Laberinto
Heriberto Yépez
Octavio
Paz conjuga contrarios. Su prosa consiste en inspirar una síntesis que
nunca ocurre y, a la vez, una lucha que tampoco acaece. Esa definitoria
presencia de oposiciones metafísicas y épocas distintas produce el
fuerte efecto psicológico llamado “Octavio Paz”.
El mayor efecto de Paz, en realidad, no se produjo por sus libros sino por la televisión mexicana. En TV fue donde Paz se consolidó como el gran intelectual nacional.
El mayor efecto de Paz, en realidad, no se produjo por sus libros sino por la televisión mexicana. En TV fue donde Paz se consolidó como el gran intelectual nacional.
Agreguemos otro elemento de esta “magia”: Paz muchas veces entendía la tradición literaria como (con)trato personal, como transmisión gracias al encuentro cuerpo a cuerpo.
Ese entendido ya venía desde antes que Paz y Alfonso Reyes porque, en general, era la regla de las relaciones entre élites y familias en el poder.
(Parte de la crisis actual de la cultura intelectual mexicana es que ese tipo de intelectuales aristocráticos se está terminando. A esto se debe que cada vez se escuche que en México ya no hay “grandes intelectuales”).
La seducción que Paz ejercía, entonces, se incrementa por la finura de su oralidad y la elegancia de su performance corporal. Su personalidad es tan importante como su estilo de escritura. Es el patrón (sensibilizado) vuelto poeta (respetable).
Incluso la voz de Paz —tono, amaneramiento, respiración— congrega más de un género, edad y aspiración social. Su voz incrementa el efecto psicológico de re-unir lo dispar.
La mayoría no puede entender El laberinto de la soledad pero la mayoría al ver y escuchar a Paz experimenta su poética autoridad.
Paz tenía mucho de psicólogo. Sabía que su ritmo de exaltación y serenidad eran seductoras. Paz no puede ser entendido sin la admiración que causaba su ser.
Y el éxito de la figura de Paz es, sobre todo, una nostalgia: la encarnación de un re–unión que históricamente jamás sucedió.
A Paz se le admiraba (y hoy se le extraña) porque era un patriarca y un moderno; un cosmopolita y un nacionalista; novohispanófilo e indigenista. Paz era el PRI vuelto utopía.
Paz fue el sueño de que alguien encarnara bellamente la ideología mexicana.
Paz congregaba oposiciones. Eso fascina al inconsciente. Despierta de modo simultáneo zonas que habitualmente no se activan juntas.
La fascinación de Paz comienza al convocar fuerzas contrarias (“metafísicas” e históricas) y mantenerlas en suspensión. Ni se unen ni se destruyen. Se activan.
Su cuerpo, voz y lenguaje (verbal y no-verbal) estimulaban una relación psicológica en que las personas sienten (consciente e inconscientemente) la compañía, poder e intensificación de esas fuerzas contrarias desde el cuerpo de Paz al suyo.
Paz cautiva a muchos porque produce la sensación de que escuchándolo o imitándolo pueden repetir esa convocación y suspensión de contrarios.
En esto reside el “encanto” de “Paz”.
Paz era un ilusionista.
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