Nexos
Federico Campbell
Zurcido invisible
Más que los instrumentos de la escritura —lápiz o pluma fuente, máquina de escribir o computadora— lo que importa en el acto de escribir es la predisposición de ánimo. Entonces tal vez el problema más serio sea la dificultad para mantener la atención en una sola cosa: en la pantalla, por ejemplo, y de manera continua, o en la página.
Para llegar a este estado mínimo de concentración es necesario cumplir con ciertos rituales: preparar el café, esperarlo; recoger en la puerta los dos periódicos de costumbre y revisar sólo los encabezados, no leer ninguna nota completa, posponer su lectura para más tarde, luego de aprovechar la mejor energía de la mañana, de la vista y de la mente descansada, para continuar escribiendo lo que quedó a medias la noche anterior si es que el proyecto era de pura invención literaria.
Si se trata de un ensayo o de un artículo, lo que uno empieza por hacer es ordenar la información: recortes de periódicos, párrafos o líneas subrayadas en un libro, y empezar a hacer las conexiones pertinentes pues en eso consiste en gran parte la exposición de una idea: en conectar unas frases con otras y en un cierto orden. Muchas veces el juego de palabras, por puro azar, lleva a percepciones que no se habían tenido antes.
Sin embargo, en el proyecto de “pura invención literaria” me valgo también de la información, pero con un criterio distinto al del periodista. Ejemplo: estoy en una novela sobre el actor porque en el fondo lo que me interesa es un antiquísimo problema: ¿quién soy y cómo soy para los demás o cómo me ven los otros? Y para esta incertidumbre pirandelliana el ser humano ideal es el actor, antes y después de desdoblarse. Lo que he hecho durante muchos años es leer y subrayar entrevistas con actores (Marlon Brando, Al Pacino, Loreine Bracco, Emilio Echevarría, Isabelle Hupert, Fernando Balzaretti, Ana Ofelia Murguía, John Gilgoud, Vittorio Gassman, Ricardo Darín y muchos otros) y rescatar sólo aquellas sentencias que tienen que ver con el desdoblamiento, con el juego de ser otro, y así darle sentido al titulo de la novela: La criatura y el personaje. Creo que el actor es el único de los otros artistas que más se parece al escritor. Siempre están hablando los dos de personajes. Quiere decir entonces que en el discurso narrativo se van entretejiendo en una sola voz los pensamientos de diversos actores y actrices reales, como si fuera el monólogo de un solo personaje que sabe de lo que está hablando.
Siempre estoy en varios proyectos al mismo tiempo de la misma manera en que leo varios libros a la vez. Es mi modo de ser mental y no sirve de nada sufrir por eso. Pero precisamente hago de la dispersión y la impotencia literaria el tema de otra novela: la historia de un novelista que de pronto, luego de no pocos éxitos, deja de escribir.
Escribe, escribe que no escribe, no para de escribir, pero todo lo que escribe se acumula como una dolorosa gratuidad, una enorme y trágica insignificancia.
La idea es que un arquitecto sabe construir un puente siempre, un cirujano sabe operar siempre, pero un escritor puede dejar de serlo; la suya no es una profesión vitalicia y, a lo mejor, lo mejor que dio de sí mismo fue en la juventud. El título del proyecto podría ser Zurcido invisible porque lo que pasa con el personaje es que siempre le había gustado la sastrería y lo que está detrás de una novela son unos pespuntes que no deben verse. ¿Se puede cambiar de oficio hacia la mitad de la vida?
Tejer a mano era como escribir a mano. “Este es un libro escrito a mano”, le había dicho una amiga a este personaje atormentado por la esterilidad cuando revisaba unas pruebas de imprenta. Esto lo entendía él demasiado bien, pero no tanto como para persistir en un trabajo al que le había ya dedicado más de treinta años de su vida y que lo sumía en la nada, en una amarga y absurda impotencia.
Aparte de las similitudes entre la escritura y la sastrería (como decía antes: en la novela no hay que dejar que se vean las costuras del revés), el escritor manqué, paralizado, encuentra una gran paz al dejar la literatura y volverse sastre. Sólo al abandonarse a la aguja y al hilo alcanza a estar solo y ser él mismo y a gozar del silencio. La ocupación manual, como Gandhi con la rueca, le permite llegar a una concentración más continuada y profunda. Ya lo decía un escritor del sureste: “La concentración es lo más parecido a la felicidad. Es como el reportero olvidado de sí mismo en una cobertura. Es como un estado de gracia y al mismo tiempo un espectáculo de armonía y plenitud”.
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