Confabulario
Julio Romano
En Xalapa, en 2010, al cabo de la presentación de Padre y memoria en la Feria Internacional del Libro Universitario de la Universidad Veracruzana, Federico Campbell dijo en una entrevista que había decidido dejar la ficción y que se dedicaría, en adelante, de lleno al ensayo. No sé dónde se haya publicado o transmitido esa entrevista; probablemente en medios locales o universitarios. Y no sé si esa declaración en particular se haya rescatado para la versión final. Tras aquella decisión, pues, después de Padre y memoria, de 2009, sólo apareció un libro ensayístico más de Federico Campbell: La era de la criminalidad, póstumo, en 2014.
Como esa entrevista, hay otras tantas de Federico Campbell dispersas en revistas y publicaciones muy probablemente de poco alcance, poca vida y poco tiraje. En una de ellas, este tijuanense comentó que le gustaba hacer colaboraciones para publicaciones de provincia, pues había cosas que era mejor dejar fuera de los grandes medios nacionales, y que además era una manera de contribuir a la descentralización de la cultura impresa, como lo fue su proyecto editorial La Máquina de Escribir.
¿Y su ficción? La última novedad de Campbell en ese terreno es “El hombrecito de Marlboro”, cuento incluido en la edición de 2008 de Tijuanenses —a la que también se añade “De caminos”, que había aparecido en Máscara negra y en la antología de cuento policiaco En la línea de fuego, preparada por Leobardo Saravia Quiroz para el Fondo Editorial Tierra Adentro—. Campbell se quejaba de esa edición: “Se me hace que los editores a veces no leen lo que publican”, dijo, pues su libro formó parte de una colección de thrillers.
Recuerdo, con cierta tristeza campbelliana, que al término de esa presentación en la Universidad Veracruzana, Federico Campbell no vendió un solo ejemplar de Padre y memoria. El caso es que, así como algunas entrevistas y ensayos, también hay ficciones de Federico Campbell dispersas. Su producción narrativa no se limita a sus cuentos y novelas publicados en libro: Todo lo de las focas, Pretexta o el cronista enmascarado, Tijuanenses(que absorbió a su primera novela), Transpeninsular y La clave Morse.
Los que quizá sean los primeros textos narrativos publicados de Federico Campbell aparecieron en la revista Cuadernos del viento, fundada y dirigida por Huberto Batis y Carlos Valdés en 1960. En tres relatos tempranos, breves, obra de un escritor joven que da sus primeros pasos en el terreno de la ficción, quizá no sea posible observar todavía el dominio de las técnicas narrativas de las que haría gala una década después, con la publicación casi al hilo de sus dos primeras novelas. Su escritura es todavía pedregosa y, por momentos, poco fluida; no hay propiamente un desarrollo de anécdota o de personajes: más parecen ser estampas, bocetos publicados prematuramente en los que, sin embargo, pueden encontrarse sus primeras virtudes: la creación de atmósferas y la representación de conflictos internos.
Los títulos de dos de estos tres relatos dan cuenta de ello: “Dentro de los ojos” y “El solo”. En el primero de ellos puede leerse:
Igual que él mismo, porque nunca pudo integrarse con nadie ni con algo, abrió la puerta de su cuarto y se dedicó a dormir. Venía esperando este momento, a ratos nervioso por la locura del chofer y la inseguridad del vehículo, a ratos maniatado por el temor de voltear en cualquier lugar fijo. Pensó que el señor estaría cansado como él, agobiado de tantas vueltas de la Alameda a San Ángel, de tanto ir y venir sin encontrar nada nuevo. Eran veintiún días de espera, cada uno más prolongado que el anterior.
Estamos ante un hombre angustiado que no encuentra tranquilidad ni en el sueño, aunque nunca sabemos qué lo angustia tanto. “El solo”, menos agitado, es el retrato de un hombre aislado, que hablando consigo mismo encuentra la manera de matar el tiempo. El tercer relato, “Campo nudista”, es apenas una estampa, una instantánea: es la escena que percibe alguien que espía por una mirilla por apenas un segundo.
