Laberinto
Gabriel Bernal Granados
Un reflejo la forma y la destruye.
"Espejo"
Un día, seguramente por ocio
o equivocación, mi tío Antonio me regaló los dos tomos de los discursos que
Torres Bodet había escrito cuando fue director general de la Unesco. Bastó una
hojeada para cerciorarme que la densidad aparente de esos dos volúmenes se
correspondía con la calidad de un plomo en el que no iba a invertir más de dos
minutos de mi vida. Más tarde, por mediación del libro de Guillermo Sheridan
sobre los Contemporáneos, me encontré con algunos detalles relevantes de la
biografía de Torres Bodet: a los 19 años, fue nombrado secretario general de la
Escuela Nacional Preparatoria y poco después, secretario particular de
Vasconcelos cuando éste se desempeñaba como rector de la Universidad Nacional.
Este fue apenas el principio de una larga de carrera de funcionario público,
que habría de coronar su nombramiento como secretario de Educación Pública en
1943 y de Relaciones Exteriores en 1946.
Si la poesía de Gorostiza se
distingue por la parquedad y el rigor de sus publicaciones, la de Torres Bodet
está marcada por el signo de la precocidad y la fertilidad. A lo largo de su
vida, Torres Bodet publicó más de quince libros de poemas —el primero (Fervor, 1918) a los 16 años. Por
cuanto a la forma se refiere, sus poemas son los menos audaces de los poetas de
la generación de Contemporáneos. En sus primeros libros (Poemas, 1924; Biombo,
1925), recoge la herencia de González Martínez y del primer López Velarde, y
abona, en algunos sonetos, trasuntos de la discusión que sobre la forma y la
“modernidad” de la poesía por entonces ocupaba la sensibilidad de sus
compañeros de generación. El símbolo del vaso, el espejo y las frutas —en
cuanto prendas tomadas de la realidad del sueño— aparecen en los poemas de
Torres Bodet de la década de 1920, que fueron los años del roce y el diálogo
más intenso entre los miembros de Contemporáneos. En
cierto sentido, podría decirse que los poemas de Torres Bodet fueron
los mejor diseñados para convertirse en los recipiendiarios directos del
encomio y el aplauso del gusto oficialista de la época.
Margarita de niebla, la novela que publicó en 1928,
contradice y corrobora a un tiempo esta condición de celebridad intelectual en
constante ascenso. Sus procedimientos son los de cierto vanguardismo narrativo
francés y equilibrios consumados entre la prosa y el poema que convirtieron a
este experimento en un estandarte de lo que por entonces se dio en llamar lo
más novedoso de la prosa mexicana contemporánea.
Lo mejor de la prosa
organizada y serena de Torres Bodet, sin embargo, no se encuentra en los
discursos que éste preparó para la Unesco en sus años dorados como funcionario público, sino en el
libro que sobre Tolstoi publicó en 1965 (León
Tolstoi. Su vida y su obra,
Editorial Porrúa). La cultura enciclopédica, la pasión domesticada y
los paralelos imposibles entre la Europa y el México finiseculares
("Sorprende que una inteligencia precisa y fina, como la de Díaz Dufoo,
haya tomado tan en serio las conclusiones apasionadas de Pózdnishev y
haya creído- con ingenua firmeza- que 'el sensualista de Occidente',
lector de Schopenhauer, predicase nada menos que 'el anarquismo
biológico: la disolución de la especie'.") validan las horas que podría
requerir, todavía con provecho, la relectura de este libro, publicado
nueve años antes de que su autor decidiera quitarse la vida- el 13 de mayo de
1974— dándose un disparo en la sien en el estudio de su casa.
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