Noviembre/2013
Nexos
Roberto González Echevarría
Como no hemos tenido a un T.S. Eliot en América Latina o a un H.D.
Longfellow, Dante nunca ha llegado a convertirse en figura central de
nuestra moderna literatura y reflexiones críticas, como lo ha sido en
las letras norteamericanas y británicas.
*
Hay hasta quienes dicen que Dante es un poeta norteamericano. Pero sí
tuvimos al militar, político y poeta argentino Bartolomé Mitre
(1821-1906), que publicó una traducción en verso de
La divina comedia en 1889 (Casa Editorial Félix La jouane, Buenos Aires). Mitre fue un poeta de no poco talento y su
terza rima es
muy respetable, aunque no faltan ripios y barbarismos en su texto. Hubo
nuevas ediciones en 1891, 1893, 1894. La traducción se ha seguido
publicando y sospecho que es la que leyeron la mayoría de los escritores
e intelectuales latinoamericanos del siglo XX. Poseo tres ediciones: de
1839, 1946 y 1968. Uso aquí la de la Editorial Sopena, Buenos Aires, en
su cuarta edición de 1946. Mitre, que también tradujo a Horacio y al
propio Longfellow, fue, como es sabido, presidente de Argentina entre
1862 y 1868; me atrevo a decir que ha sido el único traductor de Dante
en alcanzar semejante posición política.
La obra de Mitre inició una tradición de traducciones de Dante en
Argentina, continuada en nuestros días por la de Antonio Jorge Milano,
publicada por el Grupo Editor Latinoamericano. El interés de los
argentinos por Dante debe reflejar la nutrida inmigración italiana al
Río de la Plata porque no lo iguala, que yo sepa, el de ningún otro país
latinoamericano. Jorge Luis Borges, el más argentino de los argentinos,
como es notorio, ha sido el más notable comentarista de Dante en lengua
española, pero a él no le hacía falta ningún incentivo histórico-social
para interesarse en un clásico como
La divina comedia.
En el caso de Alejo Carpentier, dado el período en que huellas de Dante
empiezan a aparecer en su obra, sospecho que fue José Lezama Lima y su
grupo Orígenes, con quien se asoció a principios de los cuarenta, que lo
llevaron a
La divina comedia, aunque tal vez también
Borges, a quien ya leía, como he demostrado en otra parte (1983). La
novela mayor de Lezama se intitula, después de todo,
Paradiso. Pero los años cuarenta son, además, para Carpentier, que había nacido en 1904, el “
mezzo del cammin della sua vita”.
Regresó a Cuba, en 1939, después de 11 años en París, y su vida y obra
tomaron un nuevo rumbo. Realizó entonces una revisión, revaluación, y
renovación de éstas, como detallé hace años en mi
Alejo Carpentier: The Pilgrim at Home (1977, hay dos traducciones al español).
La divina comedia pudo
haber sido el prisma a través del cual mirarse a sí mismo y sus
proyectos literarios, que versarían de ahí en adelante sobre la historia
latinoamericana y la cuestión de cómo se insertaba él en ésta.
Hay una razón fundamental por la que Carpentier se torna hacia Dante en
su obra madura. Carpentier se convirtió entonces, al igual que Dante, a
quien probablemente emulara, en un escritor enciclopédico, cuya obra
absorbe la totalidad de la cultura occidental, así como otras culturas
como la africana y la latinoamericana en el sentido más amplio. Antes
Carpentier se había concentrado exclusivamente en lo cubano, con una
inflexión africana. Pero de ahora en adelante su obra estará erizada de
precisas alusiones a la literatura, la pintura, la arquitectura, la
música, la teología, la filosofía, la astronomía, la astrología; una
cornucopia de conocimientos desplegada de la forma más abarcadora pero a
la vez detallada y específica. Ningún escritor latinoamericano, con la
excepción de Borges, podía hacer alarde de semejante erudición; pero,
mientras que el argentino escribió agudos ensayos sobre Dante, su obra
narrativa no posee las dimensiones monumentales, dantescas, de las del
cubano. Digo monumental en el sentido metafórico, pero también en el más
literal posible porque las nuevas narrativas de Carpentier, como
La divina comedia,
despliegan una estructura arquitectónica que se refleja a su vez en los
importantes edificios minuciosamente descritos e incorporados a la
trama. En suma, Carpentier pudo haber visto en Dante un modelo a seguir
en la composición de su obra, que ahora, y por el resto de su vida, la
mueven las más elevadas ambiciones intelectuales y estéticas.
