domingo, 30 de marzo de 2014

El poeta de Mixcoac

30/Marzo/2014
Confabulario
Sonia Sierra Echeverry

Ya no es posible divisar, desde el barrio de Mixcoac, la antigua capilla de San Lorenzo Mártir que se esconde en la colonia Del Valle. La vista se interrumpe con casas, edificios, avisos, postes de luz y avenidas. No era así hace poco menos de un siglo, cuando Mixcoac era un pueblo y el niño Octavio Paz vivía ahí en la casa de su abuelo Ireneo Paz. Esa zona de la ciudad era un área semiurbana; como tal, la ciudad llegaba al Río de la Piedad, hoy Viaducto.

“Llano”, un poema en prosa del libro ¿Águila o sol? (1951), está hecho con las imágenes de esa iglesia de San Lorenzo, de un pudridero donde escarbaban los niños y los perros (quizás, donde hoy se halla el Parque Hundido), de las silbantes sirenas de las torres de las fábricas a las que el poeta se refiere como “falos decapitados”, y donde habla también de una herida abierta que se expande y se contrae.

“Llano” lleva al poeta David Huerta a hablar de la relación entre la ciudad y Octavio Paz: “La memoria de Octavio Paz va quedando depositada en la ciudad, él está imbricado; su destino, su vida, sus sensaciones, su pensamiento, su imaginación… Está entrelazado íntimamente con la ciudad. Es un poeta moderno, es un poeta de la ciudad de México, un poeta del barrio Mixcoac”.

San Lorenzo, una capilla que hoy está desnuda, que no tiene el santo pintado de azul y rosa que describe Paz, se conserva a pesar de la invasión de una ciudad que ya no tiene memoria del Río de la Piedad.

La imagen de la iglesia y la piedra que la rodea es una de esas referencias que le permiten a Huerta señalar el lugar de la ciudad en la obra del Premio Nobel de Literatura: “No es cualquier ciudad. Es la ciudad de México en sus transformaciones, en su crecimiento, en sus peculiaridades, con sus notas distintivas, con sus paisajes, con la elocuencia de sus piedras. Las piedras hablan; las de esta iglesia de San Lorenzo Mártir son enormemente elocuentes y lo son más en ‘Llano’, el poema en prosa que publicó en ¿Águila o sol?, un libro que fue cambiando con el tiempo; este poema también cambió porque el poeta cambió y, probablemente, porque sus recuerdos de la ciudad también fueron cambiantes, fueron objeto de mutaciones, de metamorfoseo, como se decía en el siglo XVI”.

Mixcoac, San Ildefonso, el Cerro de la Estrella son evocados de una manera directa en poemas en verso y poemas en prosa del escritor. En las distintas etapas de su obra, la ciudad aparece con sus múltiples capas de historia.

“Octavio Paz es un poeta moderno y eso quiere decir, como él mismo lo explicó, que precisamente la ciudad es un personaje a lo largo de sus escrituras, de sus versos y, también, de su poesía en prosa, que es un género distintivamente moderno: tiene su momento inaugural con el maravilloso libro de Charles Baudelaire, Pequeños poemas en prosa. Paz escribió en su primera juventud sobre todo poemas en verso, pero un poco más adelante, en su primera madurez, escribió poemas en prosa. Esta aparente oposición entre el verso y la prosa en realidad no es tal, es una ilusión, porque la poesía está presente tanto en el verso como en la prosa de su obra, especialmente o específicamente cuando aborda el tema de la ciudad. En ‘Los Crepúsculos de la ciudad’, escoge el verso, el verso clásico, endecasilábico; para ‘Llano’, escoge la prosa. Al final de su vida, en plena madurez, escribió un gran poema, ‘Hablo de la ciudad’, que está escrito en versos muy largos, tan largos que colindan con la prosa”.

Paz nació en la colonia Juárez, en la calle Venecia; pero en su historia, la herencia citadina más clara, en lo que a sus primeros años se refiere, es Mixcoac. Su poema “Epitafio sobre ninguna piedra” no deja duda de ello:

Mixcoac fue mi pueblo: tres sílabas nocturnas,
un antifaz de sombra sobre un rostro solar.
Vino Nuestra Señora, la Tolvanera Madre.
Vino y se lo comió. Yo andaba por el mundo.
Mi casa fueron mis palabras, mi tumba el aire

En la plaza Gómez Farías, donde está la que fuera la casa de Ireneo Paz, David Huerta cuenta: “La infancia de paz transcurrió aquí en Mixcoac, en la casa propiedad de la familia; este tramo de la calle Millet se llama en realidad Licenciado Ireneo Paz, en memoria del político, escritor y periodista. Esta zona está llena de marcas que tienen que ver con la vida de Octavio Paz, con su pensamiento, con su lugar en la historia y con su lugar en la ciudad”.

La casa es hoy un convento. Hace un siglo, en la biblioteca que en ella había, Paz se acercó a la literatura y la historia. A unas cuantas cuadras de esa plaza se encuentra el Parque de San Lorenzo, a la que refiere en “Llano”.

“’Llano’, en la edición de Libertad bajo palabra, tiene una forma; cuando el libro se publica independiente, tiene otra. El cambio es significativo: la última frase fue omitida; al principio del poema, habla de una herida, una herida probablemente en el paisaje urbano, pero que en alguna forma expresa una herida que está adentro. Es una herida vista por el niño Octavio Paz y evocada por el adulto Octavio Paz. En las ediciones posteriores omite la frase final: No, no acaba de cerrarse esta herida. Es interesante porque probablemente esa herida se cerró o el problema de conciencia que atormentaba a ese niño se aclaró o Paz hizo claridad sobre su pasado”.

