sábado, 30 de abril de 2016

Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges Notas para la historia de una amistad

30/Abril/2016
El Cultural
Adolfo Castañon

Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges se conocieron personalmente en la casa de Pedro Henríquez Ureña en 1927. Pedro había llegado a Argentina años antes y muy pronto conoció a Borges. Fue el primero en reseñar un libro suyo, Inquisiciones, en una publicación de importancia como la Revista de Filología Española que publicaba en Madrid el Centro de Estudios Históricos. Previo a este encuentro, se había dado un intercambio de libros entre Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges, a través de Guillermo de Torre, cuñado de éste y a quien aquél conocía y con quien tuvo correspondencia. Este intercambio epistolar, al igual que el sostenido entre Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges, ha sido publicado por el investigador argentino Carlos García. Con el título de Discreta efusión. Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes. Epistolario (1923-1959) y crónica de una amistad fue publicado en Madrid bajo el sello de Iberoamericana y en México por El Colegio de México y la Editorial Bonilla y Artigas (primera edición mexicana: octubre de 2010, 473 pp.). Las 32 cartas conservadas en ambas direcciones por Reyes y Borges se dieron entre 1921 y 1957.
Póstumamente se dan manifestaciones de Borges sobre Reyes entre 1960-1987 (hay cartas, por ejemplo, de Borges al profesor norteamericano J. W. Robb, especialista en Alfonso Reyes). En el libro de Carlos García se alternan sabiamente cartas de otros interlocutores, como por ejemplo el mencionado Guillermo de Torre o Juan Manuel Villarreal, que pueden tener que ver con el asunto. El primero en dar a conocer las cartas cruzadas entre Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges fue el poeta y ensayista mexicano José Emilio Pacheco en la Revista de la Universidad de México. Su nombre está asociado al de estos dos maestros.
Borges dijo en distintos textos que Alfonso Reyes, junto con Paul Groussac y Macedonio Fernández fueron sus maestros. A la muerte de Reyes, en 1959, Borges escribió un poema “In memoriam A. R.” e hizo posteriormente no pocas declaraciones o alusiones en las que encarecía su figura y su obra. A su vez, Reyes menciona a Borges en diversos puntos de su obra. Compartían el conocimiento y el gusto por diversos autores: Robert Browning y Manuel José Othón, Andrew Lang, G. K. Chesterton, Raymundo Lulio. Compartían una sensibilidad y un sentido religioso de la vocación poética. Los textos que ambos escribieron sobre algunas figuras están incluidos en una preciosa, ingeniosa y ahora inencontrable antología que armó Felipe Garrido con el titulo La máquina de pensar y otros diálogos literarios y que fue distribuida gratuitamente con motivo del día del libro en 1998.
Reyes y Borges se vieron al menos una vez a la semana, los domingos por la tarde, en la casa de don Alfonso entre 1927 y 1930, luego se volvieron a frecuentar entre julio de 1936 y diciembre de 1937, razón por la cual casi no hay textos fechados de esos momentos.
Reyes y Borges se hicieron amigos en cuanto se encontraron... A Borges lo fascinó la agilidad mental de Reyes. Por ejemplo, cuando éste le preguntó casi incrédulo si había conocido realmente al poeta Manuel José Othón, el regiomontano le contestó indirectamente citando un verso del poema de Robert Browning “Memorabilia”: Did you ever see Shelley plain...? (“¿Acaso vio a Shelley cara a cara?”, para arriesgar una traducción utilitaria.)
La simpatía entre ambos se tradujo no solamente en una correspondencia epistolar sino en una correspondencia inmaterial, simpática y aun telepática. Esa conexión profunda tenía que ver con el reconocimiento de que podía darse afuera, materializada en una persona, una cristalización de las fuerzas íntimas que los movían y conmovían a ambos. Esta conexión tiene que ver con una idea y una práctica de la letra en el mundo.
El encuentro entre Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges no sólo fue el encuentro entre dos grandes escritores. Lo fue también entre dos pléyades o constelaciones literarias y artísticas que deletreaban el mundo a través de los labios y de los parpadeos inteligentes de estos amigos que fatalmente se encontraron. En ese sentido no fue una amistad convencional. Fue una conexión entre dos sistemas, dos galaxias. La suma de las amistades y afinidades que compartieron es abismal y, en cierto modo, todavía nos deletrea.
El conocimiento de esta relación es necesario, como una guía para adentrarse no sólo en la obra de ambos escritores, sino en las fuentes mismas de la cultura moderna en Hispanoamérica. La amistad entre Reyes y Borges es un secreto a voces y, de hecho, ha merecido ser interrogada críticamente por el escritor y pensador mexicano Hugo Hiriart en su libro titulado El arte de perdurar (2010).
Se dio la circunstancia para mí muy afortunada de que haya visitado la Ciudad de México y la Capilla Alfonsina, animada por Alicia Reyes, el poeta y ensayista argentino Roberto Alífano, quien acompañó a Borges como amanuense durante diez años. Alífano ha escrito Borges, biografía verbal (1987), El humor de Borges (1996), Conversaciones con Borges (1984), Borges y la Divina Comedia (1983), Borges diálogos esenciales (1998). De hecho, en esos libros Alífano alude a la presencia de la persona y la obra de Alfonso Reyes en la obra y el imaginario de Jorge Luis Borges. Tengo noticias de que Alífano se encuentra preparando un nuevo libro donde evoca sus encuentros y reencuentros “con los Borges”. También firmó, con el autor de El Aleph, la traducción del libro de Fábulas de Robert Louis Stevenson y de la poesía de Herman Hesse. Desde 1988 dirige la revista Proa, fundada por Borges en 1922. Es descendiente por línea materna de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el autor de El gatopardo. Tuvo amistad con Pablo Neruda y es uno de los fieles que acompañó su entierro cuando falleció. Es también una circunstancia misteriosa, como una suerte de visitación. Leí a Borges antes que a Reyes, en cierto modo llegué a don Alfonso gracias a su amigo y maestro argentino. El último texto que escuchó mi padre antes de morir el 11 de julio de 1991 fue “El jardín de senderos que se bifurcan”. Al final de la larga lectura, tuvo la lucidez de decir: “Tiene razón Borges: ‘En un universo existimos; en otro no’”. Cierto: en un universo se publican estas páginas, en el suplemento de La Razón; en otros, no.

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