El Universal
Miguel Capistrán es fundamental para la historia de la literatura mexicana del siglo XX, pero no goza de los reconocimientos que merece. Estudió Arquitectura y Letras Modernas en la UNAM, y luego Lingüística y Literatura en El Colegio de México, sin embargo nunca se tituló porque lo absorbió la investigación. Esa carencia de títulos le ha restado valoración a su trabajo histórico en un país donde se privilegian las maestrías y doctorados.
Y aunque ha dedicado cerca de 40 años a indagar todo sobre el grupo de escritores conocidos como Contemporáneos y ha publicado libros sobre ellos, como Poesía y prosa de José Gorostiza, Crítica cinematográfica de Xavier Villaurrutia, Los Contemporáneos por sí mismos y El edén subvertido, hasta ahora le han comenzado a reconocer sus “estudios”.
Hace unos días Capistrán fue elegido miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), institución que lo destacó como “un apasionado y riguroso conocedor del legado literario de la generación de escritores, constelada en torno a la revista Contemporáneos y un activo animador de la historia, las artes y la cultura de su estado natal, Veracruz”.
Capistrán, igual que Luis Mario Schneider, ha sabido compilar, reunir, juntar el cuerpo despedazado de generaciones de las letras mexicanas. Con Schneider escribió varios, como aquél ha dedicado horas de lecturas y días en las hemerotecas tratando de reunir todo sobre un autor.
El investigador, escritor y editor nacido en Córdoba, Veracruz, en 1939, que fue asistente de Salvador Novo y que hoy escribe la biografía novelada del poeta Jorge Cuesta, platicó con EL UNIVERSAL acerca de su ingreso a la AML, que concibe como “un honor”, del ninguneo que ha padecido por falta de títulos, de la pérdida su archivo sobre los Contemporáneos en el terremoto de 1985.
Pero sobre todo habló de su pasión por Cuesta, Xavier Villaurrutia, José y Celestino Gorostiza, Novo, Gilberto Owen y otros escritores que estuvieron alrededor de la revista Contemporáneos y del Teatro Ulises que antes fue una revista con el mismo nombre; autores que considera fundamentales para la vida de un país que se desvivía por el espíritu nacionalista, creadores que le dieron modernidad.
“Un grupo al que, siempre insisto, que no hay que llamarle sólo Contemporáneos, sino el grupo de Ulises-Contemporáneos porque si bien siempre se trata de separar a uno del otro, el hecho es que al mismo tiempo que se estaban presentando las obras en el Teatro Ulises, esos escritores estaban sacando el primer número de Contemporáneos y un mes antes había aparecido la Antología de la Poesía Mexicana Moderna que lleva el pie de contemporáneos”.
¿Entró a los Contemporáneos gracias a qué fue asistente de Novo en los últimos años de su vida?
No, fue a través de Jorge Cuesta porque junto con Luis Mario Schneider emprendimos el rescate de Cuesta, del que se decía incluso que no había existido y que no había dejado obra publicada; logramos integrar cuatro volúmenes con la mayor parte de sus textos, fue un acontecimiento cuando publicó la obra la UNAM. Ahora el nombre de Cuesta es muy conocido, pero durante muchos años no se hablaba de él y las menciones que había eran las referentes a la leyenda negra de su muerte que, dicho sea de paso, es un mito e infundios. Por eso, el proyecto en el que trabajo y que obtuvo la beca del FONCA, es una biografía novelada de Cuesta; su obra me llevó a el momento que vivieron sus compañeros. Descubrí que los nueve poetas incluidos en los llamados Contemporáneos, más que generación o grupo, fueron un movimiento o una corriente.
En Contemporáneos se publicaron cosas tan importantes como los primeros poemas publicados en México de James Joyce, en inglés. Su idea era presentar a los autores modernos, que fue lo mismo que hicieron en el Teatro Ulises; con eso se marcó la introducción de la cultura moderna y contemporánea de ese momento.
¿A partir de allí le interesaron otros escritores?
Claro, con Alí Chumacero y de nuevo con Schneider recuperamos la obra de Villaurrutia; luego hice la recuperación de la prosa de José Gorostiza, así como la poesía de Owen que recogimos con Alí, Inés Arredondo, Schneider, Josefina Procopio y yo.
Fui conociendo la vida y obra de estos poetas y lo qué estaba ocurriendo en este país y cómo este grupo fue transformando muchas cosas, varios colaboraron en el cine; Vámonos con Pancho Villa es un ejemplo; gracias a Celestino Gorostiza se presentó en México la obra Upa y Apa y, en Estados Unidos, Mexicana; una revista musical que ideó Gorostiza para contrarrestar la campaña contra México tras la expropiación petrolera.
La revista musical causó gran indignación, acudieron casi todos los escritores, músicos, compositores mexicanos. Fue un éxito en Nueva York y realmente contribuyó a proyectar una muy buena imagen de México. Es el germen de lo que era el Ballet Folklórico de México, que hoy es el Ballet de Amalia Hernández.
¿Ahora reconocen su calidad como historiador?
Es lo más conocido de lo que he hecho en cuanto a investigación, aunque he estado en otros temas. El reconocimiento es en mi calidad de historiador de la literatura e investigador, porque hay muchos otros autores que he estudiado, además de que he contribuido a auxiliar a estudiantes e investigadores en diversos temas.
