domingo, 30 de marzo de 2014

Octavio Paz: libertad y palabra, realidad y deseo

30/Marzo/2014
Jornada Semanal
Juan Domingo Argüelles

Octavio Paz (1914-1998) debe mucha de su fama, como poeta, a varios libros que fue escribiendo a lo largo de los años y que luego reunió con el título general Libertad bajo palabra (1935-1957), al igual que lo hiciera Luis Cernuda (1902-1963) con su obra poética de toda una vida que agrupó en el volumen La realidad y el deseo (1924-1962).
No es incidental la mención al paralelismo de Paz y Cernuda sino, por el contrario, algo decisivo en la vida y en la vocación poética del mexicano. Paz fue uno de los primeros y más lúcidos reivindicadores del poeta español. El ensayo que le dedicó en Cuadrivio (1965) sienta las bases de una crítica poética de primer orden en la valoración de quien es considerado hoy, casi sin ninguna duda, como el mayor poeta español del siglo XX, pero que entonces carecía del justo aprecio.
Sobre Cernuda, Paz escribió: “Su libro [La realidad y el deseo] fue su verdadera vida y fue construido hora a hora, como quien levanta una arquitectura. Edificó con tiempo vivo y su palabra fue piedra de escándalo. Nos ha dejado, en todos los sentidos, una obra edificante.” Antes, en 1943, Paz publicó en el segundo número de la revista El Hijo Pródigo, una entusiasta reseña con motivo de la aparición de Ocnos (1942) en Londres. Ahí Paz se refirió también (y sobre todo) a La realidad y el deseo. Escribió: “La realidad y el deseo, el único libro de Luis Cernuda, al principio es un balbuceo, más tarde se aclara y, finalmente, el poeta, dueño como nunca de su poesía, advierte que esa poesía suya no es sólo suya y que no le pertenece totalmente, puesto que es algo más que el poeta: es la poesía.” Paz lo denomina “libro extraordinario, en el que la mayoría no ha reparado” y añade que “el libro de Cernuda es algo más que la expresión de sus experiencias individuales; me parece que es la elegía de una generación y de un momento de la historia, que se despiden para siempre de España y de un mundo al que ya no volverán”.
Cuando Octavio Paz emprende la reunión de sus primeros libros en el volumen sumario Libertad bajo palabra, es bastante probable que estuviera pensando también en ese mismo propósito entrañable de Cernuda. En gran medida, para decirlo con una glosa de las palabras de Paz, Libertad bajo palabra agrupa los libros de un momento de la vida del poeta y de la historia mexicana que ya no volverán. Como quiera que sea, el paralelismo entre La realidad y el deseo y Libertad bajo palabra no es para nada casual.
La primera edición de La realidad y el deseo, de Cernuda, se publicó en Madrid, en 1936, bajo el sello Cruz y Raya, Ediciones del Árbol, que dirigía José Bergamín. (En 2002 la Editorial Renacimiento, de Sevilla, publicó una edición facsimilar.) Incluía sus primeros poemas y los libros Égloga, elegía, oda; Un río, un amor; Los placeres prohibidos; Donde habite el olvido e Invocaciones a las gracias del mundo. Con los años, el libro fue creciendo y, al final, la cuarta edición aumentada y definitiva, de 1964, incluye, además de los libros ya mencionados, quizá lo mejor de la obra de Cernuda: Las nubes, Como quien espera el alba, Vivir sin estar viviendo, Con las horas contadas y Desolación de la Quimera. Sólo quedaron fuera de ese volumen totalizador los dos libros de prosas poéticas de Cernuda: Ocnos (1942-1963) y Variaciones sobre tema mexicano (1952).
Entre los veinticinco libros de poesía que Octavio Paz publicó, el séptimo lleva por título Libertad bajo palabra (Tezontle, 1949). Antes había publicado: Luna silvestre (Fábula, 1933), ¡No pasarán! (Simbad, 1936), Raíz del hombre (Simbad, 1937), Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España (Valencia, Ediciones Españolas, 1937), Entre la piedra y la flor (Nueva Voz, 1941) y A la orilla del mundo (Ars, 1942). Posteriores a 1949 son sus libros ¿Águila o sol? (Tezontle, 1951), Semillas para un himno (Tezontle, 1954), Piedra de Sol (Tezontle, 1957) y La estación violenta (Fondo de Cultura Económica, 1958).
