jueves, 9 de octubre de 2014

Revueltas, el ángel caído

Octubre/2014
Nexos
Álvaro Ruiz Abreu

A la chingada cualquier creencia en absolutos!
Los hombres se inventan absolutos, Dios, Justicia,
Libertad, Amor, etcétera.

—José Revueltas

Si es cierto que el agnóstico es el que niega todo absoluto y por tanto es un ateo, un rebelde que no cree, José Revueltas (1914-1976) lo es de sobra; en su naturaleza parecía latir esa paradoja entre la esperanza y la desesperanza, entre la fe y el escepticismo; y eso podría explicar por qué fue blanco de tanto ataque verbal despiadado en que se le pedían cuentas de índole ideológica, ética y hasta personal. El aura que rodea su vida no es grata sino desdichada pero con ella vivió y pudo ponerla en la balanza de sus acciones, asumiéndola con entereza y honestidad. Se ha visto en sus relatos la exposición de una herejía, o bien la búsqueda de un mundo en rebeldía, como sea, es preciso recordar que en las páginas de sus libros se impugna el orden, el mundo como está y los absolutos en que se apoya la sociedad para sobrevivir. Elena Poniatowska lo llamó el ángel rebelde, o sea el ángel caído que se rebela y es señalado como encarnación del mal; Christopher Domínguez Michael, taumaturgo y hereje, y recuerda la frase de Gregorio en Los días terrenales: “el hombre no tiene ninguna finalidad”. Carlos Eduardo Turón descubrió en Revueltas un agnóstico que había nacido para el sufrimiento. Con todo, sus convicciones lo llevaron en varias ocasiones a un callejón ideológico, social y literario sin salida, desde el cual respondió a las  agresiones.
Revueltas no empezó a ser objeto del debate y de la crítica después de su muerte ni a raíz de los ataques que soportó en 1950 por su obra de teatro El cuadrante de la soledad, y por Los días terrenales, la novela condenada por la secta de sus propios camaradas, hijos del estalinismo.1 En este sentido, parece que su sino fue la indeterminación, la negación del tiempo que marca el calendario. Desde que aparece su nombre en periódicos, suplementos, enseguida en las portadas de sus primeros libros, se levanta como una nube espesa el comentario que elogia o condena las letras de este ángel rebelde la consigna que intenta borrar las tesis que esbozan sus personajes, la polémica provocada por su tendencia a la redención social y a considerar el sufrimiento como esencial a la condición humana. Los primeros textos pertenecen a los últimos años del cardenismo, 1938 y 1940, en que el periodista, desde las páginas de El Popular, El Nacional y otras publicaciones, quiere cambiar la conducta y el ejercicio de la prensa que consideró anquilosada por sus prejuicios y su falta de estilo, y de contenidos relevantes. Esto es solamente un ejemplo de una vocación casi innata: intentar a toda costa modificar la realidad, cambiar el curso de los acontecimientos y transformarlos. Y la historia iniciada entonces no creo que tenga un final, es larga y abrupta y llega a su centenario de 2014, en que su obra, en lucha con la crítica e irreductible, contestataria, sus textos, combativos y polémicos, se ponen en el escenario de la cultura nacional bajo la mirada de los lectores. Junto a Efraín Huerta y Octavio Paz, hijos del mismo año de 1914 y amigos entrañables del autor de Dios en la tierra, Revueltas es el más inconforme, el enemigo de la permanencia, consciente de que no vería jamás un mundo feliz sino desdichado. José Alvarado (1911-1974) escribió una de las mejores semblanzas sobre su amigo: “La vida de José Revueltas es la más accidentada de todos los escritores mexicanos contemporáneos. Conoce la miseria y, en horas fugaces, la opulencia; pasa, adolescente, por las cárceles correccionales, víctima de la persecución política y, joven, por toda clase de prisiones, debido a idénticos motivos, desde la sucia celda en un poblacho hasta las siniestras clausuras de las penitenciarías. Sufre dos veces confinamiento en las Islas Marías, acusado de subversión. Habita en barrios miserables y es huésped en arrabales de hampa y de vicio. Milita varios años en el Partido Comunista y es expulsado por sus puntos de vista. Se le arroja hasta de instituciones fundadas por él mismo. Viaja por todo el país en vagones de segunda, a pie o en omnibuses paupérrimos. [...] Es proscrito y vilipendiado, recibe ofensas y humillaciones. Recorre el mundo, en parte como pasajero clandestino, en parte como escritor aventurero. Penetra en el mundo del cine, ofrece lecciones, pronuncia discursos, desempeña humildes tareas burocráticas. Escribe, escribe, escribe”.2
