sábado, 13 de marzo de 2010

“Reinventarse es un ejercicio de libertad”

13/Marzo/2010
Suplemento Laberinto
José Luis Martínez

Jacobo Fitz-James Stuart creó Ediciones Siruela en 1982. Tenía 26 años y era —lo sigue siendo— un apasionado de las novelas artúricas, de la literatura olvidada de la Edad Media, que fue la base de su proyecto editorial. El éxito, lo dice él mismo, fue fulminante. En diciembre de 1985 publicó el primer número de El Paseante, una revista que durante trece años se dedicó a explorar con rigor las ideas estéticas de los ochenta y noventa. En 2004, en uno de los mejores momentos de su editorial, decidió venderla para irse a vivir al campo y continuar una de sus grandes pasiones: la lectura. Un año después, con su esposa Inka Martí, fundó una nueva empresa: Atalanta, que dirige desde su finca en Ampurdán, en la provincia de Gerona, cuya promoción determinó su reciente visita a México.

Conde de Siruela, de ahí su nombre de batalla, el editor habla con Laberinto sobre su experiencia en el mundo de los libros y de su relación con algunos de los más grandes escritores del siglo XX.

¿Cómo se inicia en la edición?

Soy autodidacta, aprendí en las imprentas, cometiendo errores. Habría sido magnífico tener un guía, un maestro, pero no lo tuve.

¿Qué es lo primero que hace como editor?

Un volumen de bibliofilia, de quinientos ejemplares. Era una novela artúrica con grabados de artista, un libro caro que ganó el premio al mejor editado del año en España. Fue una locura. Gracias al premio, se vendieron todos los ejemplares.

Yo tenía 26 años, durante dos o tres había estudiado literatura medieval y leído todas las obras que giran en torno a la vida de Arturo, el último mito creado en Occidente. Estaba fascinado y me pregunté: ¿Por qué a otras personas no les van a gustar estas historias? Por eso fundé Siruela y el éxito fue fulminante.

¿Qué significó para usted abandonar Siruela?

No fue fácil dejar a los autores. Por otro lado, reinventarse es un ejercicio de libertad y de vitalidad muy grande, uno rejuvenece. Ahora estoy haciendo lo mismo que hacía a los 28 o 30 años. Es un reto nuevo.

¿Cómo se define como editor?

Soy un artesano. La labor que realiza un editor es una especie de artesanía intelectual, paciente, con gran dedicación.

¿Sigue alguna rutina en su trabajo?

Leo muy temprano o por la tarde. Las mañanas se las dedico a la editorial; todos los problemas de Atalanta se resuelven por la mañana —al vivir en el campo, me he vuelto un poco gallina para armonizar con la naturaleza.

¿Qué opina de la relación entre autor, editor y crítico?

Históricamente, siempre ha sido una relación conflictiva. Es un conflicto necesario; si cada cual cumple su cometido, la cosa va bien. El autor debe de escribir y no promocionarse, para eso está el editor.

¿Qué piensa de la autoedición que se da en internet?

Por un lado están surgiendo cosas interesantes, pero por otro puras bobadas. Eso de hacer novelas por celular, me parece una majadería. En cuanto a la crítica, la agilidad y perspicacia de la que se realiza en los blogs me parece mayor que la de los suplementos culturales, que ciertamente es más reposada. El placer de la lectura, La tormenta en una vaso, Encuentro con los libros y En un bosque extranjero son blogs que tienen entre 20 o 25 mil usuarios amantes de la literatura; en ellos se hace una crítica todos los días que no está nada mal. Cuando los suplementos culturales están en la cuerda floja, los blogs están cumpliendo una labor importante en cuanto a la crítica; yo soy partidario de ellos.

En sus entrevistas usted se ha referido con frecuencia a la imaginación y a la memoria…

En Atalanta he querido desarrollar tres ideas: la brevedad, la imaginación y la memoria. ¿Por qué la memoria? Porque el ejercicio de la memoria es necesario. La actualidad, debido sobre todo a los medios de comunicación, está absorbiendo todas las categorías de la cultura: hoy en día la cultura tiene que ser noticia y los lectores, en general, no van más allá de los siglos XIX y XX, cuando la literatura es una.