Muchos de estos poemas los escribió cuando ya no estaba en México; son una literatura mediada por el tiempo y la distancia.

“A diferencia de muchos compañeros de generación, en la década de los cuarenta Paz emprendió una vida de viajero. Para José Revueltas y Efraín Huerta, que se quedaron aquí, la ciudad era una presencia; para Paz, un recuerdo. Y no por eso deja de ser enormemente seductor lo que ocurre en la conciencia poética de Octavio Paz ante la ciudad: la recuerda, la evoca. Muchos años más tarde, regresa a esta ciudad, convertido en un diplomático, con una carrera extraordinaria, que termina abruptamente, como sabemos, en 1968; es un escritor internacionalmente reconocido, traducido a muchas lenguas. Vuelve a esta ciudad para mirarla con unos ojos, al mismo tiempo, llenos de nostalgia, extrañados, desconcertados y, en muchas ocasiones, también indignados por la transformación que ha sufrido. No creo que la modernización de la ciudad haya dejado muy contento a don Octavio”.

Más que narrar la ciudad, Paz toma sus elementos para, a la vez, reflejar sus propias capas de pensamiento y sentir.

“Presenta imágenes que a veces desarrolla para mostrarnos que [en la ciudad] hay algo que está siempre detenido. Algo que perdura siempre, algo que no cambia, que es inmutable; no sabemos exactamente qué es eso… probablemente el núcleo subterráneo, transhistórico de la ciudad, su conciencia de haber sido el fruto de una mezcla de culturas y de civilizaciones; Paz está muy consciente de esto”.

En “Crepúsculos de la ciudad I”, se lee:

Todo lo que me nombra o que me evoca
yace, ciudad, en ti, yace vacío,
en tu pecho de piedra sepultado.

Otro de sus poemas sobre la ciudad es “Nocturno de San Ildefonso”, donde está vivo ese otro lugar de la capital que habría de dejar tantas huellas: el Centro Histórico.

“Me conmueve especialmente por razones personales y profundamente literarias —dice David Huerta—. Me llama la atención porque es una evocación de los años juveniles. Octavio Paz se formó no nada más leyendo y acudiendo a las clases en la Preparatoria Nacional; en los años treinta, no solo estaba estudiando y conversando apasionadamente con los amigos y colegas, sino también haciendo revistas. Hacia 1938 empieza a dirigir la revista Taller en la que lo acompañan grandes amigos y colegas, como Efraín Huerta, Alberto Quintero Álvarez, Rafael Solana, José Alvarado”.

Ciudad y poeta cambiaron a lo largo del siglo. Hoy, la búsqueda de la memoria nos conduce a ambos.

David Huerta termina diciendo: “La ciudad de México no ha desaparecido, ha cambiado, era la ciudad de los sacerdotes y de los jerarcas mexicas, luego la de los virreyes y ahora es la de los alcaldes, jefes de gobierno y presidentes. Pero sigue siendo la misma: cambia y al mismo tiempo permanece: algo en ella que es absolutamente inmutable. Es algo que le llama mucho la atención a Paz: el enorme dinamismo de lo que ocurre en ‘Llano’ es un dinamismo muy perturbador, y se nota que el niño quedó muy impresionado por lo que ocurría a su alrededor: las moscas, el santo de madera en la iglesita, el basurero del Parque Hundido, el espacio inmenso, el sol cayendo implacablemente sobre el paisaje semiurbano”.

Llano

El hormiguero hace erupción. La herida abierta borbotea, espumea, se expande, se contrae. El sol a estas horas no deja nunca de bombear sangre, con las sienes hinchadas, la cara roja. Un niño —ignorante de que en un recodo de la pubertad lo esperan unas fiebres y un problema de conciencia— coloca con cuidado una piedrecita en la boca despellejada del hormiguero. El sol hunde sus picas en las jorobas del llano, humilla promontorios de basura. Resplandor desenvainado, los reflejos de una lata vacía —erguida sobre una pirámide de piltrafas— acuchillan todos los puntos del espacio. Los niños buscadores de tesoros y los perros sin dueño escarban en el amarillo esplendor del pudridero. A trescientos metros la iglesia de San Lorenzo llama a misa de doce. Adentro, en el altar de la derecha, hay un santo pintado de azul y rosa. De su ojo izquierdo brota un enjambre de insectos de alas grises, que vuelan en línea recta hacia la cúpula y caen, hecho polvo, silencioso derrumbe de armaduras tocadas por la mano del sol. Silban las sirenas de las torres de las fábricas. Falos decapitados. Un pájaro vestido de negro vuela en círculos y se posa en el único árbol vivo del llano. Después… No hay después. Avanzo, perforo grandes rocas de años, grandes masas de luz compacta, desciendo galerías de minas de arena, atravieso corredores que se cierran como labios de granito. Y vuelo al llano, al llano donde siempre es mediodía, donde un sol idéntico cae fijamente sobre un paisaje detenido. Y no acaban de caer las doce campanadas, ni de zumbar las moscas, ni de estallar en astillas este minuto que no pasa, que sólo arde y no pasa.

En la versión de Libertad bajo palabra está una frase al final: “No, no acaba de cerrarse esta herida”, que, en las ediciones posteriores, fue suprimida por el poeta.

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