Octubre/2014
Nexos
Álvaro Ruiz Abreu
A la chingada cualquier creencia en absolutos!
Los hombres se inventan absolutos, Dios, Justicia,
Libertad, Amor, etcétera.
—José Revueltas
Si es cierto que el agnóstico es el que niega todo absoluto y por
tanto es un ateo, un rebelde que no cree, José Revueltas (1914-1976) lo
es de sobra; en su naturaleza parecía latir esa paradoja entre la
esperanza y la desesperanza, entre la fe y el escepticismo; y eso podría
explicar por qué fue blanco de tanto ataque verbal despiadado en que se
le pedían cuentas de índole ideológica, ética y hasta personal. El aura
que rodea su vida no es grata sino desdichada pero con ella vivió y
pudo ponerla en la balanza de sus acciones, asumiéndola con entereza y
honestidad. Se ha visto en sus relatos la exposición de una herejía, o
bien la búsqueda de un mundo en rebeldía, como sea, es preciso recordar
que en las páginas de sus libros se impugna el orden, el mundo como está
y los absolutos en que se apoya la sociedad para sobrevivir. Elena
Poniatowska lo llamó el ángel rebelde, o sea el ángel caído que se
rebela y es señalado como encarnación del mal; Christopher Domínguez
Michael, taumaturgo y hereje, y recuerda la frase de Gregorio en
Los días terrenales:
“el hombre no tiene ninguna finalidad”. Carlos Eduardo Turón descubrió
en Revueltas un agnóstico que había nacido para el sufrimiento. Con
todo, sus convicciones lo llevaron en varias ocasiones a un callejón
ideológico, social y literario sin salida, desde el cual respondió a
las agresiones.
Revueltas no empezó a ser objeto del debate y de la crítica después
de su muerte ni a raíz de los ataques que soportó en 1950 por su obra
de teatro
El cuadrante de la soledad, y por
Los días terrenales, la novela condenada por la secta de sus propios camaradas, hijos del estalinismo.
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En este sentido, parece que su sino fue la indeterminación, la negación
del tiempo que marca el calendario. Desde que aparece su nombre en
periódicos, suplementos, enseguida en las portadas de sus primeros
libros, se levanta como una nube espesa el comentario que elogia o
condena las letras de este ángel rebelde la consigna que intenta borrar
las tesis que esbozan sus personajes, la polémica provocada por su
tendencia a la redención social y a considerar el sufrimiento como
esencial a la condición humana. Los primeros textos pertenecen a los
últimos años del cardenismo, 1938 y 1940, en que el periodista, desde
las páginas de
El Popular,
El Nacional y otras
publicaciones, quiere cambiar la conducta y el ejercicio de la prensa
que consideró anquilosada por sus prejuicios y su falta de estilo, y de
contenidos relevantes. Esto es solamente un ejemplo de una vocación casi
innata: intentar a toda costa modificar la realidad, cambiar el curso
de los acontecimientos y transformarlos. Y la historia iniciada entonces
no creo que tenga un final, es larga y abrupta y llega a su centenario
de 2014, en que su obra, en lucha con la crítica e irreductible,
contestataria, sus textos, combativos y polémicos, se ponen en el
escenario de la cultura nacional bajo la mirada de los lectores. Junto a
Efraín Huerta y Octavio Paz, hijos del mismo año de 1914 y amigos
entrañables del autor de
Dios en la tierra, Revueltas es el más
inconforme, el enemigo de la permanencia, consciente de que no vería
jamás un mundo feliz sino desdichado. José Alvarado (1911-1974) escribió
una de las mejores semblanzas sobre su amigo: “La vida de José
Revueltas es la más accidentada de todos los escritores mexicanos
contemporáneos. Conoce la miseria y, en horas fugaces, la opulencia;
pasa, adolescente, por las cárceles correccionales, víctima de la
persecución política y, joven, por toda clase de prisiones, debido a
idénticos motivos, desde la sucia celda en un poblacho hasta las
siniestras clausuras de las penitenciarías. Sufre dos veces
confinamiento en las Islas Marías, acusado de subversión. Habita en
barrios miserables y es huésped en arrabales de hampa y de vicio. Milita
varios años en el Partido Comunista y es expulsado por sus puntos de
vista. Se le arroja hasta de instituciones fundadas por él mismo. Viaja
por todo el país en vagones de segunda, a pie o en omnibuses
paupérrimos. [...] Es proscrito y vilipendiado, recibe ofensas y
humillaciones. Recorre el mundo, en parte como pasajero clandestino, en
parte como escritor aventurero. Penetra en el mundo del cine, ofrece
lecciones, pronuncia discursos, desempeña humildes tareas burocráticas.
