodistas intercambiaran experiencias con los veteranos, como se hacía antes en las redacciones, en los cafés, en las cantinas.

Tomás Eloy había comenzado a escribir en la adolescencia en La Gaceta de Tucumán, la ciudad donde nació. Ahí aprendió a dominar el lenguaje periodístico con ética y responsabilidad. Pero le pareció que entonces “la imaginación estaba prohibida” y prefirió abrazar el llamado Nuevo Periodismo (mucho antes de que se le pusiera esa etiqueta en Estados Unidos): “Yo aprendí periodismo dándome cuenta de que narrar una sola realidad era empobrecedor, que la realidad no era una, sino muchas, y que la verdad cambiaba de mirada a mirada y de lector a lector. Intenté salir pronto de un lenguaje apresado en la pirámide invertida y las cinco w y abracé el periodismo que representaba, por ejemplo, Hiroshima, de John Hersey, un reportero que llegó a esa ciudad pocos días después del bombardeo y que te metía realmente allí”. Y, desde entonces, transmitió un “eco informativo” diferente al que el público estaba acostumbrado. En la década de los 70 lo amenazó la organización terrorista argentina Triple A y se exilió en Caracas, Venezuela, donde fundó El Diario. Más tarde, en 1991, creó Siglo XXI en Guadalajara, Jalisco. Y luego el suplemento “Primer Plano” de Página 12 en Buenos Aires. Posteriormente tuvo un papel central en la FNPI y comenzó a compartir su experiencia y conocimientos con las nuevas generaciones de periodistas.

Al año siguiente presentó su ponencia Periodismo y narración: desafíos para el siglo XXI en la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa. Ahí recordó las claves para presentarle historias a los lectores que ya han visto y escuchado las noticias en los medios electrónicos. “El problema se resuelve a través de la narración. (…) Cuando leemos que hubo cien mil víctimas en un maremoto de Bangladesh, el dato nos asombra pero no nos conmueve. Si leyéramos, en cambio, la tragedia de una mujer que ha quedado sola en el mundo después del maremoto y siguiéramos paso a paso la historia de sus pérdidas, sabríamos todo lo que hay que saber sobre ese maremoto y todo lo que hay que saber sobre el azar y sobre las desgracias involuntarias y repentinas. (…) Cuando un diario se vende menos no es porque la televisión o internet le han ganado de mano, sino porque el modo como los diarios dan la noticia es menos atractivo”.

En agosto de 2004 una veintena de jóvenes reporteros se reunió con él en Santiago de Chile para descubrir las posibilidades narrativas del periodismo. Les recalcó que sólo contando historias los medios escritos podrán conservar su público y atraer más. Que el hallazgo de un caso particular puede ejemplificar una situación general. Pero también que, a la hora de contar, “el punto de vista es muy importante. Por ejemplo: puedes contar el derrumbe de las Torres Gemelas desde la perspectiva de la tragedia de los 3 mil muertos, y de la violación al imperio americano. O puedes contarlo como lo hizo Susan Sontag: desde el heroísmo de los suicidas musulmanes que tienen el coraje para meterse en un avión norteamericano y atentar contra el imperio en defensa de sus ideas. Dos modos de ver una misma realidad: de un lado o del otro de la historia. Pero, aparentemente, los dos son objetivos para algunos”.

Además de algunos talleres, dirigió la colección de libros que la FNPI publica en alianza con el Fondo de Cultura Económica. Se trata de una colección de enseñanzas de periodismo de profesionales como Daniel Santoro o Javier Darío Restrepo. El primero fue de Ryszard Kapuscinski y el más reciente de Miguel Ángel Bastenier. “Son libros —dijo— al alcance de los periodistas y de los lectores interesados en la compleja trama de talento, riesgo, investigación y conciencia que se mueve detrás de la escritura de la noticia más simple”.

Tomás Eloy Martínez hacía periodismo con los recursos de la literatura y literatura con los recursos del periodismo. Jamás concibió alguno de sus textos sin investigación y narración. Hacía novelas, crónicas y reportajes con la misma libertad narrativa. En las primeras creaba otras realidades, pero jamás en los segundos. Porque, aclaraba, “el periodista tiene la obligación de ser fiel a la verdad, a los lectores y a sí mismo. El escritor, en cambio, sólo tiene que ser fiel a sí mismo”. Para él, la narración periodística consistía simplemente en organizar el cúmulo de información en un riguroso y atractivo relato. Así estructuró todos sus libros y reportajes que se han distinguido por la fuerza de su lenguaje. La pasión de Trelew, por ejemplo, es la dura y escalofriante crónica sobre la matanza de los guerrilleros detenidos en una base militar de Trelew y los consecuentes horrores de la dictadura argentina. Lugar común la muerte es una compilación de perfiles de escritores hispanoamericanos en donde demostró su astucia para tejer la vida, el carácter y la obra de cada autor.

Sólo dejó de escribir tres semanas antes de morir, cuando publicó su último artículo, dedicado a la narcocultura, en el periódico La Nación, donde hace más de una década era “periodista de fin de semana”. Antes opinó, también, sobre el periodismo online: “Por un lado, hay una libertad necesaria para escribir y para expresarse con soltura. Por el otro, el anonimato de los posteos abre el camino a una peligrosa impunidad”.

En junio de 2005, para celebrar los 10 años de creación de la FNPI, varios maestros se reunieron en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá. Cada uno ofreció su respuesta a la pregunta que los convocaba: “¿Hacia dónde va el periodismo?” Tomás Eloy Martínez habló entonces acerca de la reticencia de los editores latinoamericanos a integrar historias en los diarios en su afán por “competir con la televisión e internet, lo que me parece suicida, publicando píldoras de información ya digeridas u ordenando infografías para explicar cualquier cosa como si tuvieran terror de que los lectores lean”. Pero al final centró su discurso en “el valor y la importancia que tiene la defensa del nombre propio” de los periodistas. Contó que en 1961, cuando se hacía cargo de las críticas cinematográficas del diario La Nación, sus textos combativos generaron resentimientos entre la gente de la industria. Un día, una importante distribuidora de películas estadunidenses decidió retirar su publicidad del periódico. Entonces uno de sus jefes lo llamó a su despacho:

—Usted sabe que es un empleado.

—Por supuesto.

—Y como empleado tiene que hacer lo que se le mande.

—Por supuesto. Por eso recibo un salario quincenal.

—Entonces, a partir de ahora, se le indicará lo que tiene que escribir sobre cada película.

—Con todo gusto. Pero si es así espero que retiren mi firma.

—Ah, eso no. Si retiramos su firma parecería que el diario lo está censurando.

—Entonces no puedo hacer lo que usted me pide. Mi trabajo está en venta, mi firma no.

Y con esta anécdota desencadenó el decálogo que rigió todo su trabajo como periodista:

1. El único patrimonio del periodista es su buen nombre.

2. Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto.

3. Hay que defender el espacio que necesita un buen texto contra la dictadura de los diagramadores y contra las fotografías que cumplen sólo una función decorativa.

4. Una foto que sirva sólo como ilustración y no añada nada al texto no pertenece al periodismo.

5. Hay que trabajar en equipo. Una redacción es un laboratorio en el que todos deben compartir sus hallazgos y sus fracasos.

6. No hay que escribir ni una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza.

7. Hay que trabajar con los archivos siempre a mano.

8. Evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debe cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero.

9. Nunca hay que ponerse a narrar si no se está seguro de que se puede hacer con claridad.

10. Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. El periodismo es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro.


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