domingo, 22 de mayo de 2016

Dos siglos de picaresca: bicentenario de El Periquillo Sarniento

22/Mayo/2016
Jornada Semanal
María Rosa Palazón Mayoral

Estamos de manteles largos no sólo por el cuarto centenario de Cervantes, sino también por ser el bicentenario de El Periquillo Sarniento, de José Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano. El Periquillo... es un libro influenciado por Don Quijote. Este Perico es un libro de consejos. Januario, uno de los personajes malandrines, afirma que en 1816 los bigotes ya no se usaban, y menos deambular por estas tierras de Dios aconsejando, mensaje que le había dado Sancho Panza a su amo Don Quijote, que andaba rutas enteras para predicar sobre las prácticas sociales que harían un mundo mejor.
Don Quijote de la Mancha y El Periquillo Sarniento (cinco libros destinados a la educación) fueron escritos en la cárcel. ¿Por qué José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) lanzó al mundo la primera novela de Latinoamérica desde la prisión de Ciudad de México en 1816? Respondo: en Cádiz, en 1810, se decretó la libertad de imprenta, y como las buenas noticias viajan en barco lento, arribaron a la Nueva España en 1812. Hubo un ingenuo que se la creyó: ahora se hablaría claro, directamente, sin hipocresías, al modo de Sócrates en el mercado o en el Ágora, y Lizardi se lanzó al ruedo con su periódico El Pensador Mexicano, el primero de autor único que, además, dio entrada a quienes no tenían acceso a la prensa.
En el número 5 del tomo i, criticó de frente a la Inquisición. La libertad se suspendió. El necio Pensador(ahora lo usa como seudónimo) siguió habla y habla, critica y critica en folletos. Total, su destino fue la prisión. Allí escribió El Periquillo
La literatura se compromete con todo, menos con la realidad corrupta, en este caso con la corrupción de la enorme colonia llamada Nueva España. Esta fue la oferta, pero la cosa de la recepción fue más seria: con fantasía y exageraciones, o hipérboles, escribió cinco libros de educación para los jóvenes; luego pocos o casi nadie ha leído toda la novela en cuestión. Es una narración vendida por entregas, dividida en las tres fases de la ortodoxia cristiana, a saber, pecado, castigo y redención.
La diégesis, la historia, el asunto, se centra en la narración de las acciones aberrantes en el ambiente corrupto en que actuó y vivió Don Pedro Sarmiento, quien se expresa, contando que cuando era joven era conocido como el Periquillo Sarniento. Periquillo porque en el Real Colegio de Tepozotlán, donde habían destinado a su padre como médico, su hijo asistió a una escuela nahuatlaca. Para lucirlo, su madrastra le puso una chaquetita verde y un pantalón caqui: un perico humanizado. En aquel ambiente contrajo sarna. He aquí su nombre, el bullying que arrastró hasta su adultez avanzada. “No pude quedarme sin mi seudónimo o alias.” Por esos colores de su vestimenta, los maestros lo llamaron Pedrillo, que degeneró en Periquillo: “heme ya conocido no sólo en la escuela ni de mucho, sino ya hombre y en todas las partes por Periquillo Sarniento”.
En Ciudad de México estudió, con preceptores que usaban como aulas su casa, gramática, retórica y filosofía. Luego se inscribió en la Real y Pontificia Universidad para ser bachiller.
El Periquillo… perfila una sociedad en decadencia, hundida, desde las clases de arriba o ricos, hasta las de abajo o pueblo, en mórbida y democrática corrupción.
Ideológicamente siempre quiso la independencia. En Taxco participó con las tropas de Hernández, un ramal de los contingentes de Hidalgo. Después apoyó a los liberales diputados de Cádiz que, en vista del fracaso de España como metrópoli, enriquecía a Inglaterra y demás enclaves poderosos mediante los piratas con patente de corso. Pensó que los admirables diputados de Cádiz nos darían la independencia sin derramar una gota de sangre. Por enésima vez fue al mesón de la Pita, o sea, la cárcel. Apoyó después la única opción que proclamaba cierta independencia: la conjura de la Profesa y concretamente a quien lo invitó a la revuelta, Agustín de Iturbide, hasta que éste se coronó y dejó que los españoles se llevaran sus capitales. Tampoco estuvo demasiado satisfecho con el presidente Guadalupe Victoria, tan altivo que se “sacramentaba en Palacio”.
En 1823 quedó de nuevo tras las rejas y un año antes había sido excomulgado por su Defensa de los francmasones, y dice que esto fue un antecedente de la Reforma que admiró y siguió, más a fondo, Ignacio Ramírez, más conocido como El Nigromante.

