sábado, 29 de marzo de 2014

Con M de Mallarmé

29/Marzo/2014
Laberinto
Evodio Escalante

 Tanto Alfonso Reyes como Octavio Paz compartieron a su modo una obsesión perdurable por Mallarmé. En Reyes es asunto de toda la vida: comienza con un perspicaz ensayo de su primer libro, Cuestiones estéticas (1911), se sigue con traducciones de un ramillete de sus poemas (que elogiará Borges), pasa por una “Meditación sobre Mallarmé” (1942) y se convierte en tarea de nunca acabar con Mallarmé entre nosotros (1955). Aunque lo menciona de modo esporádico en algunos de sus ensayos de juventud, Mallarmé se convierte en una figura central de Paz en los años sesenta, y lo seguirá siendo hasta sus últimos días. Casi se podría decir que el “segundo” Paz, el que se muestra receptivo a los vientos huracanados del estructuralismo y el post–estructuralismo francés, proyecta a Mallarmé como su personaje más emblemático, incluso como el modelo de escritor que el propio autor de La estación violenta quiere llegar a ser. Esta declaración de Corriente alterna (1967) habla por sí sola: “…si algún poeta del pasado reciente es nuestro precursor, nuestro maestro y nuestro contemporáneo, ese poeta es Mallarmé (…) Toda su poesía está animada por una ambición tal vez irrealizable que recuerda las paradojas de los sutras Prajnaparamita: encarnar la ausencia, dar nombre a la vacuidad, decir el silencio.”

Ya un poco antes, en su texto teórico más radical, "Los signos en rotación" (1965), Mallarmé ocupaba el sitio de honor al inspirar el modelo de una poesía que estaría por venir: el uso de la página en blanco como una partitura sobre la que se despliega una galaxia de signos en movimiento, la recusación de la linealidad de la escritura, la idea del poema como poema crítico, en fin, la postulación del lenguaje como única trascendencia. Sobre "Un golpe de dados", afirmará Octavio Paz: “este poema que niega la posibilidad de decir algo absoluto, consagración de la impotencia de la palabra, es al mismo tiempo el arquetipo del poema futuro y la afirmación plenaria de la soberanía de la palabra. No dice nada y es el lenguaje en su totalidad.”

Paz traducirá solo un poema de Mallarmé, el famoso soneto en ix, pero esta versión será célebre, entre otras cosas, como ha puntualizado Fabienne Bradu, por la audaz solución de verter aboli bibelot por “espiral espirada”. La sombra de Mallarmé se cierne igualmente sobre los textos poéticos de Paz. Yo diría que se le presiente ya en Salamandra (1962) y que encuentra su cúspide en algunos magníficos poemas de Ladera este (1969), como “Viento entero”, “Vrindaban” y la propositiva “Lectura de John Cage". La dispersión de los signos sobre la página de muchos de los poemas de Vuelta (1976) también viene de aquí. Pero el auténtico hijo mallarmeano de Paz, como todo mundo sabe, es un ambicioso poema extenso llamado "Blanco" (1967). Aunque hay que reconocer la intrepidez de su tentativa, no creo que éste sea uno de los mejores momentos de Paz: se le siente demasiado “armado”, en exceso “cerebral” e ingenioso como puede serlo un rompecabezas, pero carente de temblor poético verdadero.

Los hilos de oro de Mallarmé llegan incluso a Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la


fe (1982). Cuando se trata de interpretar "El sueño", la fascinante obra maestra de la monja, Paz no solo enfatiza la raigambre neoplatónica y hermética del poema, que mucho debería a la inspiración del jesuita Athanasius Kircher, sino que lo compara nada menos que… ¡con Mallarmé! Después de sugerir una cercanía con Muerte sin fin de Gorostiza y con Altazor de Huidobro, Paz remata con la cereza del pastel. Reproduzco su dicho: “[El sueño] Se parece, sobre todo y ante todo, al poema en que se resume toda esa poesía: Un coup de dés.” Confieso que recién aparecido el libro, cuando llegué a esta página quedé fascinado por la asociación. Jamás se me había ocurrido que hubiera algún parentesco entre sor Juana y el autor de Igitur. Sin embargo, con el paso del tiempo, cuando vuelvo a leer El sueño la asociación que me fascinó me parece sin fundamento. Paz hace literatura de la literatura. Poner juntos a sor Juana y a Mallarmé no contribuye en nada al esclarecimiento del gran poema de la monja jerónima. Pero esto habría que explicarlo en otro momento y otro espacio.

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