Nexos
Álvaro Mutis
En 1963 comencé a trabajar en una novela sobre los últimos días de Bolívar, a quien le hacía encontrarse con un coronel imaginario de los lanceros poloneses. Su diálogo me permitía mostrar la decadencia física y política del Libertador, mediante el recuerdo nostálgico de sus brillantes años europeos. En París él había sido un dandy, y no tenía más que una idea: regresar a Francia. Creo que bajando por el Magdalena hacia el puerto marítimo donde debía embarcarse, pudo advertir el desastre que dejaba como herencia y murió a causa de ello; murió de repugnancia y desesperación.
Sin embargo, abandoné el proyecto al darme cuenta de la enorme documentación que debía consultar. Uno puede inventar o reinventar todo cuando escribe de Bizancio. No sobre el general Bolívar, que dejó cuarenta y dos mil cartas y de quien no se ignora nada. Yo no tenía ni la paciencia ni la formación y menos aún la vocación para emprender largos años de búsqueda. Por eso, para evitar la funesta maceración de los remordimientos, quemé toda aquella obra negra con la excepción de unas quince páginas. Ellas forman un cuento que publiqué hace tiempo bajo el título de El último rostro.
“La haré yo”
Un día hace tres años, Gabriel García Márquez viene a verme a la casa. él y yo nos visitamos con frecuencia: en México vivimos a tres minutos el uno del otro y nos une, desde hace cuarenta años, una amistad sin sombras. Aquella mañana Gabo no se tomó ni el tiempo de servirse algo. Simplemente venía a preguntarme: “Álvaro, ¿te acuerdas de esa novela que escribías sobre el final de Bolívar y de la cual publicaste un fragmento?”. Le contesté que la había quemado. “Pero, ¿por qué?”. Le repuse que había renunciado ante la abundancia del material. Con su talante directo, muy cortante, me anunció entonces: “Pues bien, yo la voy a hacer”. Le respondí que me parecía bien, que le cedía voluntariamente la idea y con ella todos los libros que poseía sobre el asunto en mi biblioteca.
Los tomó de inmediato. Todavía lo veo embutir los quince tomos en la bodega de su BMW que no se había tomado la molestia, contrariamente a su costumbre, de poner a la sombra en mi garaje. Al momento de partir me dijo: “Ya sabrás de mí”. No se había demorado más de un cuarto de hora.
Gabo me dedicó El general en su laberinto. La edición en francés lleva una dedicatoria “Para Álvaro Mutis”, que remite al prefacio explicativo de Gabo. La edición original es más explícita. Ahí se precisa: “Para Álvaro Mutis, que me regaló la idea de escribir este libro”.
En realidad, de ninguna forma se trata de un regalo que yo le haya hecho. Su misiva es muy generosa: yo no le regalé nada, pues él tenía otra idea de Simón Bolívar, muy diferente a la mía.
Él ve en el Libertador a un hombre sagaz, lo que desgraciadamente no era; a un hombre capaz de cálculos políticos cuando se comportó sobre todo como un niño consentido: en fin, a un conductor de hombres dotado de una madurez que jamás poseyó, en un continente donde la madurez ha brillado siempre por su ausencia. En política resulta fundamental escogerse bien los enemigos y mantenerlos, a toda costa, en la adversidad, cosa que Bolívar no hizo jamás por un constante deseo de grandeza poco sutil.
Niño consentido
En resumen, Bolívar pertenece al personaje de tipo romántico, como Byron y Chateaubriand. Vuestro querido vizconde era un pésimo político, y nuestro hidalgo de las colonias fracasó por las mismas razones, es decir, debido a una equivocada elección del entorno y a una especie de amarga lucidez, donde su soledad pudo deleitarse, pero que le impidió realizar su gran diseño de un continente jamás reunido. De hecho, como general, Bolívar perdió todas las batallas en las que se hallaba comprometido: la única que ganó, en Boyacá, ¡no dejó ni una sola víctima!
Tuve rápidamente la sensación, para no decir la certeza, de que la novela de Gabo sería mal comprendida tanto en los países bolivarianos como en los europeos. Al presentar un hombre de carne y hueso, roído por la fiebre y las dudas, él desmitificó al intocable, al padre emblemático de América Latina.
Por otra parte, en Francia y en Europa, esta América no cuenta para nada: la época del realismo mágico, tal como la han ilustrado Borges, Carpentier, Asturias, el mismo Vargas Llosa, está muerta. Hay que comprender que para nosotros Bolívar está presente todavía en la guerrilla que libramos aquí y allá. ¿Cuándo será que esos héroes de teatro aceptarán desencantarse?
Abuelo anarquista
La lectura del manuscrito de Gabo me reafirmó en mis inquietudes, aun si El general en su laberinto ocupa un lugar en una obra inmensa dentro de la cual, desde el punto de vista literario, este libro no desmerece.
Pero yo heredé de mis ancestros el anarquismo antibolivariano que me caracteriza. Mi bisabuelo tuvo el honor de recibir en su casa a Bolívar. El general se dirigía a la Convención Política de Ocaña y en el camino hizo un alto para pasar la noche de la hacienda de Domingo Mutis. En la casa había un retrato del Libertador que a éste se le ocurrió voltear. En el dorso había dos versos escritos a mano por el dueño del lugar. “Pues, amigo Mutis, yo no sabía que usted era poeta”, comentó Bolívar. Los dos versos decían: “Este santo y Napoleón no son de mi devoción”.
Tomado de Gabriel García Márquez. Testimonios sobre su vida. Ensayos sobre su obra (selección y prólogo de Juan Gustavo Cobo Borda), Siglo del Hombre Editores Ltda, Colombia, 1992.
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