Hay tres períodos perceptibles en el proceso de asimilación de Dante por
Carpentier, durante una carrera literaria que se inició en los años
veinte y terminó con su muerte en 1980. El primero va de mediados de los
cuarenta a mediados de los cincuenta, cuando los libros importantes de
Carpentier empezaron a salir: novelas como
El reino de este mundo (1949),
Los pasos perdidos (1953),
El acoso (1956) y la colección de relatos
Guerra del tiempo (1958). El segundo abarca los sesenta y principios de los setenta e incluye novelas como
El siglo de las luces (1962),
El recurso del método (1974),
Concierto barroco (1974) y el cuento largo o novela corta
El derecho de asilo (1968). El tercer y final período consiste de una relativamente breve novela,
El arpa y la sombra, que apareció en 1978, dos años antes de la muerte de Carpentier, y
La consagración de la primavera,
del mismo año, una novela autobiográfica malograda de considerables
dimensiones que no gozó de una recepción crítica positiva. Esta postrera
novela, que sufre por ser la autobiografía que Carpentier nunca se
atrevió a escribir, torpemente transformada en prolija ficción, cae
fuera de mi foco de estudio aquí, pero hay en ella también rastros de
Dante. Un personaje secundario, el alardoso y gárrulo José Antonio,
exclama: “Eso del amor sublime, inmaterial, es una pendejada que inventó
Dante, porque tenía una fijación con una niña de nueve años llamada
Beatriz. Prevenido, el poeta prefirió escribir
La divina comedia
a ser encarcelado por el delito de corrupción de menores” (pp. 389-90).
Y una de sus protagonistas, la rusa Vera, alude al principio del
Infierno en
una de sus cavilaciones literarias, cuando dice: “me interesaba por
saber si aquel que se había extraviado en una selva obscura al alcanzar
el medio tránsito de su vida, había podido salir del atolladero, a pesar
de las tres alimañas que lo molestaban” (p. 460). Se trata de meras
alusiones de pasada sin mayores consecuencias. El rastro importante de
Dante en este último período de la vida de Carpentier es el que aparece
en
El arpa y la sombra, obra maestra del final de su carrera.
El efecto más importante de Dante sobre Carpentier data de los años
cuarenta, en las narraciones que eventualmente aparecerían incluidas en
Guerra del tiempo y muy en particular su primera gran novela
El reino de este mundo.
Fue entonces cuando la obra del novelista adquirió profundidad,
revelando una ambición profunda de trascendencia en sus temas, y el
empeño de dejar atrás las modas efímeras de la vanguardia, sobre todo el
surrealismo. El aspecto más visible de ese “efecto Dante” fue la
compleja estructura numerológica manifiesta en las nuevas narrativas y
la tendencia a la alegoría; esta última se convertiría en su rúbrica, y
algo que algunos considerarían anacrónico en un autor moderno surgido de
las vanguardias, ya que la alegoría parecería atar sus textos a
sistemas fijos de significación. Ambas tendencias generaron ficciones
rigurosamente construidas con intrincadas y coherentes arquitecturas, y a
veces personajes con o sin nombres (
El acoso,
Los pasos perdidos), o con nombres genéricos (
El siglo de las luces,
El recurso del método) que parecen representar cualidades abstractas, oficios, o simplemente el Hombre, como en un auto sacramental calderoniano o
La divina comedia.
La estructura numerológica incorporaba no sólo la construcción interna
de las narrativas, tales como la cantidad y el número de los capítulos,
sino además las fechas de los acontecimientos históricos que narran. Las
correspondencias integraban no sólo esas fechas sino el número de años
que separaban a los sucesos relacionados al número de capítulos y al
número de los capítulos, y la alegoría abarcaba no sólo el nombre de los
personajes sino alusiones explícitas al año litúrgico.
En
La divina comedia semejante estructura reflejaba el
orden del universo y por lo tanto el armonía cósmica creada por Dios.
