Jornada Semanal
Antonio Valle
¿Encontraría en el estudio del caos a Rayuela?
Después de veinticinco años volví a buscar las historias de Oliveira
con la Maga y el Club de la Serpiente. No había luz eléctrica y la
resolana que se filtraba por el cubo no era suficiente ni para hallar a
un elefante. Trataba de arreglármelas con unos fósforos para iluminar
las penumbras empolvadas. Tal vez Rayuela nunca había estado en este magma anárquico que abandoné décadas atrás.
Mi psicoanalista dice que el estudio es una
proyección del estado de mi mente. Volví a sentir aquella penumbra
pegajosa. Cuando murió Cortázar, mis amigos se fueron a vivir a Europa.
Yo me quedé del lado de acá,
como Traveler, buscando un bote de basura para olvidar las “cosas” que
teníamos entonces. Pero entró la hidra postmoderna al mundo y todo se
pudrió; hasta el país se convirtió en un campo de batalla. Comencé a
pensar que las palabras eran cosas que podían descomponerse a gran
velocidad, y de Rayuela, ni sus luces.
Salí del estudio del caos apretando mis
amarillentas tarjetitas. Quería saber qué diablos había escrito en 1985,
después que el terremoto terminó con la ciudad y la dejó en ruinas y
con algunos amigos en la luna. Mientras leo las transcripciones de Rayuela
voy pensando cuánto he querido a Julio. Sin embargo, no puedo definir
el tiempo en que comencé a olvidarlo todo. Excepto la tarde que leí la
noticia de su muerte en un periódico. Cuando me levanté de la banqueta
no sabía dónde estaba. Pronto comenzaron a pasar los años hasta que, un
día, una de sus fans más entusiastas me dijo entre pucheros: “Oliveira, la Maga y todos los demás se han esfumado.”
¿Cuántas maneras existen de leer rayuela? Por lo menos una por lector. Me gustaría que Julio leyera esta versión de mi Rayuela.
Otra rayuelita mal escrita por un miembro del club de admiradores de
Oliveira. Menos mal, han ido desapareciendo; porque a mediados de los
setenta surgían toda clase de Oliveiras. No faltaban Magas ni Talitas ni
gemelos divinos estilo Traveler. Entonces la guerra sucia estaba en su
apogeo; pero por lo menos se leía a Julio con cariño.
Cortázar había escrito algunos de los cuentos más
logrados en nuestra América Latina. Sus mundos fantásticos reventaban
el sentido lineal del tiempo. Rayuela es el desarrollo
exponencial del complejo pensamiento de Cortázar. Muchos críticos de
ayer –y de hoy– no alcanzan a entender por qué exige que sus lectores
“elaboren” su propio modelo para armar.
Mientras avanzo con mis tarjetitas amarillas, me doy cuenta de que Rayuela vuelve a fluir en mi inconsciente. Hace algunos años, otro intelectual cretino me dijo que Rayuela
era una “fallida novelita”. El espíritu experimental había muerto. En
su lugar, una crítica académica disfrazada de erudita fundamentaba sus
argumentos en las reseñas que hacían algunos “iletratis
mercadólogos”. El postmodernismo impuso algunas boberías (un hedonismo
muy vulgar que supuestamente favorecía un fortalecimiento del yo) y la
“hiperrealidad” competitiva, exigente, calculadora y violenta, completó
aquello. Evidentemente, ambas tendencias “transhistóricas” encontraban
(y siguen encontrando) en Rayuela a un adversario formidable.
Por supuesto, Oliveira va en sentido contrario. Se niega a triunfar en
un equipo que basa su “optimismo” en la enajenación existencial que
produce una competencia atroz, donde lo importante ya ni siquiera es
ganar sino hacer pedazos al hermano.
“Ya para entonces me había dado cuenta que buscar
era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo”,
frase que tenía sobre mi cabecera, al lado de un viejo retrato de
Cortázar. Durante años me acompañó en las aventuras más brillantes de
la noche.
