lunes, 22 de febrero de 2010

Guaruras

22-02-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

A lo largo de mi vida me he visto inmiscuido en muchas riñas y de todas he salido bien librado. No me ufano de ello porque he corrido con suerte y más allá de varios huesos rotos no me ha sucedido nada grave. Cuando me han asaltado he sabido reaccionar, excepto cuando me robaron el auto que pagaba en abonos e intentaron secuestrar a mi mujer. Lo pude haber evitado si hubiera sido un poco más perspicaz. Siempre hay que estar un paso adelante de los ladrones e intentar pensar como ellos. Lo malo es que aún así se vive en la absoluta zozobra y el desasosiego. No se encuentra la paz.

Cuando estuve medio interno en la secundaria pasé muchas penas. La escuela era dominada por los internos y a quienes no dormíamos allí nos trataban como a perros (me refiero a los perros de antes, no a la generación croquetas). Ellos eran una banda organizada y consideraban las instalaciones escolares su casa. Nosotros, los medio internos, éramos intrusos y nos cobraban cuotas a discreción e incluso nos alquilaban los baños. Después de unos años me cansé y reté a uno de los cabecillas. Nos fuimos todos en bola (media centena de alumnos) a uno de los patios chicos y antes de comenzar la pelea un joven cubano, recién llegado a la escuela, se interpuso entre nosotros y tomó mi lugar. Él practicaba boxeo en su país de origen y en menos de un minuto había mandado al piso a mi contrincante y a dos internos más que habían tratado de intervenir (justo como sucede en las películas malas). Esto desató la rebelión y la camorra se armó en grande.

Las cosas no cambiaron dentro de la escuela, excepto porque los internos no volvieron a molestarme. Y no debido a que les inspirara miedo, sino porque el cubano había tomado la decisión de protegerme. Durante los descansos o en el comedor se mantenía a una prudente distancia de mí, siempre atento y dispuesto a meter los puños si era necesario. Sobra decir que no me hacía ninguna gracia ser vigilado y después de unos días opté por reclamarle: “pinche cubano, no necesito que nadie me cuide, déjame en paz”. Su lacónica respuesta era siempre la misma: “ellos te andan buscando”. Y de allí no pasábamos.

No requiero que me cuiden porque procuro no hacerle daño a nadie y sobre todo aprecio mi libertad más que ninguna otra cosa en la vida. Una de las imágenes más ingratas y desalentadoras de nuestra época son los guaruras. Ellos cuidan las espaldas a delincuentes, políticos, juniors, millonarios, celebridades y otras anomalías similares. Son una especie de guardianes de la maldad. No me despiertan la menor simpatía. No se me ocurre que un guardaespaldas tenga que proteger a una persona honrada. Lo hacen porque los maleantes abundan, pero ¿no están ellos mismos siempre al borde de pasarse al bando contrario?

“Oye, Humberto, si me quieren partir la madre de todas formas lo van a hacer”. Le decía a mi amigo cubano a quien no parecían hacerle mella mis palabras. En verdad que no soy un malagradecido, al contrario, pero la presencia de este joven dispuesto a protegerme no hacía más que mantenerme nervioso. Su imagen era peor que la de un batallón de internos porque me recordaba a cada instante que me encontraba amenazado. No teníamos más de dieciséis años, pero en ese entonces no existía el culto a la juventud (la pañalocracia) y había que ganarse el respeto desde temprano. En verdad que estuve a punto de unirme a los internos para caerle encima y deshacerme de su vigilancia, pero no tengo mala sangre y soporté sin rabia la protección hasta que el incidente estuvo olvidado.

Me alegra haber fracasado en todo lo que concierne a lo económico pues de lo contrario estaría rodeado de enemigos civiles. Es decir, personas que creen que mi fortuna se ha hecho a partir de lo que ellos carecen. He visto a los guaruras esperando a sus patrones a las afueras de restaurantes que se convierten por ello en sitios siniestros. Espero que mi querido amigo cubano haya encontrado a personas a quienes defender y así cumplir su cometido de guerrero protector, y donde quiera que se encuentre le deseo que su prole se multiplique y que encuentre tranquilidad.



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