Escribe, escribe, escribe”.
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Revueltas es muchos hombres a la vez, como dijo él mismo de su
hermano Silvestre, luchador social, perseguido por sus ideas,
encarcelado una y otra vez, militante que a los 21 años de edad —en
1935— hizo un viaje de seis meses a la Unión Soviética, escritor
prematuro de novelas y cuentos, autor dramático, guionista de muchas
películas ya “clásicas” del cine mexicano, notable ensayista y el
cronista de momentos cruciales de la cultura. Escribió sin tregua, como
escritor de tiempo completo, pero sin becas ni subsidios del Estado.
Vivió en la hoguera de su generación y de la ideología que adoptó, lo
que tal vez ayude a explicar la personalidad tornasolada, como la del
axolote
de Roger Bartra, que vio a estos reptiles como un misterio, “son un
nudo de signos extraños”. Cada texto salido de su pluma es una
invitación a la discusión y el debate, una asamblea, una muestra
elocuente de un estilo original, obtenido de los rincones de la
experiencia, que Harold Bloom llamaría canónica. En septiembre de 1973
murió el poeta Pablo Neruda, amigo de la familia Revueltas, colega y
correligionario de Silvestre, y José Revueltas escribió una “Carta de
José Revueltas a Pablo Neruda”, que de epistolar tiene muy poco pues se
trata en realidad de un poema en prosa que su autor, arrodillado en la
humildad franciscana que lo caracterizó, llamó “carta”. Parece un texto
enviado a un hermano mayor a la hora de su muerte, y en ese momento
olvidó o nada más hizo a un lado el ataque demoledor que el poeta de
Isla Negra le había propinado en 1950, a raíz de la aparición de
Los días terrenales. Está claro que sabía perdonar a su prójimo como buen agnóstico, como ferviente lector de
Los hermanos Karamazov.
Actividad esencial en la vida de Revueltas que llama la atención y
sigue siendo motivo de investigaciones y de ensayos, es sin duda su
vasta y sólida producción de guiones para el cine. En los años cuarenta
fue expulsado del Partido Comunista, el padre que lo sometía, y en esa
misma década Revueltas se acercó a los sets y las cámaras, empezó a
escribir guiones, conoció a muchos actores y directores de la industria
cinematográfica. Una nueva luz apareció en su camino. Pero hacia ese
escenario miraron sus detractores, que fueron una vez más a enjuiciarlo,
intentando acusar al autor de
Los días terrenales y sentarlo
en el banquillo de los acusados para prenderle fuego y así quemar el
“maleficio” que se había apoderado del hereje. Lo acusaban, entre otras
cosas, de ser partidario del existencialismo, esa filosofía de la
decadencia burguesa, impugnando el interés de Revueltas por el cine y
algo más: el mundo que creaba el séptimo arte. Uno de ellos, Enrique
Ramírez y Ramírez, escribió: “Deseo creer que el divorcio de Revueltas
con los hechos diarios, íntimos y palpitantes de la lucha popular, ha
debilitado su sensibilidad, su noción natural de las cosas. Y que, por
otro lado, el ‘cosmopolitismo’ de los tristes cenáculos
seudointelectuales, el estar uncido sin contrapeso decisivo a la
influencia de esa ‘fábrica de sueños’, que es hoy la fábrica de
pesadillas degradantes, del cine comercial —y por lo mismo, el débil
contacto con las grandes ideas revolucionarias de nuestra época— han
estrechado y esquematizado en extremo su pensamiento”.