Revueltas es muchos hombres a la vez, como dijo él mismo de su hermano Silvestre, luchador social, perseguido por sus ideas, encarcelado una y otra vez,  militante que a los 21 años de edad —en 1935— hizo un viaje de seis meses a la Unión Soviética, escritor prematuro de novelas y cuentos, autor dramático, guionista de muchas películas ya “clásicas” del cine mexicano, notable ensayista y el cronista de momentos cruciales de la cultura. Escribió sin tregua, como escritor de tiempo completo, pero sin becas ni subsidios del Estado. Vivió en la hoguera de su generación y de la ideología que adoptó, lo que tal vez ayude a explicar la personalidad tornasolada, como la del axolote de Roger Bartra, que vio a estos reptiles como un misterio, “son un nudo de signos extraños”. Cada texto salido de su pluma es una invitación a la discusión y el debate, una asamblea, una muestra elocuente de un estilo original, obtenido de los rincones de la experiencia, que Harold Bloom llamaría canónica. En septiembre de 1973 murió el poeta Pablo Neruda, amigo de la familia Revueltas, colega y correligionario de Silvestre, y José Revueltas escribió una “Carta de José Revueltas a Pablo Neruda”, que de epistolar tiene muy poco pues se trata en realidad de un poema en prosa que su autor, arrodillado en la humildad franciscana que lo caracterizó, llamó “carta”. Parece un texto enviado a un hermano mayor a la hora de su muerte, y en ese momento olvidó o nada más hizo a un lado el ataque demoledor que el poeta de Isla Negra le había propinado en 1950, a raíz de la aparición de Los días terrenales. Está claro que sabía perdonar a su prójimo como buen agnóstico, como ferviente lector de Los hermanos Karamazov.
Actividad esencial en la vida de Revueltas que llama la atención y sigue siendo motivo de investigaciones y de ensayos, es sin duda su vasta y sólida producción de guiones para el cine. En los años cuarenta fue expulsado del Partido Comunista, el padre que lo sometía, y en esa misma década Revueltas se acercó a los sets y las cámaras, empezó a escribir guiones, conoció a muchos actores y directores de la industria cinematográfica. Una nueva luz apareció en su camino. Pero hacia ese escenario miraron sus detractores, que fueron una vez más a enjuiciarlo, intentando acusar al autor de Los días terrenales y sentarlo en el banquillo de los acusados para prenderle fuego y así quemar el “maleficio” que se había apoderado del hereje. Lo acusaban, entre otras cosas, de ser partidario del existencialismo, esa filosofía de la decadencia burguesa, impugnando el interés de Revueltas por el cine y algo más: el mundo que creaba el séptimo arte. Uno de ellos, Enrique Ramírez y Ramírez, escribió: “Deseo creer que el divorcio de Revueltas con los hechos diarios, íntimos y palpitantes de la lucha popular, ha debilitado su sensibilidad, su noción natural de las cosas. Y que, por otro lado, el ‘cosmopolitismo’ de los tristes cenáculos seudointelectuales, el estar uncido sin contrapeso decisivo a la influencia de esa ‘fábrica de sueños’, que es hoy la fábrica de pesadillas degradantes, del cine comercial —y por lo mismo, el débil contacto con las grandes ideas revolucionarias de nuestra época— han estrechado y esquematizado en extremo su pensamiento”.3 Por fortuna, el tiempo se encargó de darle lucidez a Revueltas para ver claramente la enfermedad dogmática que encerraban las acusaciones de sus amigos y sus camaradas.
