Suplemento Laberinto
Un buen número de problemas en el mundo intelectual se acabarían con un simple invento: la auto-reseña.
La invención de la reseña solucionó un grave problema que ocasiona la literatura: tener que leer libros.
La reseña es como la licuadora o McDonalds. Ahorra al lector varias horas de esfuerzo.
La reseña, de paso, solucionó el problema de autoestima de muchos escritores, quienes gracias a sus amigos reseñistas pudieron morir con el ego intacto, sintiéndose útiles, leídos y justipreciados públicamente por sus pares.
De la otra esquina, la reseña, al ser un vehículo de adquisición de poder, ayudó a que la carrera de escritores otrora grisáceos —jóvenes aspirantes o escritores sin mucho talento creativo— gozará de repunte, tacuche y pimienta.
Escribir reseñas da más poder que ser reseñado. ¡Una reseña en una buena revista vale lo que dos libros!
Y promueve el amiguismo.
La reseña nos metió en problemas. Son pocas las revistas y menudo el espacio que conceden a reseñar libros. La reseña es la reina de los enconos, los reclamos y las reyertas. Más ahora en tiempos de desaparición de suplementos.
Para poner fin a estos malestares intestinos, ¡declaro patentada la auto-reseña!
Gracias a este cómodo invento, aquellos que se sienten excluidos de dicha sección podrán publicar la auto-reseña que mejor explica, adjetiva y sopesa su libro.
¿Cuáles son las leyes que dirigen este neo-género?
Ante todo, no tener reserva. El auto-reseñista debe ser enfático. Su oficio consiste en sostener sin tapujos lo que sus reseñistas tradicionales han callado, digamos, las grandes virtudes que sus libros ocultan.
El auto-reseñista debe ser amo del estilo. Si el ensayo literario contemporáneo se distingue por ser mera gimnasia verborrágica, la auto-reseña debe abrevar de la loable tradición de la brevedad. Una auto-reseña debe, oh ética, no acabar siendo mejor que el libro que auto-reseña.
El auto-reseñista, al contrario de la tendencia ególatra de nuestro tiempo, debe separarse decididamente de los aires de superioridad que se otorga a sí misma el reseñista común y corriente.
A pesar de su índole tajante, la auto-reseña debe moderar su propio valor y siempre dejar claro que el libro que auto-reseña es superior a ella.
La auto-reseña, al dejar a cada uno el derecho a valorarse a sí mismo, sin requerir de la injusticia o el favor ajenos, promete dar feliz solución a muchos conflictos dentro de la República de las Letras.
Aunque, conociendo el espíritu combativo de muchos escritores, quizá las pugnas no terminarán con el auge venidero de la auto-reseña.
Así que la invención de la auto-reseña requiere el estreno simultáneo de otro sagaz invento: la auto-réplica y, sobre todo, la contra-auto-réplica a la auto-reseña.
No tengo la menor duda: ¡viene una gran época dialéctica!
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