Carpentier, en cambio, le atribuye el complejo diseño de
El reino de este mundo a
una fuerza telúrica que él denominó “lo real maravilloso americano”,
que, sugería en el prólogo se expresaba a través de él, no debido a un
esfuerzo creativo individual suyo. Esta es la marca de esa primera gran
novela,
El reino de este mundo, pero también de
relatos como “Viaje a la semilla”, “Semejante a la noche” y “El camino
de Santiago”, publicados en revistas durante los años cuarenta y
recogidos en
Guerra del tiempo. (Todo esto lo documenté y estudié hace años en
Alejo Carpentier: The Pilgrim at Home.)
Se trata de un esquema evidentemente dantesco, especialmente si además
tomamos en consideración el concepto providencialista de la historia en
la obra del florentino, que sobrevive en Carpentier, con variantes
laicas pero poco estrictas (por ejemplo no se trata nunca de un
milenarismo marxista), a lo largo de toda su obra.
El diseño arquitecto-alegórico también figura en estas narrativas de los
años cuarenta, cincuenta y principios de los sesenta, y las que siguen,
de manera refleja en los múltiples edificios imponentes que aparecen en
ellas, que figuran como emblemas del texto mismo y sus sólidos vínculos
con sistemas de significado. (No carece de interés que el padre de
Carpentier haya sido arquitecto, y que él mismo haya iniciado estudios
de arquitectura en la Universidad de La Habana, que tuvo que abandonar
por razones económicas.) En
El reino de este mundo las
majestuosas fortalezas de Henri Christophe, La Ferrière y Sans Souci,
desempeñan papeles relevantes en la trama, tanto como evidentes alardes
de su poder político como construcciones que representan el propio yo de
Carpentier y el montaje de la novela misma. Tras su muerte, Christophe
termina emparedado en uno de los muros de su fortaleza La Ferrière, lo
cual sugiere su consubstancialidad con estos edificios y la de éstos con
el texto que leemos. Estos monumentos representan una especie de
archtextualidad,
figuraciones fundacionales de la composición de estas narrativas. El
más significativo edificio desde un punto de vista gráfico es la mansión
de “Viaje a la semilla”, que ha sido demolida cuando abre la narrativa,
pero que se va reconstruyendo a medida que el relato se desarrolla,
retrocediendo en el tiempo, en lo que constituye una evidente imagen de
la elaboración del texto mismo. Éste está compuesto mediante una
rigurosa numerología como la de
El reino de este mundo:
los números de los capítulos, el número de capítulos, la edad del
protagonista en cada momento, y cualquier sistema reductible a
guarismos, como el calendario o la música, se enlazan entre sí como los
fragmentos de la casa que va siendo rehecha.
Pero este tipo de esquema hace crisis en dos novelas que Carpentier publica en los años cincuenta:
Los pasos perdidos y
El acoso.
En la primera, que muchos consideran la obra maestra de Carpentier, el
protagonista-narrador, un musicólogo, emprende un viaje por la selva del
Orinoco (aunque no se nombra, lo cual contribuye a su carácter
alegórico), en busca de unos instrumentos musicales primitivos, que en
realidad constituye una exploración de los orígenes del tiempo y de la
cultura humana. El personaje se ve atrapado en el tipo de red
numerológica imperante en las narrativas anteriores sin estar
consciente de ello, aunque él mismo es el narrador de su propia
narración. La ignorancia de su circunstancia se le hace evidente al
lector, en parte, por un error en las fechas del diario que el
protagonista lleva y que se incorpora al texto de la novela, una falla
interna que abre una perspectiva irónica.
La aventura del protagonista-narrador pronto se amplía con el inicio de
una relación amorosa con una mujer oriunda de la región llamada Rosario (
Rosa-rio),
de claros ecos dantescos. Como ésta aparece al final de su trayecto, su
destino, Rosario es una figura criolla de Beatriz, y su nombre parece
aludir también a la rosa mística que aparece casi en la culminación de
La divina comedia, en
Paradiso
pp. 30-32. Pero el romance del narrador-protagonista con Rosario
fracasa. El período menstrual de ésta llega en un momento inoportuno que
entorpece que hagan el amor, lo cual imposibilita que tengan un hijo
—ella lo tendrá más adelante con Marcos, un joven de la región—. El
protagonista-narrador no está en sincronía con los ritmos de la
naturaleza, de la misma manera que no lo está con la trama numerológica
en que está fraguada su historia, que él mismo cuenta. La penosa
travesía del autobiográfico protagonista-narrador está traspasada por
resonancias alegóricas y es reminiscente del inicio del
Infierno —de la
selva selvaggia—,
y los varios estadios de la historia humana representados en la selva
tropical que atraviesa se corresponden con otros lugares de la
Comedia.