Desde que Revueltas escribió el argumento cinematográfico sobre la vida de su hermano Silvestre, Sinfonía inmortal o la vida de Silvestre Revueltas, en mayo de 1943, intentó dedicarse al cine como adaptador profesional. Ese argumento fue rechazado por Gabriel Figueroa porque el proyecto de filmarlo no maduró, “pero de todas maneras —aclara Gabriel Figueroa (1907-1997)—,4 Revueltas y yo trabajamos juntos en varias películas. Su preocupación era cómo hacer una carrera de escritor en cinematografía. Tenía talento y audacia para lograr su propósito. Sin embargo, se interpusieron muchos factores que finalmente lo desilusionaron y se retiró pero solamente por un tiempo”. Pero Revueltas siempre volvió al cine, y un poco más tarde se unió a Figueroa en la realización de La escondida, uno en la fotografía y el otro en la adaptación de la novela de Miguel N. Lira5 (1905-1961), dirigida por Roberto Gavaldón. Sin duda, fueron buenos tiempos para Revueltas que vio un porvenir como escritor de tiempo completo de la industria cinematográfica. En 1944 hizo la adaptación de El mexicano que dirigió Agustín P. Delgado y a partir de ese momento tuvo un motivo más para viajar y ausentarse de casa: las filmaciones. Satisfecho con su nuevo destino, entregado a los sets, Revueltas imaginó poder dirigir algún día; fue su sueño más reconfortante. Solicitado con frecuencia, Revueltas vio su entrada al cine como una luz que alumbraría su sinuoso camino de escritor, periodista y militante comunista. Se preguntó si iría a ser guionista toda la vida y creyó que sí porque le parecía un trabajo estimulante y sentía latir en sus manos esta vocación aplazada. En una entrevista confesó que el cine había sido en su vida un don natural.
De chico siempre quise tener proyectores. En la casa me regalaban proyectorcitos de lámparas de alcohol. Y yo proyectaba, indeciblemente fascinado, sobre la pared de mi cuarto. En cuanto podía me iba al Volador a comprar metros y metros de película para pasarla en mi cuarto que se convertía en un lugar mágico, más que en sala cinematográfica. Siempre ha sido un anhelo mío la cinematografía. Luego le hice la lucha para entrar al cine profesional, hasta que lo logré. Fui argumentista y adaptador y tendía a ser director, pero el ambiente me empezó a repugnar demasiado, aparte de que me deterioraba mucho desde el punto de vista político.6
Lejos de tomar una profesión con el único fin de obtener fama personal y recursos económicos, Revueltas vio en el mundo del cine la posibilidad de cambiar el gusto por el séptimo arte, mejorar la calidad de las películas, ofrecer al público historias interesantes que mostraran el lado complejo y oscuro de la vida. Pero en Revueltas casi todo fue un sueño y en este caso tropezó con los muros que siempre topó, pues su idea era renovar a fondo el rostro del cine mexicano. Pasó por alto que vivía bajo la sombra del afianzamiento de la Revolución mexicana, en la era de Miguel Alemán (1946-52) y su sello de modernidad, que no permitía oposición alguna. Pero él pertenecía a una secta de izquierda que eran los camaradas estalinistas de los años treinta y que seguían vigilando las acciones de sus amigos y colegas, y esa secta lo condenó en los años cuarenta como al peor enemigo nacido en México de la clase trabajadora. Su dedicación al cine y su deseo por convertirse en un adaptador o guionista de tiempo completo y con responsabilidad social, ¿era declinar de sus convicciones? Sí, respondieron los camaradas de Revueltas, quienes no podían perdonarle que trabajara con Dolores del Río, el Indio Fernández, Roberto Gavaldón, Julio Bracho, Pedro Armendáriz, Gabriel Figueroa, María Félix, la joven Silvia Pinal, y tantos más que formaban una comparsa de falsos ídolos de la pantalla que cada día envilecía a las masas, necesitadas más que nunca de una educación socialista férrea.
No han faltado observaciones críticas a la producción textual para el cine de Revueltas, como la de José Joaquín Blanco7 que la analizó de conjunto y le pareció otra cruzada en nombre del arte y de la libertad, pero de tintes melodramáticos. Revueltas no se detuvo en la adaptación cinematográfica, leyó y estudió la estructura narrativa que debe imperar en las películas y vislumbró la relación, difícil casi siempre, del adaptador con el director de una película; ambos discuten cada escena, cada secuencia, arreglan los diálogos. A veces la propuesta de aquél choca con la idea del realizador y entonces surge inevitablemente el conflicto. Esto fue evidente en el rodaje de Sombra verde (1954), en el que Revueltas sugería que se cometiera perjurio; el productor rechazó tajantemente esa idea; el adaptador insistió:
—Usted quiere hacer una barbaridad con el personaje.
—Se equivoca, Revueltas, quebrantar un juramento no es cosa fácil, entiéndalo, por favor —dijo el productor, sudando a mares.
No hubo arreglo, así que Revueltas abandonó la filmación; regresó a Poza Rica, donde estaba alojado el personal y al día siguiente voló a la ciudad de México.
