sábado, 21 de julio de 2012

Cortázar a prueba

21/Julio/2012
Milenio
Ariel González Jiménez

Entre los disfrutes del verano —y yo, aunque pocos, confieso que los he tenido— está mi reencuentro con Cortázar. Lo leí mucho de adolescente y no he dejado de hacerlo nunca; me acerco a él de vez en cuando y lo redescubro en toda su espontaneidad y frescura. Obviamente no me dice lo mismo que en aquellos años, las sorpresas acaso no sean tantas, pero su talante juvenil, la lúdica forma de acercarse al mundo (o de permitir que este se acerque, como un gran oso que nos puede devorar o proteger) siempre son contagiosas.
En parte —al menos recientemente— la responsable de mi constante retorno a Cortázar ha sido RM, que se ha dado a la tarea de reeditar magníficamente obras como Último round o La vuelta al día en ochenta mundos, a las que ahora sigue Corrección de pruebas en Alta Provenza, publicada con una espléndida introducción de Juan Villoro.
Este es un texto que pretendiendo gravitar en torno de otro (Libro de Manuel) adquirió la suficiente masa como generar su propia órbita; de ahí que pueda leerse sin pasar por el otro. Y agradezco que sea así, porque de otro modo se habría convertido en mi segundo tropiezo con la prosa de Cortázar. El primero, conviene señalarlo, fue justamente ante el Libro de Manuel, que abandoné al poco rato de haberlo comenzado, desconociendo por completo al Cortázar que me gustaba, y no porque fuera de esos “lectores literarios” que define en Corrección de pruebas como personas que todavía creen “en valores perennes con exclusión de la violenta circunstancia cotidiana”, sino porque no soportaba ver cómo en cada una de sus páginas forzaba su talento literario para que quedara debajo del plano de su compromiso ideológico. Y fue muy extraño, porque en los años que lo intenté leer yo me identificaba plenamente con ese compromiso, que resultó en mi opinión estéticamente tan riesgoso para Cortázar, que está infinitamente mejor contándonos Casa tomada o escribiendo cartas a Glenda o las travesías parisinas de la Maga.
El Cortázar que yo había frecuentado tanto (a través de la colección de relatos en tres tomitos de Alianza Editorial, Rayuela o su extraordinario prólogo a los cuentos de Edgar Allan Poe, también en Alianza), de pronto se me escapaba a una zona —la realidad cotidiana y sus noticias, el mundo atroz de las conflagraciones, los atentados y la lucha armada— que yo decía conocer, pero frente a la cual él me parecía demasiado inocente, iluso tal vez en la pretensión de darle al horror del mundo un tratamiento muy vanguardista, rebasando innecesariamente muchas posibilidades narrativas.
“A su modo —escribe en Corrección de pruebas— el Libro de Manuel se interna por una ruta que nunca había sido la mía, cuenta una historia que pretende reflejar también nuestra historia de esta misma mañana, busca lo mejor posible esa convergencia…”
Entrevistado, alguna vez dijo que el Libro de Manuel fue “el peor de mis libros”, y admitía la incomodidad del autor: era “como si me lo hubieran encargado”. ¿Quién? Él mismo. Sus recientes compromisos ante una realidad latinoamericana desgarradora. El resultado, una “tentativa de novela” fundida con un proyecto documental de lo cotidiano, realizado con un lenguaje por demás inventivo.
Por su parte, Corrección de pruebas es el relato de una aventura: “meterse el 4 de septiembre de 1972 en un auto e irse solo a cualquier rincón provenzal para medir de más cerca lo ya hecho y lo que queda por hacer; corrección de pruebas, como se ve, bastante más allá de acentos, gazapos, erratas y tachaduras”.
En ese terreno, Cortázar asume todos los saldos del Libro de Manuel, (“cada uno es como es y nadie es mejor que el otro, decía mi tía”, escribe) pero al propio tiempo toma una vereda que lo lleva a muchos otros temas (los dragones, el paisaje provenzal o el infaltable box).
Y así tenemos que, tal y como lo señala Juan Villoro en la introducción a esta edición, «ayudado por el insomnio, practica un ejercicio radical: ser los demás ante su libro, los lectores que encontrarán tan raro el principio y “preferirán un poco más de divina proporción”. Escrito para comentar otro texto, Corrección de pruebas se desprende de su propósito inicial y adquiere entidad autónoma».
Por momentos se cruza Munich (es 1972) o los presos políticos argentinos, puesto que al fin y al cabo el Libro de Manuel fue escrito para ayudarlos (las regalías fueron empleadas para pagar a sus abogados), pero la Corrección siempre termina vagando por otros senderos. Entonces puede decir: “Dormir es derogar todo testimonio, toda compañía, ese estar ahí que nos define cuando hemos asumido nuestra vida lo mejor posible.”
A pesar de ser parte del contingente que Cortázar predijo que se alzaría en contra del “tratamiento literario” del Libro de Manuel, me reencuentro todo el tiempo con la mayor parte de su obra. Y de esas lecturas y relecturas, que son la verdadera prueba de un autor frente a sus lectores, sale siempre muy bien librado.

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