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Por fortuna, el tiempo se encargó de darle lucidez a Revueltas para ver
claramente la enfermedad dogmática que encerraban las acusaciones de
sus amigos y sus camaradas.
Desde que Revueltas escribió el argumento cinematográfico sobre la vida de su hermano Silvestre,
Sinfonía inmortal o la vida de Silvestre Revueltas,
en mayo de 1943, intentó dedicarse al cine como adaptador profesional.
Ese argumento fue rechazado por Gabriel Figueroa porque el proyecto de
filmarlo no maduró, “pero de todas maneras —aclara Gabriel Figueroa
(1907-1997)—,
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Revueltas y yo trabajamos juntos en varias películas. Su preocupación
era cómo hacer una carrera de escritor en cinematografía. Tenía talento y
audacia para lograr su propósito. Sin embargo, se interpusieron muchos
factores que finalmente lo desilusionaron y se retiró pero solamente por
un tiempo”. Pero Revueltas siempre volvió al cine, y un poco más tarde
se unió a Figueroa en la realización de
La escondida, uno en la fotografía y el otro en la adaptación de la novela de Miguel N. Lira
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(1905-1961), dirigida por Roberto Gavaldón. Sin duda, fueron buenos
tiempos para Revueltas que vio un porvenir como escritor de tiempo
completo de la industria cinematográfica. En 1944 hizo la adaptación de
El mexicano
que dirigió Agustín P. Delgado y a partir de ese momento tuvo un motivo
más para viajar y ausentarse de casa: las filmaciones. Satisfecho con
su nuevo destino, entregado a los sets, Revueltas imaginó poder dirigir
algún día; fue su sueño más reconfortante. Solicitado con frecuencia,
Revueltas vio su entrada al cine como una luz que alumbraría su sinuoso
camino de escritor, periodista y militante comunista. Se preguntó si
iría a ser guionista toda la vida y creyó que sí porque le parecía un
trabajo estimulante y sentía latir en sus manos esta vocación aplazada.
En una entrevista confesó que el cine había sido en su vida un don
natural.
De chico siempre quise tener proyectores. En la casa me regalaban
proyectorcitos de lámparas de alcohol. Y yo proyectaba, indeciblemente
fascinado, sobre la pared de mi cuarto. En cuanto podía me iba al Volador
a comprar metros y metros de película para pasarla en mi cuarto que se
convertía en un lugar mágico, más que en sala cinematográfica. Siempre
ha sido un anhelo mío la cinematografía. Luego le hice la lucha para
entrar al cine profesional, hasta que lo logré. Fui argumentista y
adaptador y tendía a ser director, pero el ambiente me empezó a repugnar
demasiado, aparte de que me deterioraba mucho desde el punto de vista
político.6
Lejos de tomar una profesión con el único fin de obtener fama
personal y recursos económicos, Revueltas vio en el mundo del cine la
posibilidad de cambiar el gusto por el séptimo arte, mejorar la calidad
de las películas, ofrecer al público historias interesantes que
mostraran el lado complejo y oscuro de la vida. Pero en Revueltas casi
todo fue un sueño y en este caso tropezó con los muros que siempre topó,
pues su idea era renovar a fondo el rostro del cine mexicano. Pasó por
alto que vivía bajo la sombra del afianzamiento de la Revolución
mexicana, en la era de Miguel Alemán (1946-52) y su sello de modernidad,
que no permitía oposición alguna. Pero él pertenecía a una secta de
izquierda que eran los camaradas estalinistas de los años treinta y que
seguían vigilando las acciones de sus amigos y colegas, y esa secta lo
condenó en los años cuarenta como al peor enemigo nacido en México de la
clase trabajadora. Su dedicación al cine y su deseo por convertirse en
un adaptador o guionista de tiempo completo y con responsabilidad
social, ¿era declinar de sus convicciones? Sí, respondieron los
camaradas de Revueltas, quienes no podían perdonarle que trabajara con
Dolores del Río, el Indio Fernández, Roberto Gavaldón, Julio Bracho,
Pedro Armendáriz, Gabriel Figueroa, María Félix, la joven Silvia Pinal, y
tantos más que formaban una comparsa de falsos ídolos de la pantalla
que cada día envilecía a las masas, necesitadas más que nunca de una
educación socialista férrea.