También tengo una investigación sobre Cervantes en México que va del siglo XVII al XIX, el universo de estudios cervantinos es inagotable. Además de Cuesta, he trabajado a otros escritores veracruzanos: estoy terminando un trabajo sobre uno muy desconocido de principios del siglo XIX: Francisco de la Llave, hermano de Pablo de la Llave. Francisco fue colaborador del Diario de México, autor del primer cuento que se puede calificar de ciencia ficción que se publicó en México, en 1810.
Tras casi cuatro décadas de historiar la literatura llega su ingreso a la Academia ¿es el primer reconocimiento a su trayectoria?
Es el primero y gran reconocimiento porque llegar a una corporación como la Academia no deja de ser un honor notable; no lo esperaba la mera verdad. Me complace mucho haber sido reconocido y estar en la compañía de tantos escritores y miembros distinguidos de la Academia.
¿Han desdeñado sus méritos?
No sé cómo explicarlo, lo cierto es que mi tarea no es precisamente de las más llamativas o que jalen los reflectores porque yo he estado detrás de los nombres de muchos escritores, recuperando su obra y eso no proyecta los reflectores como si fuera un gran poeta o novelista, si tuviera una obra literaria. En mi estado, he trabajado en promover la cultura y rescatar el patrimonio arquitectónico e histórico y de empezar la creación del acervo artístico y cultural de Veracruz, que está en el Museo del Estado en Orizaba, ahí está la colección más importante de obra de pintores que vinieron a México en el siglo XIX. Y siempre he intentado incrementar los acervos bibliográficos. Por eso agradezco mucho a Jaime Labastida que me propuso y a Ernesto de la Peña, Miguel Ángel Granados Chapa y Vicente Quirarte, quienes me postularon.
¿La falta de reconocimiento es una especie de castigo por estar lejos de la academia y centros de investigación?
Yo no he estado en el ámbito académico porque si bien estuve en la Facultad de Filosofíay Letras de la UNAM y en El Colegio de México, no llegué a recibirme porque empecé mi trabajo en la Hemeroteca Nacional con la incursión en la investigación para la obra Cuesta; después, fue que realmente como que no sentí la necesidad de estar en el aula; aprendí más en la práctica que en la academia. Como decía don Victoriano Salado Álvarez, a quien trabajé y de quien hice parte de la recuperación del primer tomo de sus obras completas, trabajé mucho en eso que llamaba “la fosa común”, como le decía a la Hemeroteca porque hay muchísimos autores de los que no se conoce su obra, que están sepultados en las hemerotecas.
¿Para ser alguien en México, se requieren títulos?
El papelito como dice. Ha habido muchísimos casos de gente que no fue académica, incluso hay escritores que no tienen título, digamos Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco, sin embargo se han dedicado a actividades de creación con las que han tenido un reconocimiento más amplio.
Pero la suya ha sido una obra de mucho esfuerzo…
Sí de obra, de trabajo, de libros publicados.
Ha ganado, pero también ha perdido mucho ¿perdió todos sus archivos en el sismo de 1985?
No sólo perdí material y casa, sino parte de mi familia, incluso trabajos terminados. Yo vivía en la Roma Sur, por la glorieta de Chilpancingo, en un edificio que se vino abajo. Perdí los archivos que había reunido durante muchos años de investigación. El terremoto sepultó el archivo y también murieron miembros de mi familia.
Yo no estaba allí, yo estaba en Veracruz trabajando como director del Museo de la Ciudad y como asesor cultural del gobierno del estado; el día anterior tuve una premonición y decidí regresar a México porque era una inquietud tremenda. Aunque estaba desesperado, no salí la noche anterior porque me llegó de visita mi maestro Ernesto Mejía Sánchez que iba rumbo a Yucatán; por eso salí en el primer vuelo de la mañana y en el aeropuerto de Veracruz me tocó el terremoto; viaje a la ciudad, nunca me imaginé el panorama que encontré.
¿Pudo salvar algo del archivo?
Algunas cosas sí, otras por suerte las tenía en Veracruz, como pasaba mucho tiempo allí... Algunos trabajos ya estaban terminados, mi tesis por ejemplo, que la quería hacer sobre los Contemporáneos, ahí perdí todo el archivo y lo que ya tenía redactado.
¿También perdió seres queridos?
Perdí a dos hermanas y a un sobrinito que era mi adoración; se parecía mucho a mí, tenía cuatro años; sólo se salvó fue un sobrino mayor. Mi mamá y yo nos quedamos con él y ahora ya está casado, tiene sus hijos.
¿A qué escritores se siente cercano?
En realidad me dedicó a un campo que no tiene que ver con los escritores, sin embargo ahora intento concluir el proyecto de Cuesta. Yo quería hacer una biografía pero no me salía y de repente se me ocurrió novelarla un poco para poder expresarme, fue muy bueno porque me solté más. Además, la vida misma de Cuesta es muy novelesca. Otra cosa que debo confesar es que, en el fondo, siempre quise ser narrador, pero las circunstancias me llevaron a la investigación.
¿Ha decidido de qué hablara en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua?
No, todavía no se establece la mecánica; me imagino que por mi condición de historiador de la literatura, pero también por mis antecesores en la silla que ocuparé, investigadores como don Edmundo O’Gorman y Manuel Romero de Terreros, a lo mejor me enfocó a los historiadores de la literatura mexicana que han existido de la Colonia a nuestros días.
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