Revueltas confesó sentir una culpa considerable por esos “churros” que inundaban las salas de los cines de la ciudad de México; trató de escribir de una manera digna para directores de probada calidad como Julio Bracho y Roberto Gavaldón, su gran amigo. A partir de 1955 empezó a fastidiarse del cine porque deterioraba su mundo literario, le robaba mucho tiempo a cambio de nada. La labor del escritor tendía a ser menospreciada: “Nuestra cinematografía se llenó en esa época de una cantidad de personas sin escrúpulos, particularmente argumentistas, que hacían lo que se les pidiera por dinero”. De esa fecha hasta un año antes de su muerte, Revueltas no abandonó del todo la actividad en el cine; su trabajo más compacto, el que le otorgó más posibilidad de expresarse con entera libertad, fue El apando (1975), película de Felipe Cazals en la que su propio autor intervino como adaptador junto a José Agustín.
Entre 1945 y 1960 se enfrascó en disputas eternas porque deseaba a toda costa limpiar de vicios y deformaciones morales, sociales y estéticas, la realización cinematográfica en México. Como todo idealista, soñó modificar el mundo del cine y terminó otra vez marginado porque el que tuvo que cambiar fue él. Con justa razón, Emilio García Riera llama a Revueltas “espíritu de militante verdaderamente libre” que supo ver en el cine una posibilidad de expresión artística haciendo a un lado el maniqueísmo propio del medio, impugnando la mediocridad. “Queda por ello en evidencia que Revueltas supo tratar a gente como la del cine, que en la mayoría de los casos estaba ética, cultural e ideológicamente muy por debajo de él, con una sabia distancia; pero lo ejemplar es que no por ello se advierte en él la menor señal de prepotencia desdeñosa ni el tono lastimero de los incomprendidos”.8 En efecto, Revueltas supo “tratar” a esa gente, pero es innegable que recibió algunos golpes que alteraron su temperamento hasta ponerlo en situaciones límite como puede verse en las discusiones a propósito de La diosa arrodillada. A través de una carta respondió a su impugnador, rechazando acusaciones innobles e infundadas, en las que se decía entre otras cosas que la película hubiera sido otra si Gavaldón hubiera “mandado al señor Revueltas a cambiar el script”. El 13 de febrero de 1947 Revueltas explicaba que ese asunto lo había agredido en su moral de escritor, en su ideología como reconocido militante. Pero esto fue casi nada comparado con el que denunció Revueltas sobre el monopolio constituido para la exhibición de películas de los señores William Jenkins,9 Gabriel Alarcón y Manuel Espinoza Iglesias. Lo hizo públicamente a través de la revista Hoy de vasta cobertura. Revueltas se preguntaba si el cine mexicano estaba en vías de desaparición debido a los innumerables problemas que vive: producción, carencia de adaptadores y argumentistas profesionales, técnicos más capacitados, la competencia, etcétera. Y su respuesta es contundente: el cine nacional no corre ese peligro, sino uno mayor y más lamentable: caer en manos de dos prestanombres: Alarcón y Espinoza, y un empresario de la calidad de Jenkins. A éste le dijo que era el “enemigo de México” por algunas informaciones que había vertido al Departamento de Estado de Estados Unidos sobre nuestro país. “Los mexicanos que se prestan al juego de estos intereses —y no vacilamos en citar los nombres de Espinoza y Alarcón— sólo pueden calificarse con una palabra: traidores”.10 De inmediato se publicó la respuesta al “señor Revueltas”; una carta abierta que firmaron las principales productoras de películas, Cinematográfica Grovas, Filmadora Chapultepec, Mier y Brooks, entre otras. Le “indicaban” a Revueltas las inexactitudes en que incurría debido a “información deficiente” que seguramente le facilitaron “enemigos gratuitos”, y le “recordaban” que a ellos se debía el auge de la industria cinematográfica nacional pues con sus inversiones por cuenta propia, sin subsidios oficiales, era posible el sostenimiento “de sueldos importantes para los actores, directores, técnicos, manuales, escritores”. La respuesta, digna de la pluma en rebeldía de Revueltas, la ofreció en una especie de balance del cine comercial en estos términos:
El cine tiene que operar sobre una masa enferma, envenenada psicológicamente. Una masa nerviosa por la propaganda de los gobiernos, en tensión constante por los peligros que la acechan, y que va al cinematógrafo, no como una persona aislada puede leer un libro de Balzac, para disfrutar de un goce artístico, sino como un síntoma enfermizo, para aliviarse, liberarse por medio del olvido. Por eso el cinematógrafo capitalista es un compuesto tan banal, frívolo y estúpido.