Para el buen lector toda la literatura es contemporánea. Eso sí: hay que saber elegir, no se pueden seleccionar reliquias, obras para exponer en los museos, sino símbolos vivos de diferentes épocas, que tengan actualidad. Como la mitología griega, los presocráticos, el I Ching o una novela como La historia de Genji, de Murasaki Shikibu, la más antigua escrita por una mujer. En la época en que fue escrita, a las mujeres se les negaba el acceso a la cultura; debido a esa prohibición, ella escribió una novela de mil páginas para sesenta personas de su corte.

Otro campo que me interesa explorar es el de la imaginación. Siempre he estado interesado en la imaginación, empecé haciendo literatura artúrica y ahora soy también un especialista en literatura fantástica. En Siruela publiqué La biblioteca de Babel, una colección de 33 títulos dirigida por Jorge Luis Borges, y muchos libros más del género fantástico en la serie El ojo sin párpado.

En Atalanta he querido llevar la imaginación a un terreno más extremo, más filosófico, más experimental. Como sucede con los libros El fuego secreto de los filósofos y Realidad daimónica, en los que Patrick Harpur nos hace ver que la realidad, vista a través de la imaginación, está mediatizada. Si una persona se enamora, es su imaginación la que proyecta a la persona amada y la trasforma. La realidad no es literal, es un proceso que se elabora en la mente. Es por eso que la imaginación lo envuelve todo.

¿El editor es un historiador de la imaginación?

De alguna manera. El proyecto de Atalanta en sus tres colecciones: Ars Brevis, Memoria Mundi e Imaginatio Vera, es lo que pretende: una historia de la imaginación. En ellas tendrás la mitología de la India, de Egipto, de Grecia. Libros como Armonía de las esferas, donde Joscelyn Godwin reúne textos de Platón, Plinio el Viejo, Ptolomeo, Pico della Mirandola y muchos otros autores. O bien las Tres novelas en imágenes de Marx Ernst (La mujer de cien cabezas, 1929; Sueño de una niña que quiso entrar en el Carmelo, 1930; y Una semana de bondad, 1934) que son obras fundamentales del surrealismo, con imágenes potentes, profundas.

Usted ha dicho que la belleza es lo más difícil y lo más democrático. ¿Cómo explica esta paradoja?

La estética no me interesa, porque puede ser instantánea o artificial, pero la belleza —ese invento de los griegos— la entiende un niño, una persona muy simple y una persona muy cultivada. La belleza tiene una especie de inmanencia. Todo mundo la percibe. La estética es una reproducción artificial y cultural de la belleza, en cambio, la belleza en sí es un misterio…

Usted ha tenido relación con tres escritores preocupados por la imaginación y la memoria: Borges, Calvino y Cioran…

Cuando tenía 27 años monté un curso de literatura fantástica en la Universidad Menéndez Pelayo de Sevilla. Con esa temeridad de la juventud, llamé a Borges y me dijo que aceptaba participar; llamé a Calvino y también me dijo que sí. La verdad es que con ellos logré un curso fabuloso.

Me gustaba visitar a Cioran en su casa en París; no era su editor, pero me gustaba verlo. Yo era muy joven y él me aceptaba. Luego lo publiqué en El Paseante, una revista muy interesante en la que no tenía cortapisas con los derechos: podía publicar a quien me diera la gana, si autor accedía a ello. El primer texto de Olivers Sacks que salió en España su publicó en El Paseante.

¿Qué recuerda de Borges?

Era una persona con un sentido del humor a flor de piel. Es curioso: era una persona muy sencilla, nada pretenciosa. Lo mismo que Calvino. ¡Cuanto más importantes son las personas más sencillas se vuelven!, aunque, claro, hay de todo. La vanidad es algo consustancial al arte; incluso me atrevería a decir que una diva de la ópera, si no es vanidosa me produciría sospecha.

¿De qué hablaba con Calvino?

Calvino era una persona de una sensibilidad extraordinaria, era tímido. Cuando hablaba le costaba mucho precisar su pensamiento, quizá por eso escribía: para precisar sus ideas. Era un hombre bastante hermético, cuando yo le conocí no hablaba y yo estaba horrorizado, lo conocí más manteniendo la amistad con Chichita —su mujer—. Cuando Calvino conoció a Borges tampoco habló…

¿Y Cioran?

Era un hombre con un enorme sentido del humor, nos la pasábamos muy bien. Yo creo que la gente trágica es humorista. Por ejemplo, Kafka se reía muchísimo con Max Brod cuando contaba sus cuentos. Cioran lo mismo: era un hombre que se reía mucho. Si bien el humorista tiene un fondo trágico, el trágico sin humor no viviría más de un mes.


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