Confabulario
Hernán Lara Zavala
¿Existió realmente el boom? Yo creo que sí y no se dio, por cierto, mediante generación espontánea. Independientemente del innegable talento de los autores, de los diversos apoyos que les brindaron ciertas editoriales, de una crítica que estuvo a la altura para reconocer el surgimiento de ese fenómeno cuyo nombre pone triste a tanta gente, el boom existió como una montaña, una torre o un elefante.
Gran parte de los críticos ubica el inicio del fenómeno literario, editorial y publicitario bautizado como el boom en el año de 1962, fecha de publicación de La ciudad y los perros de Vargas Llosa, que obtuviera el premio Seix Barral y con la cual se supone que arrancó una nueva etapa de la literatura escrita en español. Lo cierto es que Emir Rodríguez Monegal en Narradores de esta América aclara que en realidad la primera obra que abrió fuego para plantear los cambios estilísticos e ideológicos propuestos por el boom latinoamericano fue La región más transparente de Carlos Fuentes publicada en 1958.
En opinión de Rodríguez Monegal Fuentes sería el pionero para resolver, en la práctica primero, a través de su novela, y después en la teoría, mediante su ensayo La nueva novela hispanoamericana del año de 1969, el dilatado debate sobre “civilización y barbarie” planteado por Sarmiento. En la novela de Fuentes esta dicotomía se vislumbra como el México del campo traído a fuerza de hambre a la gran ciudad de México. Por otra parte, en su ensayo Fuentes reformulará ese viejo debate para cambiar no sólo las dos categorías en conflicto sino el carácter de la propia tesis. El escritor colombiano R. H. Moreno Durán planteó lo siguiente a la luz del boom: “Ya no se trata de oponer la ‘civilización’ a la ‘barbarie’, la disyunción sería ahora “imaginación o barbarie”, una ruptura no sólo del esquema inicial sino de dos ámbitos diferentes, que funden un mismo debate lo ficticio y lo estético con lo real y lo social.”
No nos engañemos: los integrantes del boom son indiscutiblemente cuatro: Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. Dentro del grupo se han tratado de trepar, o los ha colado la crítica, escritores tan diversos y valiosos como Guillermo Cabrera Infante, José Donoso, Álvaro Mutis, Mario Benedetti, Manuel Puig, Severo Sarduy, Fernando del Paso y tantos más que, sin negar sus méritos, son importantes pero el hecho es que el boom lo constituyen cuatro y, como los Beatles, en el grupo ya no cabe ni uno más.
¿Qué cambió el boom? Planteó una redefinición de los géneros literarios para ampliar la libertad de mezclarlos indiscriminadamente; buscó tramas premeditada y acaso innecesariamente complejas evitando la linealidad y propiciando la participación del lector en la integración y la evaluación final de la historia; multiplicó las voces de la novela y sus efectos polifónicos; ejerció todo tipo de experimentaciones tanto a nivel anecdótico como estilístico para imprimirle un efecto lúdico a la anécdota; se apropió del lenguaje de la gente común e incorporó diversos lenguajes vernáculos locales; revaluó el elemento fantástico como parte de la realidad cotidiana y exploró los vicios sociales y políticos latinoamericanos con una mirada más crítica, más ideologizada y más comprometida.
Fuentes efectivamente fue pionero entre los escritores latinoamericanos al convertir a una ciudad, la de México, en el gran personaje de su novela. A él le siguió Vargas Llosa con La ciudad y los perros en donde los habitantes del microcosmos del internado Leoncio Prado salen a explorar y a vivir las calles de Lima; García Márquez inventó su propia geografía al crear Macondo a partir de las evocaciones y leyendas de su familia en Aracataca en tanto que Julio Cortázar, aunque escribió la mayor parte de sus cuentos en Francia, lo hizo con los ojos puestos en Argentina y en su novela Rayuela logra finalmente tender un puente entre París y Buenos Aires.
De acuerdo con Ángel Rama Vargas Llosa fue reconocido por la crítica antes que Julio Cortázar y Cortázar antes que Borges, lo que “contribuyó a un aplanamiento sincrónico de la historia narrativa americana que sólo con posteridad y dificultosamente la crítica trató de enmendar”. En su libro sobre la novela hispanoamericana Fuentes apostaba por sus pares y contemporáneos sí, pero no por ello dejó de reconocer la herencia de sus antecesores inmediatos: Onetti, Rulfo, Arreola, Lezama Lima, Roa Bastos, Borges, Carpentier, Asturias, Arguedas, Reyes, Feliserto Hernández, Marechal, Macedonio Fernández y Roberto Artl.