No han faltado observaciones críticas a la producción textual para el cine de Revueltas, como la de José Joaquín Blanco
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que la analizó de conjunto y le pareció otra cruzada en nombre del arte
y de la libertad, pero de tintes melodramáticos. Revueltas no se detuvo
en la adaptación cinematográfica, leyó y estudió la estructura
narrativa que debe imperar en las películas y vislumbró la relación,
difícil casi siempre, del adaptador con el director de una película;
ambos discuten cada escena, cada secuencia, arreglan los diálogos. A
veces la propuesta de aquél choca con la idea del realizador y entonces
surge inevitablemente el conflicto. Esto fue evidente en el rodaje de
Sombra verde
(1954), en el que Revueltas sugería que se cometiera perjurio; el
productor rechazó tajantemente esa idea; el adaptador insistió:
—Usted quiere hacer una barbaridad con el personaje.
—Se equivoca, Revueltas, quebrantar un juramento no es cosa fácil, entiéndalo, por favor —dijo el productor, sudando a mares.
No hubo arreglo, así que Revueltas abandonó la filmación; regresó a
Poza Rica, donde estaba alojado el personal y al día siguiente voló a la
ciudad de México.
Revueltas confesó sentir una culpa considerable por esos “churros”
que inundaban las salas de los cines de la ciudad de México; trató de
escribir de una manera digna para directores de probada calidad como
Julio Bracho y Roberto Gavaldón, su gran amigo. A partir de 1955 empezó a
fastidiarse del cine porque deterioraba su mundo literario, le robaba
mucho tiempo a cambio de nada. La labor del escritor tendía a ser
menospreciada: “Nuestra cinematografía se llenó en esa época de una
cantidad de personas sin escrúpulos, particularmente argumentistas, que
hacían lo que se les pidiera por dinero”. De esa fecha hasta un año
antes de su muerte, Revueltas no abandonó del todo la actividad en el
cine; su trabajo más compacto, el que le otorgó más posibilidad de
expresarse con entera libertad, fue
El apando (1975), película de Felipe Cazals en la que su propio autor intervino como adaptador junto a José Agustín.
Entre 1945 y 1960 se enfrascó en disputas eternas porque deseaba a
toda costa limpiar de vicios y deformaciones morales, sociales y
estéticas, la realización cinematográfica en México. Como todo
idealista, soñó modificar el mundo del cine y terminó otra vez marginado
porque el que tuvo que cambiar fue él. Con justa razón, Emilio García
Riera llama a Revueltas “espíritu de militante verdaderamente libre” que
supo ver en el cine una posibilidad de expresión artística haciendo a
un lado el maniqueísmo propio del medio, impugnando la mediocridad.
“Queda por ello en evidencia que Revueltas supo tratar a gente como la
del cine, que en la mayoría de los casos estaba ética, cultural e
ideológicamente muy por debajo de él, con una sabia distancia; pero lo
ejemplar es que no por ello se advierte en él la menor señal de
prepotencia desdeñosa ni el tono lastimero de los
incomprendidos”.
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En efecto, Revueltas supo “tratar” a esa gente, pero es innegable que
recibió algunos golpes que alteraron su temperamento hasta ponerlo en
situaciones límite como puede verse en las discusiones a propósito de
La diosa arrodillada.
