Laberinto
Pilar Jiménez Trejo
Niña de los espantos, mi corazón caído,
ya ves, amada, niña, qué cosas digo.
(Fragmento del poema
“Sitio de amor” que Jaime Sabines escribió para Dolores Castro)
Así describía a la autora de ¿Qué es lo vivido? Julio C. Treviño en su Antología de Mascarones: poetas de la Facultas de Filosofía y Letras,
publicada en 1954: "Su nombre es ya definitivamente conocido y va
asociado casi siempre al de Rosario Castellanos, y tanto que algunos han
querido ver semejanzas entre ambas poetisas; sin embargo estamos
convencidos de que Dolores Castro imprimió desde un principio a su obra
características muy propias, difícilmente conciliables con influencias
próximas. No obstante, creemos reconocer en su primera época ciertos
lugares afines a la corriente general de los últimos años, en su aspecto
formal; nos referimos al verso largo, prolongado a verdaderos párrafos,
de metáfora dura y complicada. Los últimos poemas de Dolores Castro nos
muestran un nuevo acento, más propio y más auténtico, limpio de
retórica alguna".
En ese libro se seleccionaban poemas de nuevos escritores que entonces estudiaban en el legendario edificio de Mascarones, como Luis Rius, Miguel Guardia, Rosario Castellanos, Jesús Arellano, Luisa Josefina Hernández, Héctor Azar, Margarita Paz Paredes, Tomás Segovia y Jaime Sabines, entre otros.El pasado 12 de abril Dolores Castro cumplió noventa años. Se ha llamado a sí misma la superviviente de una generación, y ha ido en los últimos meses de la celebración al homenaje, y de reediciones a nuevos títulos.“La verdad es que me he quedado muy sorprendida de tanto homenaje porque a lo largo de mi vida a veces sí se me reconocía, no digo que no, pero sobre todo al principio casi no se me hacía caso. Empecé a publicar un poco tarde y mis dos primeras obras no tuvieron mucha difusión.Corazón transfigurado, que apenas fue una plaqueta, ahora le hicieron una edición bilingüe en Estados Unidos, con una muy buena introducción de Alessandra Luiselli y traducción de Francisco Macías Valdés. Para mí ese poema fue diferente a todo lo demás que he escrito, era la primera vez que hablaba del origen, de mi estancia en el mundo, todo me salió a borbotones, en un tono muy cerca de lo literario. Se publicó en 1949 pero lo escribí en el 48, ya había ganado un primer premio en un concurso de la Sociedad de Alumnos en la Facultad de Filosofía, tenía la semilla de lo que había de ser este libro. En esos años conocí a los directores de la revista América, Marco Antonio Millán y Efrén Hernández, y fue precisamente este último quien me pidió un poema largo y que si fuera posible en endecasílabos; yo nunca tampoco pretendí hacer endecasílabos perfectos, pero así salió el poema.”
En ese libro se seleccionaban poemas de nuevos escritores que entonces estudiaban en el legendario edificio de Mascarones, como Luis Rius, Miguel Guardia, Rosario Castellanos, Jesús Arellano, Luisa Josefina Hernández, Héctor Azar, Margarita Paz Paredes, Tomás Segovia y Jaime Sabines, entre otros.El pasado 12 de abril Dolores Castro cumplió noventa años. Se ha llamado a sí misma la superviviente de una generación, y ha ido en los últimos meses de la celebración al homenaje, y de reediciones a nuevos títulos.“La verdad es que me he quedado muy sorprendida de tanto homenaje porque a lo largo de mi vida a veces sí se me reconocía, no digo que no, pero sobre todo al principio casi no se me hacía caso. Empecé a publicar un poco tarde y mis dos primeras obras no tuvieron mucha difusión.Corazón transfigurado, que apenas fue una plaqueta, ahora le hicieron una edición bilingüe en Estados Unidos, con una muy buena introducción de Alessandra Luiselli y traducción de Francisco Macías Valdés. Para mí ese poema fue diferente a todo lo demás que he escrito, era la primera vez que hablaba del origen, de mi estancia en el mundo, todo me salió a borbotones, en un tono muy cerca de lo literario. Se publicó en 1949 pero lo escribí en el 48, ya había ganado un primer premio en un concurso de la Sociedad de Alumnos en la Facultad de Filosofía, tenía la semilla de lo que había de ser este libro. En esos años conocí a los directores de la revista América, Marco Antonio Millán y Efrén Hernández, y fue precisamente este último quien me pidió un poema largo y que si fuera posible en endecasílabos; yo nunca tampoco pretendí hacer endecasílabos perfectos, pero así salió el poema.”
