Laberinto
Ignacio M. Sánchez Prado
Conocí a Seymour Menton hace unos
años, en el siempre entrañable encuentro anual de mexicanistas en la
Universidad de California en Irvine, cuyos departamentos de lenguas
extranjeras, primero español y portugués después, contribuyó a formar. Seymour
era y es una presencia constante en el evento, siempre notable por su
jovialidad, su generosidad, su entusiasmo, su inteligencia y su gusto por los
tenis blancos con los que caminaba a todas partes. Recuerdo la emoción que me
causó estrechar su mano, la enorme sonrisa e interés con el que me preguntó
sobre mis gustos y lecturas y el sentido del humor que contagiaba a todos los
que tuvimos la suerte de hablar con él. Por supuesto, este no fue mi primer
encuentro con Seymour. Como estudiante, fui educado desde la preparatoria por
su inigualable antología El cuento
hispanoamericano que, desde su publicación original, y gracias a su
constante actualización, contribuyó a introducir a la narrativa regional a una
gran cantidad de lectores mexicanos, latinoamericanos y estadunidenses por
igual. Su copiosa obra, recogida en el monumental volumen Caminata por la narrativa latinoamericana, planteó un amplio
recorrido por territorios que son familiares ahora, en parte debido a su labor
de cartógrafo del complejo mapa literario continental. Su obra reflexionó sobre
la emergencia de las identidades nacionales modernas en las narrativas
regionales de los veinte y los treinta, sobre la profunda transformación
paradigmática que representaron el Boom y el realismo mágico, sobre autores de
gran importancia a los que la tradición no ha hecho justicia (como Demetrio
Aguilera Malta o Héctor Rojas Herazo) y sobre las consecuencias que tuvieron
las revoluciones cubana y nicaragüense en el reacomodo estético y simbólico de
la narrativa continental. En su conjunto, el trabajo crítico de Menton es una
de las semblanzas más completas y amplias de la experiencia literaria
latinoamericana, escrita conforme la producción narrativa continental emergía y
gradualmente encontraba lectores e interlocutores.
Por momentos, algunas de las
limitaciones de la obra de Seymour (su reticencia ideológica a ciertas
prácticas, su fidelidad a la vocación pedagógica del crítico) pueden resultar
evidentes a un lector contemporáneo. Sin embargo, nuestra habilidad misma de
debatir con él, de estar en desacuerdo con sus interpretaciones, de buscar
complementar sus lecturas y llevarlas más allá, fue posibilitada por su
incansable compromiso de poner a la literatura latinoamericana en el centro del
debate crítico, de hacerla disponible a los lectores de Estados Unidos y
América Latina, y de mostrar que existía en ella un depósito de riqueza
cultural y estética que resultaba difícil discernir al momento de su
publicación. Como norteamericano, Seymour hizo esto a contracorriente de una
gran cantidad de prejuicios en ambos lados de la división continental. En su
país de origen, Menton fue uno de los primeros críticos en dar énfasis a la
narrativa latinoamericana, en una época en que la enseñanza de la literatura en
lengua española estaba fuertemente cargada hacia la literatura ibérica, en
parte por los buenos oficios de los exiliados y en parte por los prejuicios
eurocéntricos y racistas que consideraban como inferior la cultura
latinoamericana. Hay que recordar, por ejemplo, que en su seminal The Literary History of Spanish America
(1916), Alfred Coester, el fundador de la crítica literaria latinoamericana
contemporánea en la academia norteamericana, dedica la introducción a dirimir
si los “escritos” de los hispanoamericanos podían considerarse “literatura”,
mientras que todavía en 1955 el clasicista C.M. Bowra atribuía a Rubén Darío
una serie de supuestas limitaciones al hecho de que nació en Nicaragua. Frente
a estos desafíos, Menton logró, desde la tesis doctoral que dedicó a Gregorio
López y Fuentes en 1949 hasta sus últimos trabajos, ser parte angular de un
esfuerzo muy importante de reconocimiento literario e institucional de la
literatura latinoamericana. Si los que trabajamos en Estados Unidos como
latinoamericanistas podemos tener un espacio de debate y consideración, se debe
al hecho de que Seymour Menton y otros de sus distinguidos contemporáneos (incluidos
algunos como Jean Franco, que han trabajado en cuadrantes ideológicos distintos
y hasta opuestos a los de Seymour) limpiaron el terreno para poder desarrollar
un campo y para poder preparar lectores de nuestra tradición.
Creo que la triste pérdida de Seymour Menton, quien falleció el 8 de marzo agregando su nombre a la lista de los que nos han dejado en este aciago 2014, debe ser, sobre todo, una oportunidad para volver a su obra, para re–entablar con él la conversación que como estudiantes y como lectores hemos tenido en algún tiempo. Una visita al sitio web del Fondo de Cultura Económica me dice que están disponibles en México la edición más reciente de El cuento hispanoamericano, la Caminata por la literatura hispanoamericana, su Historia verdadera del realismo mágico, el valioso estudio La novela colombiana. Planetas y satélites y, para aquellos que quieran recordarlo personalmente, Un tercer gringo viejo. Asimismo, Amazon ofrece en libro digital su seminal trabajo Latin America’s New Historical Novel. Nos queda como pendiente a sus lectores continuar la conversación, no dejar que se agote y hacer justicia a su legado manteniendo la lectura intensa del siglo de literatura latinoamericana que a él le correspondió pensar y valorar.
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