Las características identificables en estos relatos también impregnan “El olivo, el polvo”, publicado —documenta Arturo Texcahua— en septiembre de 1966 en el número 17 de la revista El rehilete, entonces dirigida por Carmen Rosenzweig, Elsa de Llarena y Carmen Andrade (y fundada en 1961 por Beatriz Espejo, quien la dirigió en su primera etapa). Sin gran acción narrativa, reaparece aquí el conflicto interno como motor de la historia y, sobre todo, un tema que poco a poco se convertirá en una de las principales preocupaciones de Campbell: la relación conflictiva con el padre. El cuento fue recuperado por la Revista de la Universidad de México en noviembre de 2014.
Hay en Cuadernos del viento otro relato suyo, que contrasta notablemente con toda su demás producción: “Infarto menguante”, narración experimental, homenaje y tributo a Remedios Varo, en la que el autor busca tejer un hilo narrativo entre varios cuadros de la pintora surrealista, que son tomados como escenas de una misma historia. Los viajes en paraguas que son barcas, la luna alimentada en una jaula, las frutas orbitando como planetas, los castillos lúgubres y otros motivos de Varo constituyen las escenas de una historia que, intencionalmente, avanza sin desarrollarse: como los cuadros entre sí, las secuencias del relato, salvo por la intervención de dos personajes recurrentes, resultan inconexas.
Campbell no volverá a salirse de los paradigmas del realismo sino hasta un episodio de Transpeninsular (2000) en el que dos tiempos se superponen sobre un mismo territorio. A mediados del siglo XX, el periodista Fernando Jordán emprendió un recorrido de norte a sur por la península de Baja California, para luego poner fin a su vida en La Paz. Casi medio siglo después, Esteban, el protagonista de la novela de Campbell, hace el mismo recorrido, pero en sentido inverso, en busca de sus huellas. Ambos se encuentran a mitad de la carretera Transpeninsular.
“El sol de la infancia”, aparecido en la Revista de la Universidad de México en 1968, clausura lo que podría llamarse una primera etapa temprana como narrador de Federico Campbell. Aquí no se encontrará todavía una anécdota plenamente desarrollada, sino que da la impresión de que Campbell sigue explorando paisajes interiores: más que un conjunto de acciones que constituyen una historia, el cuento retrata la vida de un hombre que, más allá de la edad madura, lidia en la casa de su infancia con su soledad y con el recuerdo (¿o la presencia?) de Milly, una niña o una adolescente que lo ronda, y que prefigura a la Beverly de Todo lo de las focas: ambas aparecen y desaparecen de súbito y tienen, por ejemplo, una especie de fascinación con las túnicas griegas. Se repiten aquí motivos presentes en “El olivo, el polvo”: el padre ausente y un olivo polvoriento. Aquí aparece por primera vez, explícita, Tijuana en la ficción de Federico Campbell.
De la narrativa breve campbelliana no se sabe nada más sino hasta 1982, con la plaquetteLos Brothers, integrada por dos de los cuentos que en 1989 se recogerían en Tijuanenses; y después de esta colección aparecieron otros tres cuentos suyos, en otra plaquette, quizá de muy limitada circulación y tiraje (del cual no hay mayormente información), bajo el título más bien cursi de Territorios sentimentales.
Estas colecciones pertenecen ya a un narrador que no sólo ha desarrollado un estilo propio, sino que domina más sólidamente su técnica narrativa. Aun cuando Campbell, en la dedicatoria que en una de las plaquettes de Territorios sentimentales le hace a Álvaro Cepeda Neri, define a los cuentos ahí contenidos como “de juventud”, se advierte en ellos más oficio que en los de la revista que primero le abrió las puertas como narrador, ensayista, traductor y poeta (hay también ahí un poema suyo: “No hablamos de nosotros”).
Dos de esos cuentos retratan relaciones amorosas enfermizas, y son muy similares entre sí. En el que da título a la plaquette y en “Metabolismo de la pasión” se utiliza el diálogo como único recurso narrativo. “Territorios sentimentales” recupera las conversaciones que tienen un hombre y una mujer en diversos momentos críticos de su vida de pareja, plenas de reproches, ruegos, descalificaciones, abandonos. En “Metabolismo de la pasión”, el protagonista escucha sin interrumpir, de voz de su interlocutor, cómo fue traicionado por él.
