Mayo/2012
Nexos
Margarito Cuéllar
Juan Domingo Argüelles ha dicho que nadie está obligado a leer a los
jóvenes por el solo hecho de vivir una etapa de la vida que es al fin y
al cabo una enfermedad pasajera. Lo dijo con otras palabras, aunque en
el fondo la poesía joven es más un adjetivo que sinónimo de vitalidad,
energía pura, juego, ánimo experimental, provocación y desafío formal y
temático. Si atendemos a la edad, el amasijo hecho por jóvenes,
maduritos y viejos en nombre de la poesía sólo tiene dos resultados:
colgarse de las amarras del tiempo o del libro de arena del olvido.
¿Cómo interpretar las edades de la poesía? ¿Por los años vividos o por
el tono de un poema? ¿Por la energía para subirse a un escenario y
desternillar de risa al auditorio? ¿Por las fronteras de una
convocatoria para una beca, un premio o algún otro estímulo a costillas
del proteccionismo oficial?
Hay puntos que parecen cruzar las líneas generacionales de la poesía
mexicana escrita por jóvenes: a) El pasado es anacrónico; una vez
reciclado y exprimido es inevitable oprimir delete, o guardar, no vaya a
ser que el futuro reclame su atención. b) El lector es lo de menos —no
hacen falta hipócritas-semejantes-hermanos—; para retroalimentarse no
hay más ruta que la del propio poeta, habitante plenipotenciario de su
propia república. c) La estafeta, entregada de manera voluntaria o por
la fuerza, incluye un kit completo de vicios —herencia maldita de los
grandes centros urbanos—, enemistades, trampolines para alcanzar la
fama, palabras clave para reseñar la obra del compañero de círculo, o si
se puede premiarlo. d) ¿A quién le importa que la poesía no se venda?
Los subsidios no tienen complejos, la edad no estorba para merecerlos.
Una larga lista de nombres. Atisbos, promesas, reafirmaciones, señales
de humo: poetas nacidos en los años setenta y ochenta. Echarse un
clavado en el bosque y encontrar los claros requiere vocación
masoquista. De la selva en llamas emergen poemas, algunos versos,
detectives salvajes que se hacen visibles en la niebla.
Las promesas de ayer avanzan de manera vertiginosa a una madurez en la
que tienen que elegir entre ser becarios de por vida, pasando del
Kindergarten (becas estatales) a las categorías Boy Scout (cachorros del
Fonca o de la Fundación para las Letras Mexicanas) y de ahí el salto a
la categoría Pantalones Largos: el Sistema Nacional de Creadores, donde
hay la posibilidad de alternar: primero beneficiario, después miembro
del jurado.
Y ojo, el currículum se mama en la cuna; la altura no se alcanza de un
salto, los grandes no nacen por generación espontánea: premios de
poesía, una primicia editorial, competir con los de la fila de atrás
arrebatándoles, ¿por qué no?, la estafeta de estímulos mayores.
Brújulas
Algunas brújulas orientan al viajero. En 2002 apareció la controvertida
El manantial latente de Ernesto Lumbreras y Hernán Bravo Varela. Del
mismo año es Árbol de variada luz de Rogelio Guedea. Un orbe más ancho
(2007) de Carmina Estrada. Al año siguiente Luis Felipe Fabre hizo su
apuesta con Divino tesoro, al que siguieron Mar de vértigos de Alberto
Trejo (2008) y El oro ensortijado, poesía viva de México de Mario
Bojórquez, Alí Calderón, Jorge Mendoza y Álvaro Solís (2009). 20 años de
poesía, selección e introducción de Jorge Fernández Granados (2010),
agrupa a los jóvenes creadores del Fonca. Daniel Téllez reunió algunas
voces en Esas distancias de algo (2010); lo mismo hicieron Iván Cruz
Osorio, Benjamín Morales y Manuel de J. Jiménez en Región de ruina.
Generación literaria del Bicentenario (2010) y el arriba firmante,
acompañado en la aventura por Luis Jorge Boone, Mario Meléndez y Mijail
Lamas en Vientos del siglo (UNAM, 2012).
Los que iniciaron con el vértigo de los 20 años hace un par de décadas:
Luigi Amara, María Rivera, Kenia Cano, Luis Enrique del Ángel, Rogelio
Guedea, Álvaro Solis, Balam Rodrigo, Ricardo Venegas y Luis Felipe
Fabre, aportan un legado que se solidifica y a veces se diluye. O se
revierte en géneros como la narrativa, en el caso de Julián Herbert y
César Silva Márquez.