La primera edición de la obra poética reunida de Octavio Paz, con el título general de su libro de 1949: Libertad bajo palabra. Obra poética 1935-1957, es de 1960 (Fondo de Cultura Económica). La segunda edición, definitiva, es de 1968, y en este libro recopilatorio, Octavio Paz plantea su poética y su vocación de fe desde el poema mismo que da título al libro y que abre la puerta de su obra lírica. Escribe:
Allá, donde terminan las fronteras, los caminos se borran. Donde empieza el silencio. Avanzo lentamente y pueblo la noche de estrellas, de palabras, de la respiración de un agua remota que me espera donde comienza el alba.../ Allá, donde los caminos se borran, donde acaba el silencio, invento la desesperación, la mente que me concibe, la mano que me dibuja, el ojo que me descubre. Invento al amigo que me inventa, mi semejante; y a la mujer, mi contrario: torre que corono de banderas, muralla que escalan mis espumas, ciudad devastada que renace lentamente bajo la dominación de mis ojos./ Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día.
La primera edición recopilatoria de Libertad bajo palabra está precedida de una advertencia: “Se han excluido los poemas de adolescencia, con la sola excepción de cuatro composiciones iniciales en la sección ‘Puerta condenada’. El autor, además, ha desechado algunos poemas; otros aparecen en versiones corregidas y, en fin, se recogen muchos inéditos o que sólo habían aparecido en revistas y periódicos.”
En la segunda edición, definitiva, de 1968, Octavio Paz advierte:
No estoy muy seguro de que un autor tenga derecho a retirar sus escritos de la circulación. Una vez publicada, la obra es propiedad del lector tanto como del que la escribió. No obstante decidí excluir más de cuarenta poemas en esta segunda edición de Libertad bajo palabra. Esta supresión no cambia al libro: lo aligera. Apenas si vale añadir que el conjunto que ahora aparece no es una selección de los poemas que escribí entre 1935-1957; si lo fuese, habría desechado sin remordimiento otros muchos.
En 1998, en el volumen XIII de sus Obras completas (Miscelánea I, Primeros escritos), Paz recuperará en la primera sección de este tomo (Primera instancia) los poemas que retiró de Libertad bajo palabra o que nunca incluyó en dicha obra; poemas de 1930 a 1943, acerca de los cuales dijo lo siguiente en 1996 (postscriptum de la páginas preliminares del volumen 11): “En los dos volúmenes que forman mi Obra poética figura todo lo que he hecho en el dominio de la poesía, salvo los textos de Primera instancia (volumen XIII), que comprende los poemas escritos en mi adolescencia y en mi juventud, a los que no considero propiamente obras sino tentativas.” Primera instancia recoge poemas de Luna silvestre, Raíz del hombre, Bajo tu clara sombra, Noche de resurrecciones, A la orilla del mundo, Entre la piedra y la flor, y los cantos a la República española: ¡No pasarán! y Oda a España.
En conclusión, Octavio Paz disminuyó más que aumentó la edición definitiva de su obra poética reunida con el título Libertad bajo palabra. La primera edición tenía 316 páginas; la segunda y definitiva, 262. Con ello, Paz dio por cancelada esa época de su producción lírica. Los libros posteriores a 1960 ya no formarían parte de Libertad bajo palabra y se inscribirían, como él mismo lo dijo, en otra búsqueda poética: Salamandra (Joaquín Mortiz, 1962), Viento entero (Caxton, 1965), Blanco (Joaquín Mortiz, 1967), Discos visuales (Era, 1968), Ladera este (Joaquín Mortiz, 1969), Topoemas (Era, 1971), Renga (Joaquín Mortiz, 1972), El mono gramático (Seix Barral, 1974), Pasado en claro (Fondo de Cultura Económica, 1975), Vuelta (Seix Barral, 1976), Hijos del aire (Taller Martín Pescador, 1979) y Árbol adentro (Seix Barral, 1987).
Al publicar sus Obras completas (Círculo de Lectores/Fondo de Cultura Económica), en las páginas preliminares del volumen uno de su Obra poética, Octavio Paz afirmó:
Con Libertad bajo palabra se cerró un ciclo de mis tentativas poéticas y se abrió otro. Más bien dicho: otros. ¿Bifurcaciones de caminos poéticos o simplemente estaciones de un itinerario único? No lo sé. ¿Hay ciclos realmente? ¿No estamos condenados a escribir siempre el mismo poema? Una obra, si lo es de veras, no es sino la terca reiteración de dos o tres obsesiones. Cada cambio es un intento por decir aquello que no pudimos decir antes; un puente secreto une los torpes y ardientes balbuceos de la adolescencia a los titubeos de la vejez. Me siento muy lejos de mis primeros poemas pero los que he escrito después, sin excluir a los más recientes, son respuestas a los de mi juventud. Cambiamos para ser fieles a nosotros mismos. Si no hubiese cambios no habría continuidad.