Los detractores dicen: si Rayuela puede
leerse de tantas formas se debe a que es una historia fallida. No, lo
que falla es la imaginación y la capacidad lúdica de esos críticos. Los
temas de la novela son la búsqueda del ser o del yo; temas nodales en
la historia, no sólo de la literatura, sino del hombre. El viaje, que
forma parte del campo de conocimiento interior. Dice Borges, en su
prólogo para el I Ching: “Quien se aleja de su casa ya ha
vuelto”. Metáfora del recorrido y el conocimiento profundo del ser. En
este sentido, Oliveira debe ser considerado un héroe arquetípico. En
cuanto al tema del amor, se trata de una de las historias más creativas
y conmovedoras jamás escritas. No estoy muy seguro, pero tengo la
impresión que algunas formas novedosas de relación entre los nuevos
jóvenes tiene que ver con la trama amorosa de Rayuela, especialmente aquella que se refiere a los temas de autenticidad y libertad.
A veces pienso que yo mismo soy un personaje creado
por Cortázar. Sé que buena parte de mis complicaciones metafísicas se
presentaron después de aquellas primeras lecturas de Rayuela. A los dieciséis años no tenía ni la cultura ni la capacidad intelectual y ontológica para entender lo que buscaba Oliveira.
El principal problema que enfrenta el protagonista
es que su mente es un desastre. Horacio Oliveira tendría que hacer un
estudio de su propio caos para comenzar a ordenarlo y procesarlo. Pero
lo que adora Oliveira es el desmadre. De hecho, las metodologías
empleadas por el “metafísico belga franco argentino” tienden a provocar
incertidumbre y situaciones donde la alternancia de vacío y saturación
vivencial es llevada al máximo. En su afán de dar con “la totalidad”,
el personaje se somete a experiencias “límite”. En algunos momentos se
mencionan algunas alternativas terapéuticas. Por ejemplo,
superficialmente se habla de Jung y el psicoanálisis. Sin embargo,
Oliveira intenta aliviar su fragmentación psicológica sobre todo
mediante “tips” y razonamientos fundamentados en algunas culturas
orientales. Se mencionan el Tao te King, el Baghavad Gita, El libro tibetano de los muertos y el Tarot, entre otros, y es impresionante el despliegue que los personajes hacen en materia de arte, literatura y filosofía.
Nuestro personaje vuelve a Buenos Aires dejando
atrás un par de amores muertos: Pola, que muere de cáncer en el seno
(el seno malo del que habla el psicoanálisis), y la Maga, quien
posiblemente, como la suicida de Hamlet, termina en el Sena, en el Río
de la Plata o en alguno de los ríos metafísicos.
Lo que me gustaría ser a mí
En el estudio del caos encuentro a los autores que
Cortázar pone a jugar en la novela: Artaud, Baudelaire, Faulkner,
Goethe, San Agustín, Dylan Thomas... Todos están ahí, excepto el libro
que busco. Miró, Mondrian, Paul Klee, Rembrandt, Picasso, Bessie Smith,
Satie, a todos los descubrí cuando leí Rayuela a los dieciséis. Rayuela: monumental fresco “desconstruido” por la música, la pintura y el lenguaje.
La influencia de esta historia se introduce en
algunas habitaciones de hotel, donde las parejas ponen en práctica las
descripciones que Cortázar hace de “el cíclope”, o de textos eróticos
como “yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.
Ahora que encontré las transcripciones y mis
paráfrasis, he vuelto a sentir una alegría casi salvaje al escribir
estas reflexiones. Vuelvo a confiar en mi intuición. Rayuela
desapareció del mapa no sólo porque es un libro rebelde, sino porque
quienes le hacen el vacío o la denigran, en realidad le temen; son
incapaces de aguantar su intensidad. Sin embargo, los comprendo: es
difícil seguir a un personaje tan complejo y radical como Oliveira. Por
supuesto, hay trozos de esa historia que todavía no entiendo y que me
gustaría descifrar. Para mí, Rayuela sigue siendo un reto. Por
ejemplo, el padre, ¿dónde está el padre? ¿No es lo que en el fondo
busca Oliveira? Fugazmente “entrevemos” al padre borracho y violento de
la Maga. ¿Hay otros?
