domingo, 11 de julio de 2010

De princesas promiscuas y malhabladas

11/Julio/2010
Suplemento jornada
Adriana del Moral

Existen en la literatura muchos arquetipos que los escritores repiten una y otra vez en sus obras, añadiéndoles matices y convirtiéndolos finalmente en símbolos de una época. El modelo de la protagonista de lenguaje eróticamente explícito, cínica y provocativa, puede considerarse iniciado con La princesa del Palacio de Hierro de Gustavo Sáinz.

El autor es de los pioneros en registrar el habla de una edad cuya voz era hasta entonces desconocida. Junto con Parménides García Saldaña, José Agustín y otros, su obra se caracteriza por un lenguaje coloquial libre, directo, a menudo procaz, que rechaza las convenciones.

Aunque con La princesa del Palacio de Hierro (1975) Sáinz inaugura una tradición de heroínas con varios amantes y pocos prejuicios morales que hablan de su vida sin reticencias, la novela también tiene raíces en la antigua tradición picaresca española: es una historia autobiográfica donde el narrador está siempre en evidencia. La protagonista es alegre, despreocupada, inconsciente, y se expresa con un lenguaje que va de lo coloquial a lo poético.

En momentos de tensión o dramatismo utiliza interjecciones falsamente populares como “¡Tortugas ninfómanas!”, mensaje cuyo sentido no resulta claro al principio. Estas frases aparecen desligadas del resto del texto: “Cuando recuerdo me ataco de risa. ¡Vampiros capados!” Y se suceden unas a otras, abriendo otra dimensión en el habla: ¡Penes garapiñados!, ¡urólogos despeinados!, ¡hienas cachondeadas!, ¡unicornios en celo!...

La narradora de Sáinz pertenece a la alta clase media mexicana y cuenta a un interlocutor anónimo sus aventuras amorosas y las de sus amigos, en lo que para Karen J. Hardy es “una llamada telefónica de trescientas páginas”. No hay héroes en la historia, más bien una serie de personajes con obsesiones, temores y defectos que aparecen claramente señalados.

Entre ellos, la princesa parece la única capaz de entrega y de afecto. Como ella misma explica: “Yo no salía con mis pretendientes por acostarme, no, y también busqué en mucha, mucha gente, encontrar un entendimiento sexual. Para mí, si un muchacho me gustaba mucho y hacía el amor con él, lo importante era hacerlo todo para que fuera el más feliz del mundo. Siempre traté de que fueran los más jubilosos, los más satisfechos, los más gratificados del universo.”

LAS OTRAS PRINCESAS

El modelo que Sáinz creó con su princesa será seguido por varios novelistas. En Señorita México (1991), de Enrique Serna, Selene Sepúlveda relata su vida a un periodista. Su relato tiene como contrapunto la voz del narrador omnisciente que cuenta las escenas cruciales que ella omite. Como Sáinz, Serna logra con éxito la oralidad: la protagonista hace digresiones con frecuencia, hay interjecciones y muletillas, y su discurso parece la transcripción de las cintas que el reportero ha grabado.

En Virgen de medianoche (1996), de Josefina Estrada, el personaje principal es una prostituta judía de clase media alta que cuenta a una periodista –se adivina que la propia Josefina– sus peripecias, desde su estancia en un manicomio y la adicción a la cocaína, hasta su paso por la cárcel.

Guillermo Fadanelli también muestra predilección por este tipo de heroínas. Bellini, protagonista de Para ella todo suena a Frank Pourcel (1999), es una joven outsider sin restricciones familiares o de tipo alguno, y Peggy López (seudónimo del autor en No hacemos nada malo, libro de relatos cómico-eróticos publicado en 1996) es una mujer que persigue el placer con el único deseo de sobrevivir a la orgía o al cataclismo. Fadanelli describe a este alter ego como una mujer “y cínica, inteligente, amante de propios deseos y vicios, pero nunca vulgar”. Peggy tiene una filosofía que se basa en dos principios angulares: coger y comprar.

DIABLO GUARDIÁN, NI TAN ÚNICA NI TAN ORIGINAL

La más conocida en este linaje de heroínas –que quizá no tienen mucho de heroicas–, es quizá Violetta, personaje principal de la novela Diablo guardián (2003) de Xavier Velasco. Sobre todo para los lectores más jóvenes, o para quienes desconocen a los autores antes mencionados, Violetta representa un paradigma: el retrato más auténtico que conocen de una mujer moderna, hecho por un hombre.

Este personaje se define a sí mismo como “una chica llena de virtudes negociables”. Como sus precursoras, es parte de la clase media, y su familia agringada se tiñe el pelo de rubio y busca hablar inglés a todas horas.

Velasco sigue la estrategia empleada por los escritores que le antecedieron: utiliza la propia voz de Violetta para contar la historia. En este caso, ella narra los sucesos a una grabadora (igual que en Señorita México) y el destinatario de sus cintas es un personaje que aparece como narrador en varios capítulos de la historia: Pig, un publicista con vocación frustrada de escritor.

Con la princesa de Gustavo Sáinz, Violetta comparte la precocidad y la mala relación con sus padres: a los quince años se escapa de su casa con cien mil dólares robados a la Cruz Roja por sus progenitores. En Nueva York gasta en menos de seis meses el dinero robado; luego se hace adicta a la cocaína y se prostituye en hoteles de lujo. Esos dos elementos, la droga y la prostitución, ya habían aparecido también en Virgen de medianoche.

A diferencia de La princesa del Palacio de Hierro, Violetta es más cínica, materialista y llena de racismo; ni ella escapa a sus propios prejuicios: “Tiene su chic ser indita newyorka, por lo menos te sientes ladina internacional. Aparte tienes la tranquilidad de que siempre habrá un cabrón galante que te diga: You don’t look very Mexican y tú le puedas contestar que tu papá es alemán y tu mamá española, Sí, cómo no, de Naucalpanburgo y Sevillatlán”, dice haciendo escarnio de sí misma. Además, para ella el sexo no es tanto un placer como un medio para conseguir dinero.

Sin embargo, Sáinz y Velasco retratan a la perfección un momento histórico: el primero, los años sesenta y setenta en las colonias Roma y Narvarte, y el segundo el fin de la década de los noventa en Ciudad de México y Nueva York. Ambos presentan de manera muy convincente a un modelo de mujer que seguirá excitando la imaginación de los lectores, al menos por algunas generaciones más.

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