Esa masa vive entusiasmada por el mundo de los gángsters y las prostitutas, adormecida por un cine que no es capaz de dramatizar la vida cotidiana pues solamente la vuelve vana. ¿Revueltas anunciaba el futuro? Para su época, procuró subrayar la estrecha relación del arte cinematográfico y la sociedad, más concretamente: los males sociales, las contradicciones de clase, eran la base del “séptimo arte” y, por supuesto, del arte en general. Revueltas habló de Wells, Disney, Chaplin, de las grandes obras de la literatura llevadas a la pantalla, intentó cambiar el contenido del cine mexicano y convertirlo en verdadero arte, dejar a un lado el “sentido” comercial para dar al público más calidad y menos cantidad. En el debate con los zares de la industria cinematográfica, Espinoza y Alarcón y el americano William Jenkins, defendió a los exhibidores independientes del país a los que vio en peligro de ser devorados por las “fieras”, como lo demuestra el monopolio de Jenkins que ha logrado crear en la producción cinematográfica un clima de terror económico y físico. La denuncia y el debate no siguieron adelante sino que cayeron en el pozo del olvido. Revueltas se erigía como implacable inconforme con el mundo y en un crítico certero que ponía en jaque esa industria; dijo que nuestro cine estaba baldado y exigió que se politizara. Los comentaristas de cine también lo impugnaron, según lo demuestran las afirmaciones de Díaz Ruanova a propósito de La diosa arrodillada, en las que descalificaba, de paso, la narrativa de Revueltas:
Enamorado de la excesiva retórica de Crepúsculo [de Julio Bracho] y de sus grandes conflictos internos, el barroco José Revueltas, cuyo predominio sobre los otros argumentistas es bastante claro, complica y desquicia las situaciones. Para Revueltas la sencillez es un crimen. No siente simplemente aquellos conflictos que son comunes a todos los hombres. Precisa rebuscar, deformar, alambicar las situaciones hasta hacerlas increíbles; y si ya resulta bien difícil seguirlo en sus novelas y cuentos rurales, entre personajes y ambientes que le son familiares, ¡cuánto más ha de serlo en una película como La diosa, donde Revueltas pinta absurdamente un ambiente que desconoce y que no es mexicano, ni internacional, ni ubicado en parte alguna del cielo o el infierno!11
Lo que menos hizo Revueltas fue jugar con el cine —como le dice Díaz Ruanova—, y la prueba de ello es su dedicación a las adaptaciones, y principalmente su escrito sobre el montaje, el guión y el cine como arte. El escritor estaba por encima de la crítica. En pocas palabras, Revueltas fue un cinéfilo que se había conmovido con la historia del El ciudadano Kane y El asesinato de Trotsky, y no negó su inclinación por el cine realista, que consideró como una posibilidad de “ruptura con la cotidianeidad” en la que el público va a mirarse en el espejo de su propia vida. Dijo en una ocasión: “Hice cine porque fue uno de mis grandes ideales, como medio de expresión. Siempre me gustó”. A esta declaración sincera se agrega otra: Revueltas quiso ser director de cine y no lo consiguió. Pero cuenta sobre todo su desafío a los poderosos, su deseo de enderezar el mundo que se le aparecía en el bordo del abismo. Hay varios pasajes de la infancia, esa patria que no miente, que ayudan a entender mejor la actitud de este ángel rebelde, pero hay dos, que son cruciales, cuyo escenario es La Merced, cuando su familia vivía en las calles de Uruguay y Las Cruces. El niño de siete y ocho años que vivía bajo la protección de sus hermanas y de su madre, encuentra a un “Cristo” de túnica blanca, larga barba, que hablaba de igualdad y de injusticia, del Apocalipsis, y se convierte en su discípulo.12 El siguiente ocurre años más tarde, cuando José tiene 13 años de edad y era la preocupación de su hermana mayor, Consuelo, y de doña Romanita. José camina día y noche entre voces, vendedores, pepenadores, en mitad del frío, a la intemperie, y descubre poco a poco la miseria de los humildes, el desamparo de  niños y  mujeres que andan a la deriva. Regresa a casa, agobiado, lo regañan, y con resolución dice: “Mamá, el mundo es muy injusto”. Más tarde, el militante lucha contra la injusticia, pero tropieza con la burocracia partidista, y sufre caídas aplastantes. En 1939 es acusado, ya no por su familia, sino por la Comisión de Disciplina del PCM de “irresponsable”, porque en Guadalajara el compañero Revueltas no se presentó a las oficinas del Partido. Algo parecido le sucedió 10 años más tarde. Después de haber sido nombrado, en 1949, secretario de la Sección de Autores y Adaptadores del STPC y luego su secretario general en agosto de ese año, renunció debido a las acusaciones que los mismos trabajadores le infligieron a raíz de su polémica con Jenkins, Alarcón y Espinoza. Con su salida, se cerraba un episodio triste en la historia del cine mexicano. El cuadro parecía humillante porque “todos prefirieron guardar una actitud de miedo y de silencio; el poder y la fuerza del monopolio —parecía— habían llegado hasta la Sección de Autores y Adaptadores”.13
No sería la última batalla perdida en la que combatía Revueltas. Le faltaban varias aún que no vamos a desglosar, pero pueden citarse las controversias que suscitó su reingreso al Partido Comunista Mexicano, su nueva expulsión, las que sostuvo con sus camaradas de la Liga Leninista Espartaco que desembocó en el texto ortodoxo por excelencia sobre el tema: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, 1962.
