Laberinto
El cambio más dramático en la crítica de nuestro tiempo: los académicos reemplazan a los ensayistas.
El ensayo apuesta conocimiento atípico. El ensayo mexicano nunca tuvo clara esta función como teoría intrépida. (Y sus teóricos no procuraron ser diestros ensayistas). Sus líderes ejercieron el ensayo como paseo y picnic, y los académicos se hicieron de la función explicativa de modo grisáceo.
¿Diferencias? El ensayo conjetura; la academia compara. El ensayo es experimento; la academia, institucionalidad. El ensayo es atrevimiento; la academia, arbitraje. El ensayo postula al individuo; la academia, a los pares. El ensayo orquesta polémica; la academia, respetabilidad.
El académico vence siempre por puntos; el ensayista sólo por knock out.
Las universidades fueron las responsables del giro académico.
En México, el mundo literario resiste el cambio mediante revistas circulantes y aún dentro de las universidades, los escritores defienden lo estético por encima del análisis. Haciéndole mala fama al psicoanálisis, marxismo, Estudios Culturales, feminismo, estructuralismo y descontrucción, los estilistas ganaron horas extras.
El último bastión de los literatos —estilo, amenidad y humor—: lo culinario, lo dominical.
En las ideas, los supuestos ensayistas perdieron la guerra.
Los ensayistas monopolizaron la opinión. Desde Internet, el monopolio terminó. En el presente todos quieren sus 15 posts de opinión.
El académico, en cambio, debido a su aparato de referencias especializadas no es fácilmente imitable. Sustituido incluso por internautas, el ensayista perderá el combate. El académico, a pesar de que analiza, no fabrica conceptos.
Tiene su tiempo contado: es intérprete de otros.
Ya existe más de una generación de escritores academizados. En busca de mejor salario, el crítico se arrodilló ante el pie de página.
En lo doméstico, este cambio —prestad atención— fue propiciado por el sistema universitario norteamericano; es la primera gran intervención extranjera en la literatura mexicana venidera.
El error de origen del ensayo nacional fue su relación desabrida con la filosofía.
Su modelo fue Montaigne: el ensayo como entretenida plática; nunca Bacon: el ensayo como catapulta de inducciones y destrucción de ideas falsas.
Cuando un literato mexicano comenta a Benjamin, celebra sus chucherías, no sus teorías.
La crítica literaria mexicana desaparecerá. Sin nunca haber sido ensayo.
La crítica literaria mexicana quedará detrás de los tiempos —no puede competir con la teoría o la academia internacional—; no es casual que hoy defienda su antigua autoridad de comensal y canon.
En este siglo, el crítico literario se extinguirá.
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