La buena lección del mal

El Periquillo Sarniento enseña cómo el mal nuestro puede dar buenas lecciones educativas: educa sobre los malos amigos, los malos tratos, las malas autoridades, por ejemplo, los malos profesores que no ponen límites en la conducta de sus educandos, o los sátrapas que inspiran tal pavor que nadie aprende sus lecciones y el temor propicia las micciones en el salón de clase.

El mal maestro instruye sobre la infidelidad amorosa y sobre las desviaciones corruptas de los abogados, capaces de salvar a una guapa asesina y enviar como culpable a un indio borracho tirado en la calle. Enseña que en la vida en curso, los escribas –los de buena letra– por unos reales incriminan a inocentes y salvan a culpables. Oyendo sus palabras, uno se entera de que los boticarios, quienes venden los líquidos curativos, rellenan las redomas con agua del mismo color del medicamento.
La existencia muestra la falta de honestidad de los médicos, en la mayoría sin preparación, como el doctor Purgante, que para cualquier mal recetaba lavativas. Periquillo, disfrazado de galeno, fue invitado a Tixtla, donde no había médicos (de tal había presumido) y, sin mayores dudas, mató a media población. Los sobrevivientes lo persiguieron hasta que huyó como liebre perseguida por perros labradores.
En aquellos inicios del siglo xix, los barberos eran también odontólogos. Habiéndolo acogido Rapamentas en su peluquería y consultorio, en una ocasión en que no estaba en el lugar de su trabajo, Perico cogió a un perro, le ató las patas y el hocico, lo sentó en la silla reclinable y procedió a rasurarlo. “El miserable perro ponía sus gemidos en el cielo. ¡Tales eran las cuchilladas que solía llevar de cuando en cuando!” No contento con el corte de pelo, se atrevió a sacarle una muela a una vieja que rabiaba de dolor. Abrió la boca de la acuitada señora. “Tomé el descarnador y comencé a cortarle trozos de la encía alegremente.” “Le corté tanta carne cuanta bastó para que almorzara el gato de la casa.”
El hábil Periquillo o Perico fue cura por lo descansado del oficio; después de hacer el ridículo en doctrina y en la Biblia, aceptó el oficio de ladrón y asaltó a pie y en coche. Por regla general en esta ciudad colonizada, que en cien años dejó de ser el ombligo de Mesoamérica, robaban el oficial, el soldado, el mercader, el escribano, el juez, el abogado, los obispos y los canónigos. El verbo rapio se conjugó en todos los modos y tiempos: “se hurtaba por activa, por pasiva, por circunloquio y por participio”. En la rapiña generalizada eran lo mismo el que robaba en coche que quien roba a pie, y tan dañino a la sociedad, o más, es el salteador en las ciudades que en los caminos despoblados, supone Lizardi.
Empecinado en lograr bienes furtivos con prácticas aciagas, fue cócora, es decir el que reproduce la combinación de cartas del monte, favoreciendo a algún participante en la mano de los albures que obviamente dan una compensación monetaria al cócora.
Ante la podredumbre se debía ser muy prudente, aconsejaba don Pedro Sarmiento ya redimido. Cuídense de guardar secretos, no sólo por la humanidad venenosa que se sale de misa para desacreditar a prójimo con mentiras. Abundan las personas que son como el gato, el cual lastima al ratón mientras que juega con él cariñosamente. No asuman la costumbre de hablar de más.
La bondad consiste en la sociabilidad; la maldad, en la insociable sociabilidad, dijo Kant magistralmente. Somos sociables por naturaleza y cultura. Luego, la insociabilidad es el odiado anticomunitarismo, siempre enfermo o de enfermos.

Escribir para ser oído

Literariamente, Fernández de Lizardi es un escritor relevante porque si el paso universal ha sido generalmente de la oralidad a la escritura, El Pensador Mexicano escribió para ser leído por una población mayoritariamente analfabeta. Uno, seguramente cada vez distinto, compraba el papel para el tiempo exacto de un descanso en las labores. Los demás escuchaban, de manera que en aquel entonces la población era más culta que ahora, en tiempos de la no lectura ni de los comentarios entre escuchas. De la reunión tras la chimenea pasamos a la radio, a la televisión y a la soledad de quienes vegetan tras un teléfono, cámara o diccionarios, mal ordenados, y no se acepta que sólo se trata de máquinas útiles, no de seres humanos. La imaginación ha sido la base del avance científico y artístico; hoy está enjaulada en un aparato con dos asociaciones: sí o no, en tanto que un individuo tiene, más o menos, veintiséis respuestas, aunque veinticinco estén equivocadas.