Entre los integrantes del boom se estableció desde el inicio una camaradería y una afinidad literaria poco común entre escritores que les permitió trabajar como grupo y enfrentar a los escépticos europeos y estadounidenses que ya habían declarado la muerte de la novela. No obstante, su surgimiento no se puede soslayar la enorme influencia que ejercieron los narradores norteamericanos de la llamada “generación perdida” para la renovación temática y estilística de la narrativa de nuestros países. Durante la segunda parte del siglo XX Onetti, Rulfo, Yáñez— en una primera etapa— y Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez posteriormente recibieron la benéfica influencia de William Faulkner, John Dos Passos y Ernest Hemingway.
Los cuatro tenían inquietudes políticas tempranas: sentían la obligación de ejercer un compromiso social que les permitiera denunciar y sacar a nuestros países de la pobreza y la injusticia impuesta por las dictaduras y las oligarquías y así lo manifestaron desde el principio, tanto en su literatura como en su vida pública, identificados abiertamente como pensadores de izquierda; filosóficamente eran los herederos en latinoamerica de Marx y Lenin, de Luckàcs, de Sartre y de Camus, de Wright Mills, de Franz Fannon y de José Carlos Mariátegui que eran los pensadores en boga. Pero el momento clave llegó con la Revolución Cubana de la que todos fueron entusiastas receptores, simpatizantes y promotores. Pero el ideal revolucionario que los animaba y los unía pronto empezó a resquebrajarse y, al paso de los años empezaron a surgir ciertas divergencias entre las posturas políticas de cada uno de ellos. A partir del caso Padilla se iniciaron las disensiones frente al proyecto revolucionario cubano que finalmente se tradujeron en el distanciamiento, la crítica y la ruptura de Fuentes y de Vargas Llosa con la dictadura de Fidel, contrario a Julio Cortázar y Gabriel García Márquez que se solidarizaron con él y le brindaron su apoyo hasta el final.
Acaso como efecto de la fama los cuatro sufrieron algún resbalón. Fuentes aceptó ser embajador de México en Francia durante el gobierno de Luis Echeverría con la consigna de “Echeverría o el fascismo” pero pronto se dio cuenta de su error y cuando nombraron embajador en España a Díaz Ordaz renunció y se retiró de por vida de los cargos políticos para convertirse en una especie de consciencia moral latinoamericana desde el ejercicio de la literatura y las tribunas del periodismo. La ideología de Vargas Llosa fue girando poco a poco hacia la derecha y sucumbió a la tentación de lanzarse como candidato a la presidencia del Perú, como una responsabilidad indeclinable frente al desastroso futuro que se vislumbraba en su país, decisión que por poco le cuesta su carrera literaria. Cortázar apoyó la revolución Sandinista y decidió alinearse con Daniel Ortega hasta sus últimas consecuencias. Luego del Nobel Gabriel García Márquez ejerció su influencia política mediante su periódico y su revista de los que imperceptiblemente se fue alejando poco a poco. Con una gran discreción ayudó a muchos disidentes a salir de Cuba pero jamás rompió con Fidel de quien es amigo y protegido hasta la fecha.
Lo cierto es que políticamente hablando de los cuatro grandes del boom Carlos Fuentes resultó el más equilibrado, el más independiente y objetivo sin perder por nunca la conciencia crítica. En cuanto a su postura política sufrió ligeros cambios (debemos recordar que en una ocasión los Estados Unidos le negaron la entrada a Puerto Rico y por otro lado en Cuba Roberto Fernández Retamar lo caricaturizó como Calibán) pero mantuvo hasta el final su carácter enérgico, recto y fuerte frente a las condiciones políticas del mundo con una actitud objetiva, comprometida y siempre progresista.
¿Fueron realmente grandes, literariamente hablando, los cuatro integrantes del boom? Sin lugar a duda y cada uno de ellos con méritos indiscutibles e inigualables salvo por el hecho de que todos poseían una gran furia creadora.
