Jornada Semanal
Marco Antonio Campos
El pasado 30 de junio
José Emilio Pacheco habría cumplido setenta y cinco años. Una sucesión
de ausencias de poetas amigos, desde enero de 2013, no deja de llegar
al alma: Rubén Bonifaz Nuño, Víctor Sandoval, Juan Gelman, José Emilio
Pacheco, José Luis Sierra, Mariano Flores Castro… Antes, en 2009, se
habían ido Alí Chumacero y Carlos Montemayor. Salvo Bonifaz, que se
sentía desde años atrás muy fatigado, y aun diría harto de las
limitaciones físicas que da la vejez, ninguno tenía las mínimas ganas
de morir, y varios trabajaron hasta horas antes de la última despedida…
Lo conocí hace cuarenta y cuatro años. Numerosas
veces desde entonces, cuando escribía mis artículos para los
periódicos, me preguntaba lo que opinaría José Emilio, quien fue hasta
su muerte nuestro gran periodista literario. Cuando escribí, en 1970,
mi primera reseña de un libro suyo (No me preguntes cómo pasa el tiempo)
apunté que la gran presencia detrás de su escritura era Jorge Luis
Borges. Cuarenta años después, en la conferencia que di sobre José
Emilio en la Universidad de Salamanca, en abril de 2010, a propósito de
unas jornadas en torno de su obra por el otorgamiento, el año anterior,
del Premio Reina Sofía, insistí en que la gran presencia detrás de su
obra era Jorge Luis Borges. La mejor muestra de una admiración que
nunca declinó es el espléndido libro de José Emilio, La invención de Borges,
publicado en 1999, con motivo del centenario del natalicio del
argentino. Desde luego, no pretendo parangonarlos y el propio Pacheco
hubiera sido el primero en prevenir: “Marquemos muy bien las
distancias.” Borges, como escribió José Emilio en el libro, era un
genio, el clásico de clásicos del siglo XX
de nuestras letras, y al siglo que nos dejó lo vio como el Siglo de
Borges. Sin embargo, hay similitudes que en ambos son altas virtudes:
en la pluralidad de géneros que trabajaron todo lo vivido y leído al
escribirlo lo volvían literatura, y la lectura de sus libros es una
alegría o un agrado continuos para la sensibilidad, la inteligencia y la
imaginación; los dos tuvieron afición por la literatura fantástica, la
literatura en lengua inglesa y la tradición judía, y a través de libros
o publicaciones periódicas, divulgaron amablemente las varias
literaturas que conocieron; buscaron –lograron– lo que exigía o quería
Henríquez Ureña de sus discípulos: “la práctica constante de una prosa
cada vez más simple, clara, fluida y exacta”, y les divertía escribir
esa suerte de textos inventivos donde no se sabe bien a bien dónde
comienzan los hechos y personajes reales y dónde los hechos y personajes
imaginarios, falsos o paródicos; ambos tenían la vista impecable para
hallar, aun en los libros mediocres, relámpagos de belleza o
privilegio, y amaron y odiaron las grandes ciudades que los vieron nacer
y crecer, y en el caso de Pacheco, morir (Buenos Aires y Ciudad de
México). Una diferencia: a José Emilio le ha faltado el ensayista que
escriba un libro crítico creativo como el que él hizo acerca de Borges.
En las páginas de La invención de Borges está no sólo lo que el autor de Ficciones
significó para él, sino para la literatura occidental. Como si fueran
dos puntas o extremos, José Emilio ejemplifica con dos árboles máximos:
uno, don Juan Manuel (1231-1348), quien con El conde Lucanor
fue “el primero que escribió en lengua vernácula o romance” y, por
ende, “fundó la narrativa europea de imaginación y al mismo tiempo la
prosa castellana”; el otro, Borges, quien se volvió un clásico
inmediato dondequiera que publicaron sus numerosos libros. Si como
repetía Octavio Paz, política y económicamente América Latina ha sido
los suburbios de Occidente, en cambio, la narrativa latinoamericana fue
la mejor del orbe en la segunda mitad del siglo y la poesía todo el
siglo.
De los “maestros y guías” de Borges, José Emilio
resalta en especial al andaluz Rafael Cansinos Asséns, al dominicano
Pedro Henríquez Ureña y al mexicano Alfonso Reyes. Pero ninguno, visto a
la distancia, como don Alfonso. Tres son los aspectos que un Borges
agradecido subraya con frecuencia: lo consideraba el mejor prosista de
la lengua española, y trayéndolo a un nivel personal, fue la primera
figura grande que lo vio como escritor y no como el hijo de su padre, y
por último, que, gracias a su ejemplo y probablemente a sus
observaciones, lo ayudó en definitiva a quitarle a su prosa lo que
había de decorado y recargado. No sólo fue el maestro y guía por
excelencia; lo quiso entrañablemente. Uno de los mejores poemas de
Borges es el que escribió cuando nuestro enciclopedista murió.
Recordemos las dos emotivas cuartetas finales: “Sólo una cosa sé, que
Alfonso Reyes,/ dondequiera que el mar lo haya arrojado,/ se aplicará
dichoso y desvelado,/ al otro enigma y a las otras leyes./ Al impar
tributemos y al diverso,/ las palmas y el clamor de la victoria./ No
profanen las lágrimas el verso,/ que nuestro amor consagra a su
memoria.”
En el libro, Pacheco analiza de Borges breve y
exactamente el porqué de la mitología de los antepasados y la mitología
de los cuchilleros, su residencia en España y Suiza, la importancia,
desde muchacho, que tuvo para él la Enciclopedia Britannica,
sus primeras afinidades e influencias, su paso por el ultraísmo, las
enseñanzas en Sevilla de Cansinos Asséns, su vuelta a Buenos Aires y,
con ello, en su juventud, la publicación de sus primeros libros de
poesía y de ensayo, su participación en revistas, su trato con
Macedonio, Henríquez Ureña y Reyes, sus trabajos de traductor y, más
tarde, en los treinta y cuarenta, la relevancia definitiva, para él y
para la revista, que representaron por décadas sus colaboraciones en Sur,
su dirección de colecciones –al lado de Bioy– como La Puerta de Marfil y
El Séptimo Círculo, su antiperonismo y su antifascismo, sus libros en
colaboración (especialmente con Bioy), y en la cima, sus creaciones
inigualables como poeta, ensayista, cuentista y autor de prosas breves.
¿Algún posible cierre de José Emilio que resuma en
pocas palabras los altísimos logros de aquél a quien vio como clásico
universal? Cito: “El mismo Borges, que en 1921 lleva a Argentina la
vanguardia, a partir de los años cuarenta inicia sin saberlo lo que hoy
llamamos ‘posmodernidad’, rompe las fronteras entre arte culto y arte
popular, creación y crítica, escritura y lectura, originalidad e
imitación.” ¿Quién logró eso en lengua española en el siglo XX?
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