Su fracaso al final, tanto de cumplir su misión como de componer un
treno, además de no poder regresar a la aldea en la jungla donde Rosario
se ha casado con otro, revela la naturaleza falaz de la red numérica,
que no lo conduce a la satisfacción personal o a descubrir el sentido
del tiempo, excepto que él no pertenece al que se manifiesta en los
ritmos naturales. La naturaleza y su vida no empalman y sólo puede
vislumbrar un futuro incierto en que la acumulación de los conocimientos
adquiridos en el pasado no será capaz de ofrecerle un fundamento o
guía. Sólo sabe que ha sido arrojado a la historia, cuya armazón
temporal y su inserción en ella todavía está por descubrir. En esto,
claro,
Los pasos perdidos difiere radicalmente de
La divina comedia, cuyo apoteósico final ya no es posible en la modernidad.
En 1956 Carpentier publicaría una novela corta,
El acoso, en que, como en
Los pasos perdidos,
habrá un contrapunto entre la organización numerológica del tiempo y la
historia y la conciencia del protagonista. La novela se adhiere al
calendario litúrgico marcado por la Semana Santa, y culmina con el
sacrificio del personaje, un activista político, que ha delatado a sus
compañeros y es perseguido y asesinado por éstos en una sala de
conciertos. En esto coincide la novela punto por punto con la cronología
de
La divina comedia, cuya acción empieza el Viernes
Santo y culmina el Domingo de Resurrección (aunque el poema en sí
empieza el Jueves Santo). Como en
Los pasos perdidos Carpentier ha engranado el tiempo narrativo y la música, aquí la
Quinta sinfonía de
Beethoven, que se interpreta en la sala de conciertos en la que se
refugia el acosado. Pero aquí el acoplamiento es aún más concreto porque
Carpentier sugirió que el tiempo de la trama coincidía con el de la
ejecución de la sinfonía. Pero hay una disyunción dramática entre la
conciencia del protagonista, cuya voz interior “oímos”, y el
desenvolvimiento de la acción, cuya concordancia desconoce, así como con
el ritmo de la música, una especie de cacofonía que refleja el sesgo
trágico del relato. Como en
Los pasos perdidos, hay un
fuerte contraste dantesco entre la ciudad, una Habana descrita en
detalles tangenciales pero precisos, y el campo, las provincias de donde
proviene el protagonista —es como el florentino, un exilado—. La
ciudad, con su monumental arquitectura empareda y petrifica al
protagonista-narrador y lo somete a los terrores de la política y su
inherente maldad, igual que los residentes del
Infierno. Hay también ecos de
La divina comedia en
el personaje de Estrella, la prostituta que el protagonista visita,
versión invertida de Beatriz y del mundo estelar del Paraíso donde ésta
aparece. Naturaleza e historia, e historia y conciencia no se armonizan,
como en
Los pasos perdidos. La gran novela que surge de esa revelación será
El siglo de las luces,
que es una crónica de la entrada de América Latina en la historia
moderna de Occidente como resultado de la revolución francesa. Los
movimientos políticos, no los ciclos naturales, serán los que de ahora
en adelante darán forma al tiempo en las narrativas de Carpentier.