El mayor de ellos era Julio Cortázar, nacido en 1914. “Tan joven y tan viejo como un Rolling Stone”, diría Joaquín Sabina, pues en efecto a pesar de su edad Cortázar era el eterno joven tanto en su trato personal como en su vida y su literatura. Se distinguió por ser miniaturista y relojero, el maestro de la forma breve, del humor, lo lúdico y los malabares de la palabra: era el cuentista de lo fantástico cotidiano, heredero de Borges y Felisberto Hernández. El prestidigitador enigmático e inteligente de los actos cotidianos transportados a niveles metafísicos de prosa despierta, entusiasta, juguetona, seductora y divertida, “siempre a la izquierda y sobre el rojo”.
Le sigue en edad Gabriel García Márquez, el fabulador de mitos y leyendas que llevaron al límite los hallazgos y postulados de” lo real maravilloso” de Alejo Carpentier, del surrealismo practicado por Asturias y Cardoza y Aragón y la milagrosa influencia de Rulfo en Pedro Páramo. Con García Márquez fantasía y realidad perdieron sus fronteras a través de una prosa simultáneamente desenfadada, irónica, humorística y poética que parece escrita con una pluma que sonríe al tiempo que plasma sus historias. La mayor parte de sus novelas tienen títulos tan afortunados que se han convertido en emblemáticos. Tal vez la obra de Gabriel García Márquez constituya la mayor influencia en la percepción de la parte mágica e hiperbólica que todos los pueblos guardan en el subconsciente y por lo mismo es quien más influyó en la literatura universal.
El benjamín y precursor del boom, Mario Vargas Llosa resultó ser el narrador nato dentro del grupo, el novelista por excelencia que cuenta anécdotas amenas y llenas de suspenso inspiradas en personajes de la vida real, identificables, convincentes, obsesivamente realistas. Sus novelas siempre resultan interesantes, rápidas y llenas de diálogos convulsos, vertiginosos y sincopados; es el maestro de la aventura política que se inició reflexionando sobre los males del Perú pero que después proyectó su búsqueda hacia otras latitudes en donde pudiera desfacer entuertos y denunciar abusos. Es el humorista serio y el erotómano contenido; el intelectual del sentido común, inteligente, culto y poco dogmático pero cuyas posiciones políticas no siempre llegan a convencer. El erizo que con los años se fue trasformando en zorro y del Perú saltó a América Latina y de ahí al mundo entero.
Y finalmente la figura que hoy nos convoca: Carlos Fuentes: auténtico pionero del boom a quien el resto del grupo le encargaba dar discursos y dictar conferencias en su representación por su mente lúcida, su facilidad de palabra, su presencia imponente, su manejo de lenguas y sus maneras histriónicas. El autor de “la nueva herejía” según Luis Harss, refiriéndose a que él escribió las novelas contra la revolución “institucionalizada” así como contra “las buenas conciencias”.
"Fue el más fecundo de los cuatro y escribía indistintamente relatos realistas y fantásticos. Es el novelista de prosa lírica, sinuosa y discursiva a la vez, el narrador que cuenta al tiempo que reflexiona.
Sus experimentos formales son complejos, riesgosos, intelectuales y por lo general involucran diversos juegos con el sentido del tiempo. Es el teórico que jamás dejó de reflexionar sobre los derroteros de la narrativa hispanoamericana. Es el gran promotor del boom sí, pero también del postboom. Lector generoso y entusiasta siempre al día y que apoyó a los autores más jóvenes durante varias generaciones.
En cierto modo su búsqueda literaria lleva el sentido opuesto a la de Vargas Llosa. Fuentes empezó como un zorro que observaba a México, América Latina y España a través de la novela y de la historia pero, con el paso del tiempo, se fue convirtiendo en un erizo cada vez más ensimismado y obsesionado y con nuestro país, con su destino.
Pasado, presente y futuro de México, sus realidades y fantasías, así como los vaivenes sociales y políticos, se despliegan de forma panorámica en la enorme capilla de su literatura.
Carlos Fuentes nos ha dejado a todos sus lectores, mexicanos o no, una vastísima obra. La parte final de su vida se caracterizó por entregarnos mínimamente un libro al año —cuento, novela, ensayo, teatro, ópera, crítica de artes plásticas, memorias, reflexiones. Qué difícil llevarle el paso. Ahora, a un año de su partida, sus incontables libros nos aguardan para que podamos ponernos al día y estudiarlos junto con las obras de juventud que tanta fama y prestigio le dieron desde sus inicios. Merecen ser leídos con atención pues están cargadas de amor, pasión y sabiduría a México y a los mexicanos. Gratitud a Carlos Fuentes que nos ha legado una inmensa obra que lo mantendrá vivo por muchos, muchos años.
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