Jornada Semanal
Hugo Gutiérrez Vega
1. Octavio Paz es
fundamentalmente poeta. Aun en sus ensayos, la capacidad de
condensación, la precisión de la palabra y la fuerza lírica nos están
mostrando al poeta.
2. Se discute ociosamente si Octavio fue un poeta
del pensamiento y no un poeta de la emoción. Basta con el momento de
Madrid 1937 de “Piedra de sol”, con el “Nocturno de San Ildefonso” y
con “Pasado en claro” para demostrar que la emoción más genuina y
dolorosa está presente en la poesía de Paz. Recordemos la definición
diazmironiana, tal vez un poco pomposa, pero muy eficaz si la ubicamos
en su tiempo: “Poesía, pugna sagrada, radioso arcángel de ardiente
espada. Tres heroísmos en conjunción: el heroísmo del pensamiento, el
heroísmo del sentimiento y el heroísmo de la expresión.”
La filosofía y la poesía se unen en un momento sagrado, o en uno de esos instantes de “música callada”. Tenía razón W. B. Yeats cuando afirmaba que “lo que permanece de la filosofía es lo que se ha poetizado”.
3. Entré al mundo de la poesía de Octavio Paz por la puerta de Libertad bajo palabra
y, en particular, por “Piedra de sol”. Desde entonces seguí sus pasos y
admiré y, al mismo tiempo, traté de escapar de su poderosa
influencia, del vigor inusitado de sus poemas, de su forma tan personal
de decir las cosas, de sus influencias –desde San Juan de la Cruz hasta
los surrealistas–, perfectamente asimiladas y convertidas en carne de
la carne y en sangre de la sangre del poema.
4. Las influencias son muchas y fácilmente
localizables, pero, como Juan Ramón Jiménez, cuando le preguntaban qué
poetas habían influido en su obra, contestaba: “Toda la poesía
universal.”
5. Esa universalidad lo lleva a acercarse a todas
las culturas. Su fascinación por el Oriente, particularmente India, le
entrega las cuentas exactas de Ladera este, así como las traducciones de Wang Wei y de otros poetas orientales.
6. Es el gran ordenador de la poesía moderna
mexicana. Sus comentarios sobre los Contemporáneos desmitifican y al
mismo tiempo consagran a ese grupo sin grupo que nos llevó a la modernidad y superó nuestro atraso cultural. Su ensayo sobre López Velarde en Cuadrivio
es una rica reflexión sobre un gran poeta y su tiempo histórico.
Después de Villaurrutia, es Octavio el que da las opiniones definitivas
sobre la poesía de nuestro padre soltero.
7. La poesía de Paz, por una parte, festeja al
mundo y a los alimentos terrenales y, por otra, anuncia la presencia de
la muerte. El Tlatoani de Texcoco y la Edad Media española se asoman
detrás de esa vertiente paziana. “Fratelli a un tempo stesso, Amore e Morte/Ingeneró la sorte”,
decía Leopardi. Paz nos dice que somos hombres y duramos poco, pero
como el poeta es, a su manera, el profeta de la tribu o el payaso de las
bofetadas (Andreiev dixit), un dios desconocido lo deletrea y su estrella brilla en el corazón de la noche.
8. El “Canto a un dios mineral”, de Cuesta; “Muerte
sin fin”, de Gorostiza; “Décima muerte”, de Villaurrutia; “Sinbad el
varado”, de Owen; “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, de Jaime
Sabines y “Piedra de sol”, de Octavio Paz son los grandes poemas largos
del siglo XX mexicano. “Piedra del sol”
tiene un lazo misterioso que lo une al “Primero sueño”, de Sor Juana
Inés de la Cruz, poetisa que Octavio estudia con brillantez
deslumbradora en Las trampas de la fe.
9. El amor por el silencio (cualidad musical) en
Paz dura poco, pues sabe que necesita de la palabra y, por lo tanto, la
perfecciona y la enriquece con un estilo personal, con una clara
manera de decir las cosas. “En el principio era el verbo”, pero el
silencio (“la soledad sonora”) le son consubstanciales y le imponen
las obligaciones de la exactitud y de la perfección. Por eso el
conjunto de endecasílabos de “Piedra del sol” es un milagro poético y
uno de los grandes momentos de la lengua. San Juan de la Cruz, Lope,
Quevedo, Sor Juana y don Jorge Manrique muestran sus rostros para
ejercer una presencia espiritual en el poema de Paz. Sigo aferrado a
la idea de que “Piedra del sol” es un milagro y, por lo mismo, el poema
central de la obra de Octavio.
10. Lo recuerdo: caminábamos juntos, yo con el
vestuario de Rappaccini, por los senderos del bosque que rodea a la
Casa del Lago, hablando de escritores franceses. Martin du Gard, Jules
Romains, Giono, Mauriac, Claudel, Duhamel, cuando lo interrumpí para
decirle que su única pieza dramática, La hija de Rappaccini, era un poema en prosa enriquecido por los diálogos. De esa manera, el poeta estaba también en su teatro.
“Dentro, sumergidas, están las palabras y el poeta
es un buzo que busca a esos peces fugaces y los hombres comunes sólo son
náufragos a la deriva.” Esos naufragios forman parte de la aventura
–en la que va la vida del poeta– de la poesía. En esta búsqueda nos
sigue guiando Octavio Paz.
Leámoslo, discutamos con él. Evitemos las
petrificaciones, las estatuas con ojos que miran hacia dentro. Está
vivo y su opiniones y sus provocaciones, sus teorías sobre el poema y
los poemas mismos, lo mantienen vivo y presente en la cultura mexicana y
en la poesía contemporánea del mundo.
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