Este giro decisivo será, a su vez, revisado en su ficción de los años
sesenta y setenta con el surgimiento de un Carpentier renovado, provisto
ahora de humorismo, sin duda porque ha internalizado la perspectiva
irónica de
Los pasos perdidos (no hay ironía ni comicidad en
El acoso). Tanto en
Concierto barroco como en
El recurso del método la estructura numerológica como la alegoría persisten, pero con una nueva inflexión. En
Concierto barroco
la historia es como una espiral ascendente en la cual los protagonistas
se elevan desde el siglo XVIII y la música de Scarlatti y Vivaldi hasta
el XX y el jazz de Louis Armstrong. Hay un sentido de liberación
inminente en ese movimiento, cuya inherente fluidez ablanda la dureza de
la alegoría y la arquitectura. En
El recurso del método
un dictador latinoamericano clownesco, que gobierna un innominado país
que representa a todos los países latinoamericanos, despilfarra su
fortuna y tiempo, mayormente en París, donde se codea con artistas e
intelectuales, entre otros, Gabrielle d’Annunzio. Un tosco ignorante, el
anónimo dictador, que sólo se identifica por sus extravagantes títulos,
alienta desorbitadas aspiraciones culturales. Obra que se asemeja en el
estilo a la ópera bufa, esta novela sobre el dictador de dictadores,
está también imbricada en un torbellino numérico que incluye el Tarot,
surrealista visión del futuro en sus permutaciones. Es un jocoso
andamiaje que representa el mundo político latinoamericano.
Concierto barroco y
El recurso del método son versiones paródicas del
Infierno y el
Purgatorio, pobladas de personajes con exagerados defectos de carácter, inmersos en un mundo carnavalesco.
Una de las más explícitas de estas ficciones de los sesenta y setenta en sus reflejos de Dante es una novela corta,
El derecho de asilo (1972), cuyo tema central es precisamente el del exilio, tan central en la vida y obra del autor de
La divina comedia.
El relato está ambientado otra vez en un arquetípico país
latinoamericano, con su dictador de turno. El protagonista es uno de sus
subordinados que, a causa de un golpe de Estado, se refugia en la
embajada de un país vecino en la capital del suyo. Allí permanece por
tanto tiempo que, a la larga, puede pedir la ciudadanía en ese país, que
a su vez lo nombra a él embajador en su propio país. Un exilado que
nunca ha abandonado su tierra natal, se transforma en extranjero por el
mero pasar del tiempo. Mientras se esconde en la embajada, el asilado
pasa el tiempo leyendo, meditando sobre el transcurrir de las horas, que
marca el tañer de las campanas de una iglesia cercana, y tratando de
seducir a la esposa del embajador. Esto último lo logra en una escena de
lectura (él le lee un pasaje lascivo del
Tirant lo Blanc) en que hay referencia explícita a
Infierno
V, el conocido episodio de Paola y Francesca: “y aquel día, a fuer de
pedante, diré que ‘no leímos más allá’ ” (p. 50). Falso exilado que
“sufre” una conversión risible, el innominado protagonista es un
peregrino que nunca abandona su patria, pero “regresa” a ésta
transformado en forastero. El relato es una parodia del gran tema de la
literatura occidental del exilio, tan presente en Dante, y de la
literatura latinoamericana en especial. El relato es uno de los textos
más humorísticos de Carpentier.
El cariz erótico de
El derecho de asilo aumenta en
El arpa y la sombra,
que es la obra más abiertamente inspirada por Dante de todas las de
Carpentier. Aquí las relaciones amorosas son nada menos que entre
Cristóbal Colón, el protagonista, y no otra que la reina Isabel de
Castilla, de quien recibe el futuro Descubridor el apoyo político y
económico para su ambicioso proyecto, inspirada por el fogoso idilio. La
novela es como una vasta alegoría burlesca en la que el nacimiento de
América es producto de este improbable amorío, una unión platónica
vuelta explícitamente carnal en la extravagante bufonada de Carpentier.
Es una empresa cumplida no en la apoteosis de la visión sublime de Dios
al final del
Paraíso, sino que culmina con la más
trascendental ruptura en la historia occidental desde el nacimiento de
Cristo, según Bartolomé de las Casas: el Descubrimiento del Nuevo Mundo.
En este burlesco nivel alegórico, América vendría a ser el fruto de
esta portentosa unión de protagonistas históricos.