A través de una carta respondió a su impugnador, rechazando acusaciones
innobles e infundadas, en las que se decía entre otras cosas que la
película hubiera sido otra si Gavaldón hubiera “mandado al señor
Revueltas a cambiar el
script”. El 13 de febrero de 1947
Revueltas explicaba que ese asunto lo había agredido en su moral de
escritor, en su ideología como reconocido militante. Pero esto fue casi
nada comparado con el que denunció Revueltas sobre el monopolio
constituido para la exhibición de películas de los señores William
Jenkins,
9 Gabriel Alarcón y Manuel Espinoza Iglesias. Lo hizo públicamente a través de la revista
Hoy
de vasta cobertura. Revueltas se preguntaba si el cine mexicano estaba
en vías de desaparición debido a los innumerables problemas que vive:
producción, carencia de adaptadores y argumentistas profesionales,
técnicos más capacitados, la competencia, etcétera. Y su respuesta es
contundente: el cine nacional no corre ese peligro, sino uno mayor y más
lamentable: caer en manos de dos prestanombres: Alarcón y Espinoza, y
un empresario de la calidad de Jenkins. A éste le dijo que era el
“enemigo de México” por algunas informaciones que había vertido al
Departamento de Estado de Estados Unidos sobre nuestro país. “Los
mexicanos que se prestan al juego de estos intereses —y no vacilamos en
citar los nombres de Espinoza y Alarcón— sólo pueden calificarse con una
palabra: traidores”.
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De inmediato se publicó la respuesta al “señor Revueltas”; una carta
abierta que firmaron las principales productoras de películas,
Cinematográfica Grovas, Filmadora Chapultepec, Mier y Brooks, entre
otras. Le “indicaban” a Revueltas las inexactitudes en que incurría
debido a “información deficiente” que seguramente le facilitaron
“enemigos gratuitos”, y le “recordaban” que a ellos se debía el auge de
la industria cinematográfica nacional pues con sus inversiones por
cuenta propia, sin subsidios oficiales, era posible el sostenimiento “de
sueldos importantes para los actores, directores, técnicos, manuales,
escritores”. La respuesta, digna de la pluma en rebeldía de Revueltas,
la ofreció en una especie de balance del cine comercial en estos
términos:
El cine tiene que operar sobre una masa enferma, envenenada
psicológicamente. Una masa nerviosa por la propaganda de los gobiernos,
en tensión constante por los peligros que la acechan, y que va al
cinematógrafo, no como una persona aislada puede leer un libro de
Balzac, para disfrutar de un goce artístico, sino como un síntoma
enfermizo, para aliviarse, liberarse por medio del olvido. Por eso el
cinematógrafo capitalista es un compuesto tan banal, frívolo y estúpido.
Esa masa vive entusiasmada por el mundo de los gángsters y las
prostitutas, adormecida por un cine que no es capaz de dramatizar la
vida cotidiana pues solamente la vuelve vana. ¿Revueltas anunciaba el
futuro? Para su época, procuró subrayar la estrecha relación del arte
cinematográfico y la sociedad, más concretamente: los males sociales,
las contradicciones de clase, eran la base del “séptimo arte” y, por
supuesto, del arte en general. Revueltas habló de Wells, Disney,
Chaplin, de las grandes obras de la literatura llevadas a la pantalla,
intentó cambiar el contenido del cine mexicano y convertirlo en
verdadero arte, dejar a un lado el “sentido” comercial para dar al
público más calidad y menos cantidad. En el debate con los zares de la
industria cinematográfica, Espinoza y Alarcón y el americano William
Jenkins, defendió a los exhibidores independientes del país a los que
vio en peligro de ser devorados por las “fieras”, como lo demuestra el
monopolio de Jenkins que ha logrado crear en la producción
cinematográfica un clima de terror económico y físico. La denuncia y el
debate no siguieron adelante sino que cayeron en el pozo del olvido.