De algún modo, con Libertad bajo palabra Octavio Paz escribía también La realidad y el deseo, que tanto admiró. Entre la realidad y el deseo, entre la libertad y la palabra, Octavio Paz entendió que el viejo poeta siempre conversaría con el joven que fue.
Parco en sus dedicatorias personales, Luis Cernuda únicamente dedicó, en las casi cuatrocientas páginas de la edición definitiva de La realidad y el deseo, menos de diez poemas: uno a Concha Méndez y Manuel Altolaguirre; otro, a Bernabé Fernández-Canivell; un tercero, a Rosa Chacel; un cuarto, a Vicente Aleixandre; “Tierra nativa”, a Paquita g. de la Bárcena; “Otros aires”, a Concha de Albornoz; “Retrato de poeta”, a Ramón Gaya; “Díptico español”, a Carlos Otero, y un último poema (“Limbo”), a Octavio Paz, el único mexicano al que distingue con este gesto íntimo.
“Limbo” pertenece al penúltimo libro de Cernuda, Con las horas contadas (1950-1956), y el poema es muy significativo, pues se refiere a la tarea y al destino del poeta, ya sea hablando de sí mismo o de cualquier otro verdadero poeta. Escribe Cernuda:
El poeta vive para esto, para esto
noches y días amargos, sin ayuda
de nadie, en la contienda
adonde, como el fénix, muere y nace,
para que años después, siglos
después, obtenga al fin el displicente
favor de un grande en este mundo.
Su vida ya puede excusarse,
porque ha muerto del todo;
su trabajo ahora cuenta,
domesticado para el mundo de ellos,
como otro objeto vano,
otro ornamento inútil.
No debemos olvidar que este poema está estrechamente ligado a la crítica que Cernuda dirigió a la sociedad y los demás poderes en relación con el insignificante y desdeñoso lugar que le asignaban al poeta. Sentenció, con profunda ironía, casi con rencor: “¿Qué país sobrelleva a gusto a sus poetas? A sus poetas vivos, quiero decir, pues a los muertos, ya sabemos que no hay país que no adore a los suyos.”
Este mismo concepto es el que destaca en su muy famoso poema “Birds in the Nigth”, referido a Rimbaud y Verlaine y en el cual aborrece “la farsa elogiosa repugnante” de los gobiernos y de la sociedad en relación con los poetas muertos, esos mismos poetas a quienes en vida gobiernos y sociedad despreciaron. La sociedad y los gobiernos prefieren sin duda a los poetas muertos.
En 1962, en Salamandra, meses antes de la muerte de Cernuda, Octavio Paz salda su deuda con el poeta español que tanto lo marcó. En su poema intitulado “Luis Cernuda” leemos: “Con letra clara el poeta escribe/ sus verdades obscuras/ Sus palabras/ no son un monumento público/ ni la Guía del camino recto/ Nacieron del silencio/ se abren sobre tallos de silencio/ las contemplamos en silencio/ Verdad y error/ una sola verdad/ realidad y deseo/ una sola substancia/ resuelta en manantial de transparencias.”
Cernuda afirmó en 1954: “Octavio Paz, por cuya inteligencia poética tengo tanta admiración.” Esa inteligencia poética fue la que llevó a Paz a decantar su poesía y dejar en su obra definitiva únicamente lo mejor. Al leer los poemas declarativos o ingenuos de Primera instancia, sabemos que la autocrítica se impuso en el ejercicio de elegir. No hay ahí un solo poema que sea mejor que los que Paz perdonó.
En Libertad bajo palabra, Octavio Paz supo lo que era la poesía: “Eres tan sólo un sueño,/ pero en ti sueña el mundo/ y su mudez habla con tus palabras.” Ese joven poeta ya sabía, en esencia, lo que supo el viejo en Árbol adentro (el mejor libro del último Octavio Paz):
La palabra del hombre
es hija de la muerte.
Hablamos porque somos
mortales: las palabras
no son signos, son años.
Al decir lo que dicen
los nombres que decimos
dicen tiempo: nos dicen,
somos nombres del tiempo.

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