lunes, 23 de mayo de 2016

Elena Garro, más allá de la leyenda

15/Mayo/2016
Confabulario
Eduardo Antonio Parra

Hablar sobre Elena Garro podría hacernos enumerar tanto los escándalos y conflictos en los que se vio envuelta como las desgracias que le provocaron los demás, los otros, la gente. No obstante, enfocarnos en las peripecias de su vida, en los frecuentes exilios y las causas que la llevaron a ellos, en las disputas con sus colegas, en sus supuestas traiciones y las que le cometieron, tal vez nos alejaría de lo que en verdad importa: aquello que permanecerá cuando los rumores y los chismes se desvanezcan, cuando el mito comience a modificarse o decaer; cuando pasen los años y ya pocos reconozcan los nombres de los actores que la rodearon en su drama personal: su impresionante obra literaria. Porque más allá de toda controversia, más allá de que quienes comentan su vida aseguren que la vivió situada en los extremos —como su sintiera una repulsión innata por los términos medios—, más allá de haber sido amada u odiada por todos, más allá, incluso, de rondar el genio y la locura, dejó  páginas poderosas, apasionantes, con hallazgos temáticos y formales que continúan influyendo en los escritores y escritoras que la sucedieron, e historias que siguen comentándose, estudiándose y disfrutándose como si acabaran de ser publicadas.

Guionista, coreógrafa, articulista, cronista, poeta, novelista, cuentista y dramaturga, Garro fue una mujer con inquietudes diversas que la llevaron a abordar casi todos los géneros creativos, incluso algunos fuera de la literatura, y legó a las letras de nuestro país una obra abundante, versátil y desigual; aunque, desde el punto de vista de este lector, le hubieran bastado una sola novela y un cuento para pasar a la historia como una artista indiscutible (ciertos críticos la consideran la escritora más importante de la historia del país, tan sólo superada por Sor Juana Inés de la Cruz). Esa novela es Los recuerdos del porvenir y ese cuento insuperable es “La culpa es de los tlaxcaltecas”. Claro, no se trata de que el resto de sus escritos carezca de importancia, al contrario; pero con estos dos textos le habría sido suficiente para  mantener ocupados durante décadas a escritores, lectores y críticos, lo cual puede comprobarse con las tesis, los estudios críticos y ensayos que continúan multiplicándose hasta este año en que se cumple el centenario de su natalicio.

¿Qué hay en ese cuento y en esa novela que fascinan de modo permanente a quienes se acercan a ellos? En principio, lo que puede llamar la atención a un lector desprevenido es el descubrimiento de un tono, una voz personal, inconfundible: narradores que dan la impresión de venir más allá de la realidad y que, al trasmitirnos sus historias, arrastran siglos de experiencias dolorosas, como si no hubieran hecho otra cosa en la eternidad que deambular en busca de una felicidad inalcanzable, para terminar instalados en una suerte de desencanto trágico semejante a la tristeza. La voz de Elena Garro, de sus narradores y de sus personajes, es lo primero que estremece a los lectores, en gran parte debido a la intimidad que establece con quien la escucha. Dicen los que la conocieron que, por lo menos en sus últimos años, así era su voz física: tenue, aguda, susurrante, pero sumamente seductora, que atrapaba de inmediato a sus oyentes. Si esto es cierto, habría que admitir que estamos ante una narradora que pudo, a través de un raro hechizo literario, reproducir las sensaciones que provocaba el sonido de su voz en sus textos escritos.

Después de habituarse el oído a ese tono, a esa cadencia cercana, el lector se encuentra con personajes bien configurados desde las primeras líneas, que le dejan la impresión de haberlos conocido de antemano, de otro texto o tal vez de la misma vida. ¿Cómo conseguía este efecto a la vez mágico y realista? ¿Cómo lograba que sus personajes aparecieran de “cuerpo entero” desde su primera incursión en la página, como si se tratara de un montaje teatral? Quizás la respuesta se halle en el modo en que los construía. Garro dijo alguna vez que sus historias y personajes se derivaban de ella misma, de su vida, de sus experiencias, y aunque nunca hay que creer del todo lo que los escritores dicen acerca de su obra, en este caso podría ser verdad. El mejor laboratorio de que dispone un creador para construir personajes está en su cuerpo, su cerebro y su existencia; si observa con cuidado sus propias acciones y reacciones, puede obtener el material necesario para configurar, por ejemplo, todos los personajes de una novela populosa. Y al leer cualquier obra de Elena Garro es posible advertir que era una acuciosa observadora de sí misma, no sólo porque muchas de sus creaturas se le parecen, sino porque desde el inicio de sus relatos sabemos qué piensan, sienten, anhelan, y nos enteramos de sus temores, recuerdos, fantasías y  carencias. Los conocemos bien. Y a través de ellos vamos conociendo asimismo a su autora más allá de las habladurías en torno a su vida.