Galería de voces
El lector abre Cabaret Provenza (colección Centzontle del FCE, 2008), de
Luis Felipe Fabre (1974) y advierte que el autor “…es considerado como
uno de los mejores poetas hispanoamericanos de tiempos recientes… posee
una voz indiscutible y notablemente única en la poesía contemporánea de
nuestra lengua”. El poeta —dice la nota— concibe el poema como “lo
prefiguró Mallarmé”, posee la geometría versal del desamparo de José
Asunción Silva y las breves estrofas de Emily Dickinson; se le compara
con Décio Pignatari, Haroldo de Campos y sus versos emparentan con los
mejores de Lezama Lima y Gonzalo Rojas.
¿Afán por canonizar lo que se hace visible o mercadotecnia editorial? El
libro no lo necesita pues los lances de Fabre —equilibrista del poema—
son tan arriesgados que lo mismo va por la cuerda floja del discurso
popular que por la red de una escritura nerviosa, juguetona y nunca
acartonada:
Grandes pechos los de estas meseras
[comestibles:
sus nombres están tatuados en la
[corteza de los árboles
y en los corazones de los traileros.
Los nacidos de la mitad de los años setenta en adelante parecen imprimir
a su poesía una fuerza mayor. Desde Legión (2003), Luis Jorge Boone se
muestra como un poeta maduro: “Convencido de decirlo todo;/ de nombrarlo
todo./ Explico en lengua de reyes/ —meticuloso y principal— la
intención de mis versos./ Señalo la salida del laberinto,/ paso revista a
este ejército de cosas/ sin dejar ventanas abiertas al ladrón”. Todo
para el poeta coahuilense es el desierto, la palabra, la infancia, los
muertos que se cargan a la espalda, las mujeres, las sombras, los sitios
habitados. Con Galería de armas rotas (2004), Traducción a lengua
extraña (2007), Novela (2008) y Los animales invisibles (2010), Boone se
reafirma como una voz sólida de variados registros, inmersa en la
tradición y la búsqueda de atmósferas nuevas. Para él “todo limbo es
ninguna parte” y lo mismo nos exhibe en su galería una retrospectiva de
animales invisibles que el concierto de un pianista frente al mar: “El
pianista posa sus manos sobre las teclas y las olas del mar se detienen a
escuchar el vals que recorre en su palma la línea del destino”.
Otro norteño, Francisco Alcaraz, apuntala su poesía hacia un entorno
urbano en el que el día transcurre como “un hermoso escombro del
espíritu”. Se mueve del río de la prosa al verso libre para negar la
ciudad misma. La memoria del dolor y la evocación al padre y a la madre
desde las entrañas del tiempo. Autor de La musa enferma (2003), Alcaraz
construye sus poemas con los escombros del tiempo y cuando el amor se
hace presente e ilumina la página es menester salir en llamas y sin
posibilidad de retorno.
El acercamiento de Hernán Bravo Varela (1979) —como lector y traductor— a
la obra de William Shakespeare, Emily Dickinson, Gerard Manley Hopkins,
Oscar Wilde, E.E. Cummings y William Carlos Williams, hace que su
poesía se aleje del estruendo y ofrece pequeñas acuarelas que sugieren
el color más que pintarlo.
Óscar de Pablo (1979) se da a conocer con Los endemoniados (2004), al
que siguieron Sonata para manos sucias (2005) y Debiste haber contado
otras historias (2006). Abreva en la crónica y en la anécdota, y desde
la ciudad traza un imaginario en la que el humor corroe a su blanco:
“Observemos a este/ depredador hambriento que se acerca:/ es un poeta
joven de género bucólico/ que apenas ha aprendido a cazar por sí solo”.
Poeta de la conversación y el lenguaje directo, del soneto en prosa y la
elegía, De Pablo es dueño de un ritmo preciso y lejano a la retórica y
al sueño barroco. Algunos de sus versos recuerdan al mejor Efraín Huerta
y a César Vallejo, aunque pronto toma aire y traza su propio vuelo con
ánimo fresco y luminoso.
Eduardo Saravia (1977), autor de Memoria de la noche (2008) e Historia
natural de la sombra (2010), plantea un escenario sombrío, más no por
ello carente de intensidad. Sus referentes son la infancia y el entorno
familiar, el miedo, el delirio, la enfermedad; todo al servicio del
poema y no del lamento. Las cosas —un vestido blanco y triste en el
armario, por ejemplo— renacen como reliquias de un pasado en el que todo
parece al borde del abismo.
