Suplemento Laberinto
Un paseo íntimo entre los mundos de Joyce y de Beckett. “De la existencia, a lo sagrado”. La historia de una crisis: un editor, Samuel Riba, se mira derrotado por no encontrar a ese genio que ha esperado durante su trayectoria profesional. “Es el último editor literario —de raza— y se siente hundido desde que se retiró. Riba oculta a sus compañeros dos cuestiones que le obsesionan: saber si existe el escritor genial que no supo descubrir cuando era editor y celebrar un extraño funeral por la era de la imprenta, agonizante ya por la inminencia de un mundo seducido por la locura de la era digital.”
Dublinesca es un juego de espejos: Enrique Vila-Matas escribió esta novela a partir de un sueño que tuvo en un hospital; algo semejante le sucede a Riba, quien una noche tiene un sueño premonitorio que le indica que su vida debe cambiar. “Es una crisis que puede suceder a cualquier edad. El problema de él es que no sabe qué hacer. Está arruinado.” Se arma entonces de todas las herramientas posibles para ir al Bloomsday y recorrer el alma de la escritura de James Joyce.
Dublinesca es el libro por el que el autor barcelonés visitó en días pasados nuestro país. Además de esa novela, Vila-Matas habla en esta entrevista de la crítica y de la posición mediática de los escritores. Se sabe —él mismo lo asume— que es un escritor exitoso, y que la crítica literaria, por lo menos en Iberoamérica, lo ha tratado bien.
¿Le importa la crítica?
Siempre he leído crítica literaria. Me parece un género muy interesante cuando está bien hecho, cuando está hecho por alguien inteligente, cuando se es alguien creativo. La crítica la he seguido y actualmente hay críticos muy interesantes.
¿Como quiénes?
En México, Cristopher Domínguez Michael me parece un crítico importante. Quizás el más importante de Latinoamérica. En España hay críticos como Ignacio Echeverría, Juan Antonio Masoliver Ródenas, José María Pozuelo, o como Mercedes Monmany. Es un mundo interesante el de la crítica. Bueno, he nombrado demasiados críticos españoles y dejé fuera a muchos, luego se molestan… Lo que le quiero decir es que leo mucha crítica.
¿Cómo le ha ido con Dublinesca?
Me he encontrado con muchas decepciones. Se ha escrito mucha crítica sobre el libro, la gran mayoría es muy favorable, pero también me he encontrado con críticas muy planas, tanto que me parecen mentira. Un libro ofrece muchas posibilidades para comentar y me he topado con críticos de bajo nivel. Al mismo tiempo, encontré críticas magníficas estilísticamente hablando. He tenido el tiempo para comprobar el bajo nivel de muchas críticas, es decir, son planas y no captan ni siquiera la mirada del autor o las posibilidades que tiene un libro…
¿Qué piensa de la figura del crítico literario?
Acabo de terminar un texto muy largo —no sé cuándo se publicará— en el que el protagonista es un crítico literario. Es decir, después del editor he ido a parar a un personaje que es un crítico literario; parece que estoy tocando estos personajes que están dentro de la literatura y que no son escritores o novelistas como yo.
Habla sobre un crítico que está inquieto por la posibilidad de juntar una literatura radical, como podría ser la de Joyce, pero no la del Ulises sino la del Finnengans Wake, y desea mezclarla con el mundo de la narrativa tradicional, especialmente bien hecha, por ejemplo, Simenon.
El crítico intenta mezclar a Simenon con Finnengans Wake, y hacer un tipo de literatura radical que llegue a todo el mundo. Es como Dr. Finnengans y Monsieur Hire, el personaje de Simenon.
El personaje intenta, en una noche, en Turín, encerrado en su habitación, hacer una mezcla explosiva de ambas cosas para crear una literatura radical que llegue a todo el mundo.
El crítico pensando en lo que necesita el lector…
Intenta hacer un experimento que sólo hace falta que le salga humo…
Otro punto, junto a la crítica, que al escritor probablemente le atañe son los medios…
Sí. Si se está en el mercado, se está en el mercado. No puedes estar en el mercado, querer editar un libro y no querer conceder entrevistas y no participar de esto, si no se participa, lo único que tienes que hacer es no estar en el mercado. Y si no estás en el mercado, no existes… Esa es la cuestión —que no la decide el escritor—en un sistema capitalista. Uno puede escribir en su casa, pensar que es el mejor escritor del mundo, pero si no publica nadie se enterará; ése es otro tema muy interesante.
En su último cuento, que dejó inacabado, Dostoievski habla de un violinista de provincias que se considera el mejor del mundo, y creyéndolo se va a Moscú, pero ahí no lo contratan nunca. Él acaba coqueteándole a una pobre criada que le da dinero y a la que le convence de ser el mejor violinista del mundo. Lo que le pasa a este personaje es que no se ha constatado que lo sea, él cree que lo es, pero a la hora de compararse con los otros, de confrontarse con los demás violinistas, no lo escogen para la orquesta de Moscú, porque hay mejores que él.
El mundo de la literatura está lleno de estos personajes, de escritores que creen ser mejores que los demás, pero que no entran en una competencia, porque creen que no tienen que demostrarlo.
¿Usted ha luchado por eso?
Luchar es más interesante que ser competitivo. Hay escritores mejores que yo y peores que yo, lo que cuenta para mí es que lo que yo haga, sea lo mejor que pueda hacer. A partir de ahí, la competitividad queda anulada. Toda mi vida he escrito independientemente de lo que escriben los demás. Cada vez que me enteraba de que había un escritor mejor que yo, me limitaba a seguir escribiendo, porque a la larga tu obra, si es buena, es buena. Si no lo es, pues mala suerte. Lo importante no es que tengas un éxito pasajero, sino “La Obra” y después, si tiene valor, lo decide el tiempo y los lectores. Puede suceder que los lectores estén equivocados y mi obra tenga mucho valor ahora, y después de 300 años no se reconozca, pero yo habré hecho mi trabajo. Es lo importante, y mi obra me acompaña.
Hay críticos que pueden ocultar una obra…
Yo me acuerdo que cuando comencé, a varios críticos no les gustaba lo que yo escribía, porque lo mío lo consideraban vanguardista. Un día, en una cena, conocí a esos críticos de golpe y me bastaron dos minutos para saber que eran unos idiotas. Había estado años preocupado por unas firmas que me parecían de personas solemnes e importantes, resultó que el problema era suyo, que no sabían leer…
En su obra ha abordado la “microliteratura” en relación con los nuevos soportes de edición…
Lo importante es que sobreviva el contenido. Lo demás es el envoltorio. Los autores escribimos de la era de la imprenta y después de la era digital, pero antes se escribían en papiros, grandes textos de la antigüedad escritos con dificultades desconocidas para nosotros. El asunto es que la prensa mueve mucho la idea de la llegada del libro digital, porque hay intereses comerciales para lanzarlo al mercado, pero todos son problemas envoltorios, no de contenido, el problema está en saber si resistirá el pensamiento, el lenguaje. Si no se transformará en una idiotez más grande que la actual. Flaubert lamentó la idiotez a la que llegó su generación, pero jamás imaginó la idiotez en la que nosotros estamos ahora, de modo que uno acaba siendo optimista, y pensamos que estamos en un mundo mucho mejor del que vendrá…
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