Una voz personal. Personajes inconfundibles. Después vienen las historias donde también encontramos jirones y retazos de su biografía, si hemos de creerle que siempre escribió acerca de sí. Historias particulares cuyos trasfondos abordan las consecuencias de la desigualdad social, llevan a cabo denuncias contra el poder, hacen visibles las injusticias que siempre ha sufrido la sociedad, cuestionan discursos oficiales, señalan errores históricos o interpretaciones erróneas de sucesos conocidos. Porque la obra de la Garro apunta hacia varias direcciones, dos principales: la que implica a toda la comunidad al abordar el devenir de un pueblo, y la que se sumerge en la mente y en la existencia particular de uno o varios personajes hasta sacar a relucir sus verdades casi siempre ocultas. Y no es extraño que en ambos extremos de la línea —el general y el individual— aparezca la locura como elemento a la vez caótico y ordenador, pues tal pareciera que, para ella, las locuras del país a través de la historia no son sino un reflejo de las locuras individuales de los hombres y mujeres que participan en ella, y viceversa. Los personajes de esta escritora, ya sean pueblerinos o cosmopolitas, solitarios o miembros de alguna grey, forman parte de algo más grande que los oprime o los engrandece, y esta sensación se contagia a los lectores. Otro elemento de seducción en su obra.

El devenir, el paso del tiempo. Es el uso del tiempo en sus narraciones uno de los aspectos más sobresalientes de su obra. Aquí ya no se trata tan sólo de señalar o exhibir lo que ha ocurrido ni de refutar sus interpretaciones, sino de vivir el pasado, traerlo al presente sacándolo de su línea de sucesión por medio de la palabra. De anular la continuidad temporal. Es un lugar común decir que la narrativa de Garro introdujo en la narrativa mexicana nuevos modos de concebir el tiempo en el relato. También se ha repetido que en sus textos los hombres viven el tiempo de modo lineal, mientras que las mujeres se insertan en una suerte de eterno retorno con el fin de escapar de su mediocre cotidianidad. Ambas cosas son ciertas, y sin embargo quizá lo más notable en algunas de sus historias sea esa amalgama perfecta que consigue al unir en una sola varias líneas temporales —el tiempo mítico con el real, o el histórico con el actual—, plasmando el funcionamiento de su memoria, donde la imaginación  enlazaba los distintos pasados, los diversos presentes y los sucesos míticos que la habitaban. Con estas operaciones mentales, que luego en ella devinieron temas y estrategias narrativas, esa voz cargada con la experiencia de siglos tuvo que haber surgido de manera natural.

Un tono inconfundible: la voz de la eternidad. Personajes completos que resultan familiares desde el primer instante, construidos a partir de sí misma. Historias que nos hacen sentir únicos, individuales, y parte de un país y su devenir. Un tiempo sin tiempo que puede ser todos: el tiempo mítico. Cuatro aspectos que, por sí solos, podrían hacer indeleble la narrativa de Elena Garro si no hubiera muchos otros más, como el uso magistral de un lenguaje entre poético y enloquecido, los hallazgos en sus estructuras y técnicas, la sabiduría y experiencia vital que delata en cada página, la imaginación desbordada o contenida, el sentido trágico que imprime a sus historias y las obsesiones repetidas que hablan de un universo único en nuestras letras. Leer los cuentos, las novelas, los dramas de Elena Garro es conocer a una mujer cuyo modo de contemplar el mundo y la vida resulta más estimulante que enterarse de los chismes y controversias en las que estuvo envuelta. Es conocerla casi íntimamente, más allá de sus grandezas y sus miserias, de sus relaciones tormentosas, de sus conquistas y sus gatos. Elena Garro está en sus libros.

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