Carpentier seguramente vio en Colón un descendiente del Ulises de Dante, que expía sus culpas en el canto 26 del
Infierno
por haber sobrepasado los límites del conocimiento de su época y
causado la inmolación de sus hombres en un naufragio al pie del monte
del purgatorio, víctimas de una tormenta. (Este es un episodio que pasma
por la forma en que anticipa
La tempestad de
Shakespeare y buena parte de la literatura del Caribe.) Ulises, que
Dante deriva de la tradición oral porque no había llegado a él
La Odisea,
es un transgresor, que embauca y embarca a sus compañeros con un falaz
pero hábil discurso animándolos a ir más allá de las Columnas de
Hércules, es decir, el Estrecho de Gibraltar. Dante lo presenta como
culpable no sólo por la catástrofe, sino por el abuso de la retórica,
del lenguaje, como haría, siglos más tarde, Colón para convencer a sus
amotinados marineros a seguir adelante hacia lo desconocido. Hay, de
todos modos, una cierta admiración por Ulises en
La divina comedia,
es una figura que reaparece y que evidentemente fascinó a Dante. Lo
mismo se puede decir del Colón de Carpentier. El novelista siempre alabó
al navegante en entrevistas y otras declaraciones, y se puede detectar
su identificación con él en esta novela.
Pero lo más patentemente derivado de Dante en
El arpa y la sombra
es uno de los relatos que enmarca la trama de la novela. En éste, Colón
y su camarada Andrea Doria aparecen como espíritus que flotan por el
Vaticano, observando el juicio en que se debate la beatificación del
Almirante, iniciada por el papa Pío IX, el otro protagonista de la
novela y de otro relato marco. Andrea y Cristóbal vuelan sin ser vistos
espiando el proceso durante el cual se sopesa y analiza una vasta
bibliografía sobre la vida y obras del Descubridor, y las porfías
provocadas por el abogado del diablo y otros que le imputan a Colón los
consabidos cargos de haber traído la esclavitud al Nuevo Mundo y abusado
de los nativos que allí encontró, algunos de los cuales (tanto en la
vida real como en la novela) Colón trajo contra su voluntad a España
para animar el espectáculo ambulante que montó para recaudar fondos para
sus próximos viajes. Los cargos más severos contra él son el haber
llevado una vida licenciosa que resultó en un hijo ilegítimo, que sería
la contrapartida, o el gemelo del Nuevo Mundo al nivel de la amplia e
hilarante alegoría sobre el nacimiento de América que
El arpa y la sombra encierra.
La beatificación se deniega y los dos amigos planean en retirada, con la
queja de Colón de que “me jodieron” (p. 202). El espíritu errante del
Descubridor alcanza el medio de la Plaza de San Pedro, epicentro de la
columnata diseñada por Bernini en el que convergen los radios del vasto
semicírculo, y se evapora en ese centro de centros que es Roma, punto de
reunión de todas las líneas del universo, la meta de todos los
peregrinajes, el final de todo viaje —todos los caminos conducen a Roma.
Así finaliza la obra.
La última parte de la novela, en la que transcurren estos episodios, abre con un epígrafe, en el original, del canto cuarto del Infierno (versos 31-32), donde aparece el Limbo, como para no dejar dudas sobre el carácter dantista de la ficción: “Tu non dimandi/ che spiriti son questi que tu vedi?”
(“¿No me preguntas/ qué espíritus son estos que tú ves?” —Mitre traduce
“Quiero que sepas que espíritus llorosos son esos que tú ves”— p. 23).
Pienso que la apropiación de Dante en El arpa y la sombra obedece
a un fuerte impulso autobiográfico y jocosamente autocrítico. No se
debe ignorar que cuando Carpentier terminó la novela era consciente ya
de que se moría de cáncer. En la novela, por lo tanto, medita sobre su
destino en la otra vida y su lugar en la historia de la literatura. ¿Qué
mejor punto para proyectarse en el más allá que en ese cónclave de
escritores famosos que sólo habitan este lugar del Infierno
porque vivieron antes del cristianismo, por lo que no pueden ser ni
condenados ni salvados, y que constituye una especie de salón de la fama
de la filosofía y literatura clásicas? Carpentier probablemente vio en
la invención de Dante un anticipo extraordinario de la situación y
actitud del escritor moderno, sólo que la falta de fe de éste no se debe
al accidente histórico de los individuos residentes en el Limbo. Vio
también —Limbo deriva de límite, de margen— la posición de marginalidad
respecto a las doctrinas que los modernos prefieren. Pensó, o quiso,
que él y los modernos tampoco merecieran el fuego temporal o eterno por
semejantes actitudes.