Después,
lo que ha escrito ha sido poesía en verso libre, más o menos distante
de lo que fue el romanticismo y el modernismo, porque pensó que para dar
un paso atrás solo en un baile de minué, pero no en poesía. “Hice la
carrera de Literatura Española y leí mucho sobre poesía clásica y
contemporánea, generalmente lo que veíamos con más atención en clases
era el Siglo de Oro. Sí, me formé en los clásicos, pero después leí todo
lo que se publicaba en España, tanto a los poetas que querían resucitar
a Góngora como a los de la Guerra Civil como Miguel Hernández, y a los
que llegaron como refugiados, sobre todo Pedro Garfias. Creo que la
lectura de poesía te va formando para lograr una manera de expresarte y
pensar en imágenes; pero uno tiene que dar algo aparte, y ese algo tiene
que estar relacionado con el momento en que se vive.”
Por
eso, lo que ha escrito después ha sido muy diferente. Ante todo, le ha
preocupado que lo que diga sea en un lenguaje muy preciso y esencial.
¿Era
ésta una preocupación compartida con Rosario Castellanos?
En 1950, las dos éramos
mujeres que podían captar o entender mucho más de lo que estaba ocurriendo,
fuimos, creo, un poco la punta de flecha, porque a pesar de que ya estaban
Concha Urquiza, Margarita Michelena, Margarita Paz Paredes, Guadalupe Amor o
Griselda Álvarez, queríamos más cambios. Griselda era también como nosotras,
quería algo nuevo, aunque ella hacía sobre todo sonetos. Margarita Michelena
era como la más madura, pero todas queríamos una transformación. Y ese cambio
surgió de forma milagrosa al conjuntarse la llegada de los intelectuales
españoles que vinieron como refugiados, el arribo de latinoamericanos como Tito
Monterroso, Otto Raúl González y otros que venían de una revolución o después
se fueron a Nicaragua a la hacer la Revolución; entre ellos recuerdo a Ernesto
Cardenal y Ernesto Mejía Sánchez , ambos participaron en la revolución
sandinista.
Sin
embargo, a pesar de estar entre intelectuales era una época difícil como mujer.
Creo que la amistad entre
Rosario y yo fue importante por muchos aspectos, pero principalmente porque nos
dio fortaleza. Las dos éramos tímidas, cuando estábamos reunidas nos decíamos:
“¿nos atrevemos?”, ¡Y nos atrevíamos! Además, antes de entrar a la Facultad de Filosofía ingresamos
a la de Leyes, que era horrible, porque había como una resistencia de los
muchachos en contra de que hubiera mujeres, y a veces también de los maestros.
Rosario se quedó poco, yo sí me estuve los cinco años, y era muy difícil. Un
semestre trabajé en un despacho de abogados y allí fue donde me di cuenta de
que estaba perdiendo el tiempo, pero no me atreví a dejar la carrera porque
primero le había dicho a mi papá que quería estudiar literatura, y él me dijo
que por qué mejor no escogía cocina, repostería o alguna de esas manualidades
que se aprenden con las monjas. Entonces le dije: “Voy a estudiar leyes”. Y él
me aseguró que no iba a poder, me advirtió: “Cuando repruebes una materia
puedes decir que tu carrera está terminada, porque a mí no me gustan los
fósiles y menos en una universidad”. Eso me dio mucho ímpetu y terminé la
carrera de leyes aunque nunca ejercí, pero no me arrepiento pues es cultura
general.
“Paralelamente, Rosario y yo
nos metimos a la Facultad
de Filosofía y Letras, ella para estudiar Filosofía y yo Literatura, y allí nos
la pasábamos muy bien. La vida ahí era hermosa, nos reuníamos con gente que
estaba muy interesada en revistas, nos prestábamos libros, muchos que me
sirvieron para ponerme al día en la literatura mundial, porque Ernesto
Cardenal, Tito Monterroso y Ernesto Mejía Sánchez eran ávidos lectores y sabían
muchísimo de poesía. Nos juntábamos también con Fedro Guillén y Wilberto Cantón
e hice amistad con los de teatro. Me acuerdo que la primera vez que estaba en
una clase de filosofía, delante mí estaba uno de mis compañeros que tenía un
cuello hermosísimo, y pensaba: qué hombre más guapo; luego me di cuenta de que
era gay. Yo era muy inocente, después me fui enterando de que muchos a mi
alrededor eran por el estilo, y entendí que esa sensibilidad especial que
tienen algunos homosexuales les ayudaba para estudiar literatura.