Eduardo Padilla (1976) ha escrito de Wang vector (2003) y Zimbabwe
(2007). De trazos complejos, su poesía huye del elemento inmediato y se
refugia en las leyes de la termodinámica o de la gravedad. “Desean tirar
del arco./ Desean tirar del arco y que la flecha silbe y que la cuerda
cante”, escribe en “Un ave cae”. Poemas como “Auto-retrato con escuadra”
parecen emerger del hiperrealismo: “Tomaré mi escuadra y tocaré el arpa
en silencio,/ como quien finge decir algo urgente detrás de un cristal
blindado”.
¿Poesía kamikaze o balas de salva? Los mejores textos de los nacidos en
los setenta contienen recetas de cocina, elementos de la ciencia,
retratos rotos de familia, sombras de hospitales, cuartos de hotel,
escuadras listas para ser disparadas, vértigo, sopor, abismos luminosos,
fiebre, prisa, desencanto, pesadillas, sueños a color y en blanco y
negro.
Leer a Jair Cortés (Tlaxcala, 1977), como dice Luis Jorge Boone, implica
sumergirse en los infiernos interiores: “Yo no conocí el odio como se
conoce al árbol./ No lo conocí en la raíz de la traición/ ni supe de él/
por los frutos de la venganza./ Yo conocí al odio en el espejo”.
Generación abundante. Ahí están Maricela Guerrero y Javier Villaseñor
(1977); Jocelyn Pantoja, Andrés Cisneros de la Cruz, Omar Pimienta y
Hugo García Manríquez (1978); Mijail Lamas, Yohana Jaramillo y Minerva
Reynosa (1979).
Maricela Guerrero escribió Se llaman nebulosas (2010). Mapa conceptual
con un trazo entre prosa y verso libre muy firme que explora el interior
de la mujer, el alumbramiento, los cuerpos (el del poema y el físico).
Dice en “Anamnesis”: “Tu padre era un pasillo encendido,/ de la tierra
vino, unos ratitos andando y otros a pie: llegó de golpe, como el
invierno y su cuchillo de escarcha”.
Fragmentos de canciones y de refranes, hilos de vida tatuados en la
corteza de la memoria, exploraciones, hospitales, clavos, nebulosas,
florescencias, los textos de Marcela, autora también de Desde las ramas
de una guacamaya (Bonobos, 2006), abordan un tren en marcha vertiginosa,
cruzan fronteras y se abisman hasta salir de pie y por la puerta
principal del poema.
Y mientras los textos de Minerva Rey-nosa se centran en la
reconstrucción del entorno urbano (Atardecer en los suburbios, 2011)
mediante una poética emergente, la tijuanense Yohanna Jaramillo
(Pacíficos, 2007; Yohismos y Trotamentes, 2010) en Diarios del este
(2011) le da voz al narcocorrido, al mar invadido de basura y a las tres
leyes de la robótica. Escribe en “Gente nueva”: “Un Chapo debe obedecer
a las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si esas órdenes
entrasen en conflicto con la primera Ley./ Un Mayo debe proteger su
propia existencia en la medida en que esta protección no entre en
conflicto con la primera o la segunda Ley./ Y uno en medio de la guerra
vendiendo dulces/ a los próximos muertos tapándoles baches,/ a los niños
sin sonrisa vendiéndoles de a peso,/ vendiendo, enterrando
gerundiamente/ la dulce muerte”.
Irrupción multitudinaria
Lo que viene son otros jinetes, nuevos corredores de fondo. Entre los
nacidos en la primera mitad de los ochenta destacan: Iván Cruz Osorio
(1980): Tiempo de Guernica (2005), y Rubén Márquez (1981): Pleamar en
vuelo (2010). Cosecha 1982 son Alí Calderón: Imago prima (2005) y Ser en
el mundo (2008), Sergio Loo: Claveles automáticos (2006) y Sus brazos
labios en mi boca rodando (2007), Rodrigo Castillo: Espacio de
resistencia (2007) y Panthone 8602 (2011), Óscar David López: Gangbang
(2007), Perro semihundido (2008) y Roma (2009), Anaïs Abreu: Isla
perdida, Isla del dragón y Pelo corto (2008), y Claudina Domingo:
Tránsito (2011).
Manuel Becerra: Cantata castrati (2004), e Inti García Santamaría:
Recuento al final del verano (2000), Corazoncito (2004) y Nunca Cambies,
poemas 2000-2010, nacieron en 1983; de Daniel Saldaña París (1984) son
los poemarios Esa pura materia (2008) y La máquina autobiográfica
(2012).
