sábado, 15 de mayo de 2010

Los cuatro mejores prosistas del español

15/mayo/2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Los cuatro mejores prosistas del español son tres: Cardoza y Aragón.

Lo único que separa a Cardoza del mejor Aragón es el punto y seguido. Todos sus enunciados son bellezas y cualquier verso, comparado con su prosa, adviene estafa bellaca, avaricia famélica y contrabando de prisa. ¡Ay, poetristes! ¿Qué pueden fundir que Cardoza no haya abundado página por página?

Nada. (De la cual, escribía Cardoza: la nada era su única hada. ¿Temática? Su propia lírica matemática. La materia verbal que limaba con gotero-volcán.) No zozobraba sobras. Ni escribía: esculpía.

Era exacto, como temporal.

Ningún otro escritor de nuestro idioma —y pienso en Borges— es más citable enunciado por enunciado que Cardoza. Pero lo siempre memorable tiene precio: de tanta belleza infatigable, Cardoza resulta insoportable.

¿Empalaga? Y desordena las ideas con ritmos laberintos, porque Cardoza, ante todo, miraba las palabras en su ciego sonido, fraseologizaba hasta más no poder.

Amaba, incondicionalmente, la paradoja. Le agradaba el retruécano, la variación y, a veces, era Eva de la evasión.

Cardoza se trata de lo intratable. Desenfrenaba al ensayo, lince y pasmo.

Como esfinge antiedípica, ante Cardoza el neobarroco se desbarranca.

Si alguien no lo conoce no se extrañe: Luis Cardoza y Aragón era un escritor guatemalteco, casi mexicano, de obranza dispersa, crítico de arte, que escribía demasiado bien como para que Octavio Paz le cediera su puesto.

No hizo obra vertical. Era un prosista insuperable: escritor horizontal.

Prosa que es pura reincidencia rítmica y acervo de sobresaltos.

Con aforismo suple a la estrofa fofa. Hay algo de tropical en él: tropel de tropos, él que era exceso de artificio, ¡acusaba que Lezama era mayonesa! Pero Cardoza, a veces, era mera opulencia de corpúsculos. ¿Dónde sin duende? Brujo que abruma.

Atrevido de la conmoción, casi cursi, ¿desterrado? Nunca. Nunca salió de su tierra nativa, el lenguaje como extranjería y acato de rareza. Además, ¿qué escritor fundamental no puede alegar cierto exilio?

Cardumen críptico, su crítica era lío de lirismo descolonizador y periodismo loco. Esbocemos balance: como Alfonso Reyes, Cardoza no careció de obra maestra sino de una obra discípula de la maestría general de su escritura.

Al lector comecacas, el hombre de ideas y giros propios, le da diarrea. Ese lector debe cuidarse de Cardoza (o Bernadette Mayer en inglés) porque lo que tales dicen con siete palabras, el papanatas lo pide con seis.

Escritor para escritores o para lectores gustosos del sabor verbal.

Si la literatura mexicana fuese generosa se declararía guatemalteca. Pero no lo es.

Epicéntrico, Cardoza rebasa todo mapa. He aquí su clave: su obra pertenece a un siglo secreto.

Ese siglo sigiloso, por cierto, aún no termina. Cuenta con infinitas décadas.

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