En Dante los condenados muestran una ambigua sonrisa, moderna en su
irónico despego, como expresando un juguetón menosprecio de sí que por
el contrario refleja su enorme presunción y orgullo. Carpentier sugiere,
me atrevo a pensar, que a él le gustaría sumarse a esa sesión
permanente de un coloquio dedicado a las obras de los presentes,
deambulando por el magnífico palacio que allí se eleva, como si hubiese
sido financiado justo para ese propósito por una generosa fundación
contemporánea, como el comité del Premio Nobel, por ejemplo. Porque en
todo este asunto del juicio de beatificación del Almirante se vela
también una broma para los enterados, porque es sabido que Carpentier
fue propuesto varias veces para el Nobel, pero que siempre lo eludió. A
eso es a lo que el “me jodieron” alude. Me impresiona la manera tan fina
con que Carpentier supo responder a semejante fracaso.
Otra broma para enterados en El arpa y la sombra, que
no fue descubierta sino hasta 15 años después de la muerte de Carpentier
en 1980, es que su identificación con el Almirante velaba otra condena
propia de resonancias dantistas. Colón es conocido no sólo por su famosa
hazaña, sino también por sus mentiras, las que les dijo a sus marineros
para apaciguarlos, sobre cuánta distancia habían recorrido, y otras
concernientes a sus orígenes, que han provocado innumerables conjeturas y
polémicas. ¿Cuál era la nacionalidad de Carpentier? En 1995 se supo que
había mentido a lo largo de toda su vida sobre su lugar de nacimiento
(ver mi libro Cartas de Carpentier). Siempre declaró
haber nacido en La Habana, el 26 de diciembre de 1904. Pero ahora se
descubrió que sí había nacido en esa fecha, pero en Lausana, Suiza.
Pienso que reconoció esta mentira mediante su identificación con Colón
quien, en El arpa y la sombra, confiesa sus propios
engaños mientras se prepara para confesarse en su lecho de muerte.
Carpentier también sabía que sus días estaban contados y sospechó que su
mentira sería a la larga descubierta.
La novela no podía haber alcanzado la grandeza de La divina comedia, pero el resumen y balance que Carpentier hace de su vida en El arpa y la sombra,
que incluye las ficciones en que ésta se basaba, es una apoteosis digna
de sus ansias de trascendencia, aun cuando su espíritu se deshace en
ese cómico “puff” final, al desvanecerse en medio de la columnata de
Bernini, una consumada unificación de ser y arquitectura, como la de
Christophe en su fortaleza.
Los escritores mayores latinoamericanos dialogan con los grandes autores
de la tradición occidental, no sólo con sus coterráneos. En el caso de
Dante, no sólo Borges y Carpentier, sino también Neruda, Paz y sobre
todo Rulfo y Lezama Lima también incorporaron la visión del florentino a
sus obras, dándoles de esa manera un peso y alcance que no habría
tenido de otra manera. No podía ser de otra manera. Por laicos que sean
todos esos escritores, escriben en la estela de una tradición artística e
intelectual que es en su origen católica, con todo lo que tiene ésta de
rescatable aún en la modernidad. Lo irónico es que con Eliot,
Longfellow y tantos otros, Dante haya llegado a ser una presencia tan
importante en las letras anglosajonas. Tal vez se deba a una nostalgia
por el orden y sentido de la literatura medieval en sus más altas
manifestaciones.
Bibliografía
Alighieri, Dante,
La divina comedia (traducción de Bartolomé Mitre), cuarta edición, Sopena, Buenos Aires, 1946.
Carpentier, Alejo,
La consagración de la primavera, Siglo XXI Editores, México, 1978.
González Echevarría, Roberto,
Alejo Carpentier: The Pilgrim at Home, Cornell University Press, Ithaca, 1977. (Hay dos ediciones en español,
Alejo Carpentier: el peregrino en su patria, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1993, y
Alejo Carpentier: el peregrino en su patria, segunda edición, Gredos, Madrid, 2004.)
González Echevarría, Roberto, “Carpentier, crítico de la literatura hispanoamericana: Asturias y Borges”, en
Isla a su vuelo fugitiva: ensayos críticos sobre literatura hispanoamericana, Porrúa, Madrid, 1983, pp. 179-203.
Mazzotta, Giuseppe, “
Paradiso en el
Paradiso”, en
Cuba: un siglo de literatura, coordinadores Anke Birkenmaier y Roberto González Echevarría, Colibrí, Madrid, 2004, pp. 147-63.