¿También
tuvieron buena amistad con otros escritores como Luis Rius o Jaime Sabines?
Jaime entró un semestre
después que yo. No era mi compañero de clases, no me acuerdo quién me lo
presentó o si él mismo se presentó. Era muy buen amigo de Sergio Galindo, con
quien en lugar de quedarse en el café se iba a tomar una copa a la cantina.
También fue muy amigo de Fernando Salmerón, que se casó con una de mis
hermanas.
¿Y
usted nunca supo que él le escribió el poema de “Sitio de amor”?
No, yo no sabía que Jaime me
había dedicado ese poema, él nunca me lo dijo, ni se lo pregunté, aunque tuve
la intuición de que el poema era para mí, incluso se lo comenté un día a Enriqueta
Ochoa, y ella me dijo: “¡Claro que no, cómo crees!”. Yo veía que Jaime estaba
solo en la Ciudad
de México y con quien tenía más amistad de las mujeres en la Facultad era conmigo.
¿Y
por qué imaginó que era para usted?
Por lo que dice, porque nos
encontrábamos en la cafetería de Mascarones, y no nos encontrábamos, por eso
que dice el poema de “todo eso que tú haces y no haces a veces es como para estarse peleando contigo”.
Usted
se casó con Javier Peñalosa. ¿Cómo fue ese encuentro con uno de los integrantes
del grupo de los Ocho Poetas Mexicanos?
Lo conocí porque el director
de la escuela Carlos Septién García, Alejandro Avilés, tenía una sección en El Universal, que se llamaba algo
así como “Grandes poetas”, y él fue el primero que entrevistó a los ocho poetas
que después formamos ese grupo. Entre esos ocho nos conocíamos algunos pero yo
no concia a Javier. Entonces lo conocí en una reunión a la que nos invitó
Rosario, y quedé impresionadísima de su inteligencia, de su sensibilidad y de
su poesía. Después él nos invito a su casa para que viéramos su nacimiento,
todos los años ponía uno, y yo empecé a ver cómo se portaba con su familia, y
era un hombre muy generoso. Javier nunca estudió, era autodidacta, aprendió a
leer y a escribir solo, no fue a la primaria ni a la secundaria, y cuando fue a
la Universidad
era para dar clases de ensayo en la Ibero o la Septién. Nos casamos
en septiembre de 1953, y puedo asegurar que mi vida con él fue maravillosa.
Tuvimos siete hijos, porque éramos muy felices; en realidad él me resolvió
muchas cosas de la vida y por eso pudimos tener siete hijos, que a veces les
faltaba un calcetínm quizá, pero nunca les faltó amor ni una convivencia
pacífica, agradable. Nos entendíamos, me respetaba como persona, como
escritora, como compañera.
Es
fácil percibirla como una mujer feliz, amorosa.
Hay problemas graves en cuanto a ser una mujer vieja, una mujer sorda, no poder caminar mucho, y que a veces se queda en un rincón. ¿Qué sucede con esa mujer vieja? Empieza a pelear con todo el mundo porque ya con el hecho de decir: “¿Qué? ¡Eh!”, es fastidioso para la gente que la escucha. Sin embargo, en los últimos meses me quieren ver y escuchar y hacer homenajes, pero aquí hay una contradicción: cuando yo era joven casi nadie me hacía caso: en primer lugar era mujer y escritora, en una época en que las mujeres no tenían mucha cabida; era morena y eso en México sí cuenta; era flaca y no muy sexy, y mis libros casi nadie los conocía. En cambio ahora me reeditan, me traducen, me publican obras completas, y hasta tengo una página de Facebook, y no es porque quiera ser absolutamente joven sino porque uno nada más envejece del cuerpo. Ahora claro que pienso en la muerte, a quien ya no le tengo terror como cuando era niña, ya a mis años la veo como un paso necesario de todos los que he tenido que dar en la vida.
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