Laberinto
Heriberto Yépez
Foucault cumple 30 años de muerto y
en los últimos años, desde Francia hasta Estados Unidos, su legado se altera.
Todavía en los noventa
identificábamos a Foucault con Las palabras y las cosas, La
arqueología del saber, Vigilar y castigar y sus distintas
obras (variaciones) sobre la locura. Conocer a Foucault era conocer esos
libros.
Eso ya cambió. A partir del fin de
siglo comenzaron a publicarse sus cursos en el Collège de France (impartidos en
los años setenta y ochenta). Y esos cursos alteran qué es Foucault.
En retrospectiva, La
hermenéutica del sujeto, publicado hasta este siglo, podría ser su obra
más revolucionaria (y estimulante).
El Foucault de los cursos no
termina de asentarse; todavía una buena parte de los lectores del pensamiento
posmoderno al pensar en Foucault piensan, sobre todo, en la clínica, el fin del
Hombre, el panóptico, el orden del discurso, las redes del saber y el poder.
Pero sus últimos cursos nos han
enseñado a pensar en Foucault en términos de biopolítica y el cuidado de sí,
por ejemplo. Los cursos de Foucault ya son tan influyentes como sus libros.
Todo gracias a sus estudiantes y viejos casetes.
Entre sus libros y sus cursos
median los tres volúmenes de su Historia de la sexualidad
publicados en 1976 y 1984 (año de su muerte). Pero si los leemos sin
predeterminarlos como supuestos puentes coherentes entre ambas partes, es claro
que estos libros son tentativas, cuyas ideas muchas veces son superadas en sus
lecciones en Francia o conferencias en Estados Unidos.
Creo que Foucault lo sabía y no
logró resolver qué hacer con estas reflexiones, cómo cerrar y firmar a modo de
libro todo aquello, ya que, en más de una manera, problematizaba sus bases
intelectuales previas.
Al final, Foucault estaba pensando
en Grecia, la ética, el sujeto y la política de un modo que no lo había hecho
antes. Pero quizá no quiso aceptar, acelerar o realizar una ruptura completa
consigo mismo y la modernidad y nos quiso hacer creer que Kant o su proyecto de
una historia de la sexualidad eran el fundamento y el cauce de aquellas
reflexiones.
Algo, sin embargo, se mantuvo
firme: Foucault pensaba no desde el Ser o la Razón, sino desde la historia y
los archivos. No era un filósofo sino un analista, como gustaba precisar.
Pero si en sus libros Foucault se
constituyó como el pensador que ayudó a sepultar la figura del filósofo como
sabio; en sus cursos finales, estaba pensando en cómo el sujeto se modifica a
sí mismo para poder conocer la verdad.
Resulta fácil pretender que su
interés en la figura del sabio fue una más de sus investigaciones académicas,
pero es claro que Foucault estaba repensándose, aunque murió sin haber dado el
salto.
Qué difícil decirlo: Foucault estaba adelante de casi todos los hombres pero murió todavía detrás de sí mismo.
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