Los discursos educativos hubieran sido cansinos, aburridos; por lo mismo, el humor fue la tabla de salvación. En su influencia modélica, a saber, Don Quijote de la Mancha, Sancho Panza le dice a su amo que va por el mundo predicando cómo salvar almas. Lizardi sigue sus pasos y, por si fuera poco, comparte el espíritu humorístico. Por esta doble faceta de anormalidad contra los idiots, su bondad y su inteligencia llena de humor, que no de chistes, amamos a Don Quijote y a El Periquillo como a nuestras entrañas: ambos con mucha “sal en la mollera”, porque siguieron la norma contraria a la conducta siempre igual de los idiotes (palabra griega que significa el que sigue las direcciones que existen, la norma). Son los del planeta ovejo, al decir de Lizardi.

La insociable sociabilidad

El mal se hace por vil imitación irracional, por venganza o como disfraz del bien. El Periquillo estuvo sumido en sus fronteras hasta que, dejando de ser una normal oveja o un idiotes, se quiso deshacer de la mancha, de la culpa, de los desastres sociales que existieron y a los que se adhirió un poco demasiado tarde.

Pedro Sarmiento explica a sus hijos que es demasiado tarde para justificar las manchas con que se enfangó como un cerdo, porque el ayer es lo ido, pero mientras hay vida hay esperanza. En algún momento de lucidez, siendo El Periquillo, trató de suicidarse porque: “Fui fraile, fui secretario/ y aunque ahora tan pobre estoy,/ fui comerciante en convoy,/ estudiante y bachiller./ Pero ¡ ay de mí/ esto fui ayer/ y hoy ni petatero soy”.
Ya habiéndose pulido como una estatua que se deshace de adherencias para ser una buena obra de arte, reconoce que su nacimiento en la clase media estuvo opacada por sus extravíos, y su salud se arruinó por sus excesos. Su mente desvarió o se hundió en un pozo sin fondo por su falta de bondad o insociable sociabilidad. Don Quijote, Sancho Panza y Don Pedro detestan a las clases altas porque pierden sus goces en las apariencias y en ejercer la peor vagancia. Sarmiento había nacido en una buena condición para su existencia, o sea en la medianía.
En el magín de Fernández de Lizardi estuvo la pretensión de ser leal a la forja de su patria independiente, generar un sentimiento centrípeto, ni chovinista ni xenófobo, sino de autoestima y estima al prójimo en un país colonizado durante siglos, esto es decir que quiso inventar una novela que fuera la encarnación de la injusticia.
Obviamente tenemos en nuestro acervo literario al autor que se lanzó a usar el habla popular de México, incluso de ladrones y “fulleros”. Los demás autorcillos imitaban el decir español, en una suerte de mezcla por regla mal lograda. No eran ya tiempos de Sor Juana, sino del fragor bajo el espíritu nacionalista, separatista y republicano.
Al final de la novela, muy lejos estaba de su incursión en la odontología y de la época en que fue cófrade de una fantasiosa cuadrilla de pillos, y ejerció el contrabando y la rapiña en agencias mortuorias y como escribiente de subdelegado de Tixtla, quien se sacaba su “principalillo” torciendo los hechos y estafando comercialmente a los indios; ya eran de ayer sus años de tahúr cócora, de cura que predica a favor de los gachupines y del Imperio Hispano, trabajo que abandonó porque no conocía los libros sagrados y detestaba el celibato.
México estuvo al borde del precipicio: hoy, en una crisis donde el país se borra en un pantano de corrupción y ventas de sus patrimonios ¿mantiene al menos en parte El Periquillo Sarniento su actualidad?
¿Qué corrupciones de cuello blanco o sucio se han eliminado? ¿Amamos a Fernández de Lizardi como a nuestro otro yo por su a-normal locura rebelde y liberadora?

Mira, considera, advierte,
por si vives descuidado,
que ahí yace un extraviado
que al fin logró santa muerte.
No todos tienen tal suerte;
antes debes advertir
que si es lo común morir
según ha sido la vida,
para no errar la partida
lo seguro es buen vivir 

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