La vida y la obra de Revueltas pertenecen a una escabrosa y larga historia cuyo leitmotiv es la rebeldía. De Los muros de agua (1941) a Material de los sueños (1974) su escritura es una provocación, un duelo en la cultura mexicana del siglo XX. Lo ilustra el día de su sepelio en que el Panteón Francés fue subvertido, gritos de lucha, goyas y vivas a Revueltas que ya no pudo escuchar el canto de La Internacional, lo que provocó un acalorado debate sobre si debía aceptarse la presencia del secretario de Educación Pública, Víctor Bravo Ahuja, o expulsarlo. El sepelio se volvió una asamblea que resolvió pedir al enviado presidencial que se fuera. Y después de muerto, la discusión, imprescindible y ardiente, sobre la vida, la militancia, las ideas, las novelas y los cuentos de Revueltas, parece arder todavía.


1 El más intransigente fue sin duda Juan Almagre (seudónimo de Antonio Rodríguez) que escribió un artículo para condenar a su amigo y camarada; Revueltas había ganado como artista con esas obras pero se perdía como hombre y revolucionario, tendrá éxito y ganará aplausos, pero “Pepe traiciona a su apellido y traiciona a su hermano, Pepe traiciona a Silvestre”. J.A., “El arte en México”, El Nacional, 8 de junio, 1950, pp. 1-3.
2 José Alvarado, “La obra de José Revueltas”, Excélsior, 6 de diciembre, 1967, p. 7-A.
3 Véase Enrique Ramírez y Ramírez, “Sobre una literatura de extravío: Los días terrenales de José Revueltas”, Revista Mexicana de Cultura, núm. 168, 11 de junio, 1950, p. 4.
4 Entrevista Ruiz Abreu/Gabriel Figueroa, agosto, 1989.
5 Lira publicó esa novela en 1948, mientras que la película se filmó en 1955, dirigida por Roberto Gavaldón (1909-1986) que Revueltas consideraba uno de los mejores realizadores mexicanos, según Emilio García Riera.
6 lgnacio Hernández, “José Revueltas: balance existencial”, en Conversaciones con José Revueltas, introducción de Jorge Ruffinelli y bibliografía de Marily R. Frankenthaler, Universidad Veracruzana, 1977, pp. 26-27.
7 José Joaquín Blanco, José Revueltas, 1985, p. 32.
8 Emilio García Riera, “Prólogo” a José Revueltas, El conocimiento cinematográfico y sus problemas, OC, v. 22, 1981, p. 14.
9 De origen norteamericano, el empresario William O. Jenkins (1878-1963) hizo una de las fortunas más grandes de México; en Puebla creció su poderío económico que se extendió a la industria azucarera y del alcohol, textil y la industria del cine. Desde el Banco Cinematográfico levantó un monopolio en la producción, distribución y exhibición de películas.
10 J. R., Obras completas. v. 22, 1981, p. 124.
11 La reseña apareció en la Revista de América, en la que Díaz Ruanova acusa a Revueltas de “reminiscencias y plagios” que él considera evidentes; como siempre, fue una bomba política y moral que venía a herir a fondo la integridad de José Revueltas. Citada en J.R., Obras completas, v. 22., p. 150.
12 Véase Raquel Tibol, “La infancia de José según Consuelo”, en Revista de Bellas Artes, nueva época, núm. 29, septiembre-octubre, 1976, p. 21.
13 J. R. Obras completas, v. 22, pp. 173-174.


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