Revueltas se erigía como implacable inconforme con el mundo y en un
crítico certero que ponía en jaque esa industria; dijo que nuestro cine
estaba baldado y exigió que se politizara. Los comentaristas de cine
también lo impugnaron, según lo demuestran las afirmaciones de Díaz
Ruanova a propósito de
La diosa arrodillada, en las que descalificaba, de paso, la narrativa de Revueltas:
Enamorado de la excesiva retórica de Crepúsculo [de Julio
Bracho] y de sus grandes conflictos internos, el barroco José Revueltas,
cuyo predominio sobre los otros argumentistas es bastante claro,
complica y desquicia las situaciones. Para Revueltas la sencillez es un
crimen. No siente simplemente aquellos conflictos que son comunes a
todos los hombres. Precisa rebuscar, deformar, alambicar las situaciones
hasta hacerlas increíbles; y si ya resulta bien difícil seguirlo en sus
novelas y cuentos rurales, entre personajes y ambientes que le son
familiares, ¡cuánto más ha de serlo en una película como La diosa,
donde Revueltas pinta absurdamente un ambiente que desconoce y que no
es mexicano, ni internacional, ni ubicado en parte alguna del cielo o el
infierno!11
Lo que menos hizo Revueltas fue jugar con el cine —como le dice Díaz
Ruanova—, y la prueba de ello es su dedicación a las adaptaciones, y
principalmente su escrito sobre el montaje, el guión y el cine como
arte. El escritor estaba por encima de la crítica. En pocas palabras,
Revueltas fue un cinéfilo que se había conmovido con la historia del
El ciudadano Kane y
El asesinato de Trotsky,
y no negó su inclinación por el cine realista, que consideró como una
posibilidad de “ruptura con la cotidianeidad” en la que el público va a
mirarse en el espejo de su propia vida. Dijo en una ocasión: “Hice cine
porque fue uno de mis grandes ideales, como medio de expresión. Siempre
me gustó”. A esta declaración sincera se agrega otra: Revueltas quiso
ser director de cine y no lo consiguió. Pero cuenta sobre todo su
desafío a los poderosos, su deseo de enderezar el mundo que se le
aparecía en el bordo del abismo. Hay varios pasajes de la infancia, esa
patria que no miente, que ayudan a entender mejor la actitud de este
ángel rebelde, pero hay dos, que son cruciales, cuyo escenario es La
Merced, cuando su familia vivía en las calles de Uruguay y Las Cruces.
El niño de siete y ocho años que vivía bajo la protección de sus
hermanas y de su madre, encuentra a un “Cristo” de túnica blanca, larga
barba, que hablaba de igualdad y de injusticia, del Apocalipsis, y se
convierte en su discípulo.
12
El siguiente ocurre años más tarde, cuando José tiene 13 años de edad y
era la preocupación de su hermana mayor, Consuelo, y de doña Romanita.
José camina día y noche entre voces, vendedores, pepenadores, en mitad
del frío, a la intemperie, y descubre poco a poco la miseria de los
humildes, el desamparo de niños y mujeres que andan a la deriva.
Regresa a casa, agobiado, lo regañan, y con resolución dice: “Mamá, el
mundo es muy injusto”. Más tarde, el militante lucha contra la
injusticia, pero tropieza con la burocracia partidista, y sufre caídas
aplastantes. En 1939 es acusado, ya no por su familia, sino por la
Comisión de Disciplina del PCM de “irresponsable”, porque en Guadalajara
el compañero Revueltas no se presentó a las oficinas del Partido. Algo
parecido le sucedió 10 años más tarde. Después de haber sido nombrado,
en 1949, secretario de la Sección de Autores y Adaptadores del STPC y
luego su secretario general en agosto de ese año, renunció debido a las
acusaciones que los mismos trabajadores le infligieron a raíz de su
polémica con Jenkins, Alarcón y Espinoza. Con su salida, se cerraba un
episodio triste en la historia del cine mexicano. El cuadro parecía
humillante porque “todos prefirieron guardar una actitud de miedo y de
silencio; el poder y la fuerza del monopolio —parecía— habían llegado
hasta la Sección de Autores y Adaptadores”.