Cuando murió Cortázar yo me vine abajo. Veintiséis
años después, con estas líneas estoy terminado de elaborar mi duelo. Me
apoyo en las noches “vomitadas de música y tabaco”, cuando “mi vida era
una penosa estupidez”. Aquellos años, cuando nuestras mejores frases
habían salido de sus páginas, de las escenas de París puestas en la
colonia Roma mexicana. Por todos lados encontraba textos con el estilo
de Oliveira. Lo verdaderamente complicado era conocer a alguien, no que
pensara, sino que sintiera como el personaje de la Maga. Yo conocí a
una chica como ella, que se esfumó. Creo que para hacerme de una
verdadera Maga tendría que reunir a varias Lucías. Con una sola mujer
es imposible. Las descripciones del amor y el sexo, lo mismo que
algunos cuadros armados con lámparas y peceras, con gatos y
golondrinas, con clochards y amaneceres, son una delicia. “Era
el tiempo en que nos emborrachábamos de metáforas y analogías.” Creo
que dejé de leer a Cortázar porque ya no podía escribir una idea sin
que sintiera su pulso en mi mano. Sin embargo, tenía que volver a mi Rayuela
personal si quería salir de ella. “¿Qué es un absoluto, Horacio?”
Encender las velas y atravesar la luz negra, la noche oscura del alma,
experimentar de nuevo la muerte narcisista en mis verbos, la
suficiencia, la altanería, el maltrato al maestro, la armadura del
espíritu, el afán de competencia, el rencor y la mentira, todo aquello
que jamás haría Cortázar; “me obstino en la inaudita idea de que el
hombre ha sido creado para otra cosa”. El dolor que le causan la miseria
humana y el mundo: “Aquí todo le duele, hasta las aspirinas le
duelen.” ¿Qué sería de todos aquellos escritores aprendices de
Oliveira? “Dónde están mis amigos, no los veo.” Ahora deben tener
docenas de corbatas y esclerosis. Antes solíamos perdernos por las
calles para encontrar “estrellas y pedazos de eternidad, poemas como
soles”. Cuando lo dionisíaco era una constante, lengua sagrada que, a
través de la poesía, buscaba el fin de las palabras o quedarse ciego;
bloqueo de los dos sentidos racionales por excelencia –“te haría tanto
bien quedarte un poco ciego”, dijo la Maga. Eso sí, dejar abierto el
oído órfico, porque “la acústica es una ciencia sorprendente”, dijo
Gregorovius. “Esta casa es como la oreja de Dionisos”. El proceso de
maduración que no acaba de cuajar: “No somos adultos, Lucía. Es un
mérito, pero se paga caro.” Las pulsiones de muerte, el resentimiento
contra la estupidez y la barbarie: “yo pienso a veces en matarme”;
“porque a los cuarenta años se empieza a usar el retrovisor con
insistencia. Jano es de golpe cualquiera de nosotros.” “En el fondo
París es una metáfora”; “todos viven enamorados en París”. ¿Qué
buscaban los artistas de entonces en París? La luz de la ciudad; aunque
a Oliveira “empezaron a fallarle los fósforos uno tras otro”. Al final,
Gregorovius define de este modo a Oliveira: “Ahora está hecho un
verdadero bruto.” El extraño héroe simplemente comienza a ser:
Siempre que biene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo eséntrico y esótico, como ser por egenplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor, o de ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los productos guardados en el verano .Lo que me gustaría ser a mí sino fuera lo que soy,
de César Bruto
El personaje está listo para vivir plenamente en la
poesía. Sin embargo, el absurdo y el ansia de totalidad lo llevan de
regreso a América, donde termina de enloquecer. Como Roland Barthes
antes de morir, Oliveira mencionó la posibilidad de un nuevo orden, pero
ya “todo estaba felizmente liquidado”.
Cerré el estudio del caos. No encontré el libro,
pero era lo de menos. Hacía treinta años que lo que buscaba y “lo tenía
en el bolsillo”. Traveler se había quedado en Buenos Aires abrazando a
Talita. Nadie supo decirme cuál de los dos gemelos era el alter ego.
¿Le gustaría tocarse el alma en el Club de la
Serpiente? Tal vez descubra, como yo, lo que le gustaría ser si no
fuera lo que es.
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