Laberinto
Diana Ylizaliturri
Además de su destacada producción como poeta y ensayista, Octavio Paz fue durante toda su vida un intenso director y promotor de revistas literarias. Desde los 17 años, y hasta su muerte, protagonizó la creación de un espacio para difundir el trabajo de escritores y poetas. Ante la imposibilidad de publicar un libro de poesía debido a su juventud y la necesidad de establecer un diálogo sobre literatura, en 1931 Octavio Paz edita Barandal. Con esta publicación continuaba la tradición de publicaciones como México Moderno (1920–1923), Ulises (1927) y Contemporáneos (1928–1931).
Según el propio Paz, Barandal fue una revista sencilla, de pura experimentación, entusiasmo, irreverencia y un poco de placer. El escenario de fondo fue la Escuela Nacional Preparatoria, situada en el antiguo Colegio de San Ildefonso, y acompañaron al joven editor sus amigos de generación que, además, también contaban con una herencia literaria familiar: Rafael López Malo, Arnulfo Martínez Lavalle y Salvador Toscano.
Si bien, el objetivo de Barandal fue funcionar como un espacio de entrenamiento, es Paz el que hace una contribución destacada con “Ética del artista”, una especie de manifiesto personal, que no grupal. El ensayo cuestiona entre elegir por un arte revolucionario o un arte puro. La primera postura hace referencia a un arte comprometido socialmente, de tesis, que en México estaba representado por los muralistas Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, y pintores como Pablo O´Higgins y Leopoldo Méndez; y en el ámbito literario por los escritores pertenecientes al Estridentismo y el Agorismo con su publicación Crisol. La postura del arte puro estaría sujeta a las leyes de creación estética, un arte que no estuviera sometido a doctrina alguna. Al final de su ensayo, Paz se decide por un arte comprometido pero no con ideales propagandísticos, sino con el propósito de desarrollar una propuesta poética más allá del arte puro, donde trace sus propias normas y valores.
Sin embargo, sus compañeros y colaboradores en Barandal ya habían optado por la postura política y socialmente comprometida, lo que los llevaría a distanciarse a partir de la publicación de Cuadernos del Valle de México.
Barandal tuvo una vida de siete números y su valor dentro de la historia de la literatura radica en las aportaciones de Octavio Paz, principalmente, ya que son el antecedente de sus posteriores ideas políticas y literarias, pero si su propósito era conformar un grupo generacional, éste se ve truncado. La revista no llegará a situar a los jóvenes dentro de una comunidad literaria, pues los editores y colaboradores
tomaron rumbos diferentes: López Malo y Martínez Lavalle renunciaron a seguir con la carrera de las letras y se dedicaron a la abogacía; Salvador Toscano fue abogado, antropólogo y crítico de arte.
En 1932, Paz ingresa a la Facultad de Derecho de la UNAM y vuelve a embarcarse en una empresa literaria con Cuadernos del Valle de México que, más que cuadernos, fueron unas hojas efímeras, pues la revista tan solo publicó dos números entre septiembre de 1933 y enero de 1934.
Si en Barandal Paz había optado por un arte comprometido, en Cuadernos del Valle de México sus compañeros hacen evidente una postura más radical. De los seis ensayos que se publican, cuatro hacen alguna referencia, indirecta o directamente, a la URSS y el comunismo, es decir, a un lenguaje ideológicamente comprometido. En cuanto a la poesía, los jóvenes escritores tienen la fortuna de publicar en su revista dos poemas de Rafael Alberti, que en 1935 llega a México de gira política como miembro del Partido Comunista Español, en los que alude claramente a los correligionarios del comunismo: “Un fantasma recorre Europa” y “Volver a empezar”.
Antes de la publicación de su tercera revista, Taller, el joven Paz vive dos experiencias importantes. La primera corresponde a su primera salida de la Ciudad de México. El poeta viaja a Yucatán en 1937 en compañía de Octavio Novaro y Ricardo Cortés Tamayo, y fundan un Comité Pro Democracia Española y realizan mítines y asambleas en favor de la cultura. El segundo acontecimiento es todavía más decisivo. Octavio Paz viaja a España en plena guerra, ese mismo año, y asiste al II Congreso Internacional para la Defensa de la Cultura invitado por Pablo Neruda. La problemática de este congreso giraba en torno del realismo socialista. Los asistentes al evento coincidían en la custodia de la Nueva Cultura que surgiría al seguir los pasos de la Unión Soviética, y consideraban el aniquilamiento del fascismo como el primer paso para lograr su objetivo.