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No sería la última batalla perdida en la que combatía Revueltas. Le
faltaban varias aún que no vamos a desglosar, pero pueden citarse las
controversias que suscitó su reingreso al Partido Comunista Mexicano, su
nueva expulsión, las que sostuvo con sus camaradas de la Liga Leninista
Espartaco que desembocó en el texto ortodoxo por excelencia sobre el
tema:
Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, 1962.
La vida y la obra de Revueltas pertenecen a una escabrosa y larga historia cuyo leitmotiv es la rebeldía. De
Los muros de agua (1941) a
Material de los sueños (1974)
su escritura es una provocación, un duelo en la cultura mexicana del
siglo XX. Lo ilustra el día de su sepelio en que el Panteón Francés fue
subvertido, gritos de lucha, goyas y vivas a Revueltas que ya no pudo
escuchar el canto de
La Internacional, lo que provocó un
acalorado debate sobre si debía aceptarse la presencia del secretario de
Educación Pública, Víctor Bravo Ahuja, o expulsarlo. El sepelio se
volvió una asamblea que resolvió pedir al enviado presidencial que se
fuera. Y después de muerto, la discusión, imprescindible y ardiente,
sobre la vida, la militancia, las ideas, las novelas y los cuentos de
Revueltas, parece arder todavía.
1
El más intransigente fue sin duda Juan Almagre (seudónimo de Antonio
Rodríguez) que escribió un artículo para condenar a su amigo y camarada;
Revueltas había ganado como artista con esas obras pero se perdía como
hombre y revolucionario, tendrá éxito y ganará aplausos, pero “Pepe
traiciona a su apellido y traiciona a su hermano, Pepe traiciona a
Silvestre”. J.A., “El arte en México”,
El Nacional, 8 de junio, 1950, pp. 1-3.
2 José Alvarado, “La obra de José Revueltas”,
Excélsior, 6 de diciembre, 1967, p. 7-A.
3 Véase Enrique Ramírez y Ramírez, “Sobre una literatura de extravío: Los días terrenales de José Revueltas”,
Revista Mexicana de Cultura, núm. 168, 11 de junio, 1950, p. 4.
4 Entrevista Ruiz Abreu/Gabriel Figueroa, agosto, 1989.
5
Lira publicó esa novela en 1948, mientras que la película se filmó en
1955, dirigida por Roberto Gavaldón (1909-1986) que Revueltas
consideraba uno de los mejores realizadores mexicanos, según Emilio
García Riera.
6 lgnacio Hernández, “José Revueltas: balance existencial”, en
Conversaciones con José Revueltas, introducción de Jorge Ruffinelli y bibliografía de Marily R. Frankenthaler, Universidad Veracruzana, 1977, pp. 26-27.
7 José Joaquín Blanco,
José Revueltas, 1985, p. 32.
8 Emilio García Riera, “Prólogo” a José Revueltas,
El conocimiento cinematográfico y sus problemas, OC, v. 22, 1981, p. 14.
9
De origen norteamericano, el empresario William O. Jenkins (1878-1963)
hizo una de las fortunas más grandes de México; en Puebla creció su
poderío económico que se extendió a la industria azucarera y del
alcohol, textil y la industria del cine. Desde el Banco Cinematográfico
levantó un monopolio en la producción, distribución y exhibición de
películas.
10 J. R.,
Obras completas. v. 22, 1981, p. 124.
11 La reseña apareció en la
Revista de América,
en la que Díaz Ruanova acusa a Revueltas de “reminiscencias y plagios”
que él considera evidentes; como siempre, fue una bomba política y moral
que venía a herir a fondo la integridad de José Revueltas. Citada en
J.R.,
Obras completas, v. 22., p. 150.
12 Véase Raquel Tibol, “La infancia de José según Consuelo”, en
Revista de Bellas Artes, nueva época, núm. 29, septiembre-octubre, 1976, p. 21.
13 J. R.
Obras completas, v. 22, pp. 173-174.