La segunda camada de esta generación, nacidos en 1985, la componen
Aurelio Meza: Sakura (2008), Alejandro Albarrán: Ruido (2012), Yaxkin
Melchy: Nada en contra (2005), El nuevo mundo (2008), Ciudades
electrodomésticas (2009) y Los poemas que vi en un telescopio (2009),
Karen Villeda: Tesauro (2010), Christian Peña: De todos lados las voces
(2008) y El síndrome de Tourett, y Chiristian Barragán: De un oscuro
oleaje (2008).
Manuel J. Jiménez: Los autos perdidos (2008), y Karen Plata: Mamá es una
nave (2007), son de 1986. De 1988 son Eduardo de Gortari: Singles
/05//08 (2008) y La radio en el pecho (2010), y Daniel Malpica:
Paréntesis (2008). Nacidos en el 89 son Ghita Corzo, Luis Arce y Krishna
Avendaño: Una ciudad transgénica (2009).
Alí Calderón nos entrega poemas luminosos que abrevan en la tradición.
Claudina Domingo traza el propio plano de una ciudad en ruinas: “la de
los palacios/ …cáncer de menudencias, que al desconocer su miseria
(viola las arcas del sol) todos los días”.
Karen Villeda hace del lenguaje matemático un apunte sonoro y visual que
perturba gratamente al oído, juega con el léxico y no se conforma con
lo establecido.
De Rodrigo Castillo, nos dice Marcello Pellegrini: “Entre la lírica y el
desenfado quiere dar en el blanco de una nueva sensibilidad poética.
Nuestro poeta sabe que ya no estamos en la vanguardia, y que la
tentación de lo nuevo no puede ser sino irónica”.
Yaxkin Melchy es una especie de medium de las galaxias y produce poemas
que pasan de la exaltación al desencanto a un ritmo vertiginoso y
sensorial: “Un niño solitario de hoy/ es una tumba llena de petróleo”.
“Las estrellas de este país son periódicos quemándose en una enorme
hoguera mientras bailamos y los adultos nos dan la espalda”.
Eduardo de Gortari afina su oído musical y nos recuerda que la poesía y
el canto nacen juntos, que es posible, desde la nostalgia y el abandono,
ser coloquial sin perder la forma: “Pero en estos mismos días de pobres
diablos e imbéciles bien intencionados pondré aquí el mejor panfleto el
mejor voto el mejor poema”.
A los 21 años Víctor Ortega Chávez e Iván Ortega López son el germen de
nuevas voces que irrumpen en el escenario de la novísima poesía. Víctor
ha publicado cinco poemarios, entre ellos Presagios en la nieve y Tumbas
en el cielo; Iván fue incluido en el libro Paraíso en llamas y forma
parte de los colectivos Devrayativa y La Red de los Poetas Salvajes.
Las nuevas voces van por los caminos de la poesía con un dejo de cinismo
y desencanto, algunos de ellos venden o regalan sus poemas en el metro,
elaboran artesanalmente sus cuadernos de poesía, nadan contra la
corriente en el río revuelto de un presente incierto, “leen a sus
contemporáneos y se apoyan creando colectivos, ofreciendo talleres,
colocando links en sus blogs que llevan a las páginas de otros poetas,
de revistas, de convocatorias, becas y premios. No temen a las nuevas
tecnologías, entre las cuales se encuentra, por supuesto, internet, pero
también se valen del video o la música para aproximarse a sus lectores,
para alejarse de la solemnidad y crear así breves performances” (Ericka
Montaño, La Jornada, mayo 17/09).
Posdata
Las apariencias engañan. En México hay sesentones que ya no se cuecen al
primer hervor y escriben una poesía lúdica, desinhibida, hiphopera y
transgresora; que hablan de poesía transhistórica, de soportes no
convencionales, anulación del yo lírico y desgramaticalidad, muy al
estilo del Spoken Word, los Slams Poetry, el performance y toda forma
poética realizada mediante soportes no convencionales. Lo mismo que
chavitos de 20 imitando a los señores no sólo en el vestir y el andar
sino hasta en la forma de hacer poesía y de ejercerla en sociedad.
“Una juventud mansa y estudiosa cuya única ambición consistía en
aprender lo más rápidamente posible la madurez de los mayores. ¡Ah, no
ser juventud! ¡Ah, tener una literatura madura!”, diría Gombrowicz.