Octavio Paz, ahora de veintitrés años, tiene la oportunidad de relacionarse y traba amistad con escritores como Louis Aragon, Alejo Carpentier, Stephen Spender, Miguel Hernández, César Vallejo y Vicente Huidobro, entre otros.
A su regreso a México, funda con otros compañeros la revista Taller. Los antecedentes se encuentran en Taller Poético, creada por Rafael Solana en 1933, y que solo tiene un año de vida.
El nombre de Taller tenía que ver, según el propio Paz, con una comunidad de artistas libre y fraternal. El nuevo equipo estará formado por Salvador Toscano (que había participado en Barandal), Rafael Solana, Efraín Huerta y Alberto Quintero Álvarez. La revista tiene una tirada de mil ejemplares y, en principio, debía aparecer mensualmente, pero se publicaron de forma irregular 12 números de diciembre de 1938 a febrero de 1941.
En el número dos, Octavio Paz publica “Razón de ser”, ensayo que va a funcionar como una declaración de principios generacional. El texto plantea todo lo que les unía y todo lo que los separaba de sus antecesores, los Contemporáneos. Entre los asuntos principales, Paz apunta que los jóvenes agrupados en Taller conciben la poesía como un “salto mortal”, una experiencia capaz de agitar los cimientos del ser y transportarlo a la “otra orilla”, donde pactan los opuestos de que está hecho el hombre. La poesía como experiencia capaz de transformar al hombre y también al mundo. El poema como un acto revolucionario. Sin embargo, Rafael Solana iba a rechazar estos argumentos y a afirmar que la revista fue una continuación de las ideas culturales y estéticas de la generación de Contemporáneos. Solana tiene una percepción simplista que intenta anular lo que Paz venía planteando desde Barandal: encontrar un camino diferente a la poesía pura de Contemporáneos, pero sin caer en el arte de tesis que rayara en lo propagandístico.
A partir del número cinco, Taller se verá enriquecida con la colaboración de los españoles exiliados en México, y a los que Paz ya había conocido en su viaje a España: José Bergamín, Antonio Sánchez Barbudo, Juan Gil–Albert, Ramón Gaya, José Herrera Petere y Lorenzo Varela.
Después del número cuatro, Taller ya no puede sostenerse económicamente, porque la venta y los espacios para publicidad no cubrían los gastos. No obstante, Alfonso Reyes ofrece su ayuda con la inserción de anuncios de La Casa de España, que después suspendió Cosío Villegas porque, en palabras de Paz, no era amante de la literatura y menos de la joven. Por otra parte, Paz había llegado a un acuerdo con José Bergamín: él les ayudaría económicamente con la condición de que se convirtiera en una “revista nueva” y de que Ramón Gaya fuese el diseñador de la portada. Rafael Solana lamentó que los españoles acapararan las páginas de la revista y la hicieran su propio instrumento de expresión pero, por el contrario, Octavio Paz se muestra a favor. Haciendo un conteo de las colaboraciones de los números 5 al 12, en los que participaron los españoles, se obtienen 47 colaboraciones realizadas por mexicanos y 38 por españoles; es evidente que la apreciación de Solana era exagerada.
Taller constituyó, para mexicanos y españoles, un diálogo y el enriquecimiento cultural tanto de colaboradores como de lectores. La llegada de los españoles inyectó vitalidad no solamente en el ámbito literario de México, sino en todo su universo cultural.
Después de Taller surgirán otras revistas, de las cuales Paz será su principal promotor como El Hijo Pródigo (1943–1946), en tanto llega el momento de ejercer como fundador y director de Plural (1971–1976) y la que fuera su última revista: Vuelta (1976–1998).
Estas publicaciones supusieron a lo largo de sus números la evolución de la literatura, un escaparate para movimientos literarios y artísticos, así como un espacio de coincidencias y diferencias entre la diversidad de ideas.
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