El tercero, “Octavia” (u “Ottavia”, según un podcast de Difusión Cultural de la UNAM, leído por Juan Stack), da cuenta del idilio de juventud que vivieron el narrador de la historia y la joven cuyo nombre da título al relato, desde el enamoramiento hasta la separación, viaje en tren mediante, casi inevitable en plena posguerra. Este cuento también constituye de alguna manera una rareza en la narrativa campbelliana, en tanto está ubicado en Bergün, Suiza: quizá sea el único relato de Campbell cuya acción transcurre fuera de territorio mexicano. En él parece haber influencia de Cesare Pavese, en especial de aquellos relatos en que rememora la vida adolescente, las últimas aventuras de juventud, el inicio de la madurez, el primer contacto con la realidad más dura y las primeras decepciones. Consta que Pavese fue lectura de juventud de Campbell: hay, en Cuadernos del viento, un ensayo del tijuanense sobre el piamontés.
“Octavia”, precisa Óscar Mata, ya había aparecido en julio de 1964 en el número 3 de la revista Mester, producto del taller literario de Juan José Arreola, junto con otro cuento suyo titulado “Las uñas mordidas”.
Los vericuetos de la cuentística de Federico Campbell terminan —o quizá no— con “Enterrar a los muertos”, relato incluido en una inesperada antología publicada por el Instituto Electoral del Distrito Federal en 2004, que incluye también textos de Ethel Krauze, Silvia Molina y Humberto Guzmán. En él, Campbell narra, desde la perspectiva de una psicóloga que brinda ayuda a las víctimas, el desastre tras los terremotos de septiembre de 1985 en la Ciudad de México.
Los vericuetos de la cuentística de Federico Campbell terminan —o quizá no— con “Enterrar a los muertos”, relato incluido en una inesperada antología publicada por el Instituto Electoral del Distrito Federal en 2004, que incluye también textos de Ethel Krauze, Silvia Molina y Humberto Guzmán. En él, Campbell narra, desde la perspectiva de una psicóloga que brinda ayuda a las víctimas, el desastre tras los terremotos de septiembre de 1985 en la Ciudad de México.
La voy a acercar a la ambulancia y vamos a tratar de que usted suba. Usted le tiene que hablar suavecito, como a un bebé. Y si lo puede apretar en algún lado que no esté herido, hágalo. Él va a entender, aunque esté dormido, que ya no está entre las piedras. […] No, aquí no está.
¿Cómo que no está? Si nosotros veníamos casi atrás de la ambulancia.
No está.
¿Dónde está? ¿Cómo nos dice que no está? No puede ser que nos tengan así.
Sálganse.
No, dice Lore. Nosotros venimos detrás de la ambulancia número ocho y nos dijeron que venían para acá.
Sálganse.
No me voy a salir.
¿Cómo que no está? Si nosotros veníamos casi atrás de la ambulancia.
No está.
¿Dónde está? ¿Cómo nos dice que no está? No puede ser que nos tengan así.
Sálganse.
No, dice Lore. Nosotros venimos detrás de la ambulancia número ocho y nos dijeron que venían para acá.
Sálganse.
No me voy a salir.
El caos de la narración, que pasa de la perspectiva del narrador a la de la protagonista, de una secuencia a otra, de un escenario a otro, recrea el caos de la ciudad el día de la tragedia, el desconcierto, la movilización, la desinformación, la incertidumbre, y la calma y la resignación que, al cabo de unos pocos días, subviene y permite aceptar que las cosas serán distintas, para siempre, de ahora en adelante.
¿Por qué estos cuentos no fueron incluidos en Tijuanenses? A primera vista, la respuesta podría parecer simple: salvo por “El sol de la infancia”, ni transcurren en Tijuana ni sus personajes son originarios de la ciudad fronteriza. No pertenecen a esa familia. Sin embargo, parece haber en la obra de Federico Campbell otro hilo conductor más fuerte que la pertenencia territorial: la tristeza, la melancolía, verdadero hilo conductor de su narrativa breve, si no es que de casi toda su narrativa y parte de su ensayística.
En Post Scriptum Triste, Federico Campbell dice a propósito de los cuentos recogidos en Tijuanenses que “Su publicación dispersa en revistas o libros, olvidados en alguna bodega, para nada afectó su condición de inéditos”. ¿Cuántas otras ficciones suyas esperan a ser descubiertas y desempolvadas en publicaciones de las que ya nadie se acuerda, mientras el tiempo sigue carcomiéndolo todo?