lunes, 13 de octubre de 2014

El flâneur de la memoria: Patrick Modiano, Nobel a prueba de balas

12/Octubre/2014
Confabulario
Héctor Orestes Aguilar

“En 1945, poco después de mi nacimiento —escribe el Premio Nobel de Literatura 2014 en la página 15 de su delgado tomito Éphéméride—, mi padre decide vivir en México. Los pasaportes están listos. Pero, en el último momento, cambia de opinión. Poco le faltó para abandonar Europa después de la guerra. Treinta años más tarde fue a morir a Suiza, país neutral. Mientras tanto, se desplazó mucho: Canadá, Guyana, África ecuatorial, Colombia… Lo que buscó en vano fue El Dorado”.

De haber llegado a nuestro país, Patrick Modiano seguramente habría perdido toda posibilidad de volverse escritor, quizá se habría convertido en comerciante, hombre de negocios o al menos en gerente de alguna tienda, a la sombra paterna. Aunque, como bien lo explica hacia el final del primer párrafo de Un pedigree (Un pedigrí), su autobiografía hasta el vigesimoprimer año de su vida publicada en 2005, jamás sintió ser un hijo legítimo de su padre ni su heredero.

La historia de vida de Modiano está sellada por ese vínculo roto, por esa relación inexistente con un padre que, en realidad, jamás estuvo como tal ante él y que representó, por otra parte, su más compleja y desgarradora relación con los orígenes: el progenitor fue un judío que vivió la clandestinidad forzada de los años antisemitas del gobierno de Vichy y de la ocupación alemana de Francia como una oportunidad para conducir su existencia fuera de la ley, de manera delincuencial, no lejana a lo gangsteril. Para llevar una vida múltiple, hecha de simulaciones y falsías, que le permitieron ser un nómada no sólo como viajero entre geografías distantes sino también vivir como alguien inasible, escurridizo, lo mismo una persona que otra, sin identidad fija. “Soy un perro que parece necesitar un pedigrí. Mi madre y mi padre no se vinculaban a ningún medio bien definido”, escribe Modiano en la obra antes citada.

¿El pasado en realidad es un “país remoto donde las cosas se hacen de otra manera”?

Un pedigrí, aparecida ya cuando la canonización literaria había convertido a su autor en una referencia internacional de las letras francesas, pone en evidencia uno de los ejes del “método Modiano”, si podemos llamarlo así: él construye una “historia”, un relato, a partir de la investigación de una genealogía, ficticia o real, verticalmente cronológica o zigzagueantemente asociativa, para rescatar los posibles pasados, las posibles memorias de sus personajes. La semblanza de su abuelo, extraída de la obra citada, es un gran ejemplo: “Era originario de Salónica y pertenecía a una familia judía de Toscana establecida en el Imperio Otomano. Primos en Londres, en Alejandría, en Milán, en Budapest. Cuatro primos de mi padre, Carlo, Grazia, Giacomo y su mujer Mary serán asesinados por las SS en Italia, en Arona, en el lago Maggiore, en septiembre de 1943. Mi abuelo abandonó Salónica en su infancia para ir a Alejandría. Pero al cabo de unos años partió para Venezuela. Creo que había roto con sus orígenes y su familia. […] Tenía un pasaporte español y, hasta su muerte, quedará inscrito en el Consulado de España en París, mientras que sus antepasados estaban bajo la protección de los consulados de Francia, de Inglaterra, y además de Austria, en calidad de ‘ciudadanos toscanos’”.

De los grandes escritores occidentales del siglo XX que tienen a la memoria como una de sus materias primas, Modiano se distingue por su apego a la certidumbre de los hechos documentables como base para darle sustento parcial a personajes y tramas. En sus libros no hay una idealización de las cosas pretéritas tal-y-como-pudieron-ser. No hay nostalgia de la nostalgia ni evocaciones idílicas de tiempos suspendidos. Modiano está lejos de L. P. Hartley, Harold Pinter, Fred Uhlman, José Emilio Pacheco. Para el francés el pasado no necesariamente es “un país remoto donde las cosas se hacen de otra manera” (Hartley), sino que es una dimensión desconocida donde nadie es quien dice ser, cada quien tiene las identidades que le place o que necesita, las desapariciones son más comunes que las epifanías y la asincronía se produce no tanto a consecuencia de la simbiosis entre diversos tiempos históricos que se fusionan en un momento preciso, sino por la brutalidad con que uno de esos tiempos se ha impuesto sobre el otro, lo ocupa, anula y casi termina por hacerlo desaparecer.

Vidas reales que parecen imaginarias

Los mejores libros de Modiano logran combinar la pulsión de la pesquisa histórica, genealógica o reporteril con la sutileza de una prosa envolvente, trabajada con extremo cuidado, en la que es común encontrar una estructura que no puedo designar sino fragmentaria, como en el caso de La place de l’étoile (El lugar de la estrella), libro publicado en 1968 bajo el padrinazgo de Raymond Queneau. Notable primera novela, desde sus páginas iniciales presentaba una situación inquietante: el narrador, quien durante buena parte de su relato tiende un intenso monólogo, es un digno heredero de Otto Weininger. Es un escritor judío, aspirante a la genialidad; es un reaccionario, es un antisemita.

Durante una estancia en un hotel, coincide durante la hora del almuerzo en repetidas ocasiones con un hombre calvo de ojos abrasadores. Se trata del escritor francés de origen judío y luego converso católico Maurice Sachs, autor de París canalla, tratante de personas (judíos a quienes engañaba prometiéndoles salvoconductos para quitarles sus fortunas), muy probable informante de la Gestapo y quien en la vida real desapareció en 1945 en circunstancias aún no aclaradas, pero quien se supone fue encarcelado en el campo de Fuhlsbüttel, donde habría sido asesinado por otros reclusos y luego comido por los perros.

En La place de l’étoile, Sachs ha sobrevivido y es librero en Ginebra. El narrador de la novela, Raphaël Schlemilovitch, es en parte su trasunto, como va quedándole claro al lector a medida que cursa aquellas páginas incómodas. De tal modo, estamos ante un juego de espejos múltiples, pues Schlemilovitch también es trasunto parcial del propio autor. Tiene ascendencia venezolana y nació, como Modiano, en Boulogne-Billancourt. Schlemilovitch es tan canalla como Sachs, es un proxeneta y se imagina en llegar un día a ser el mayor escritor judío y el único importante durante el III Reich. El Judío Indispensable, como lo frasea Modiano. Como Sachs, aparecerán muchos otros personajes reales que parecen ficticios de la época de la ocupación, y sus biografías, entrecruzadas con las ficciones de Modiano, forman uno de los mosaicos novelísticos más peculiares de la literatura francesa.

En busca de la memoria perdida

La mayoría de los numerosos estudios académicos sobre la obra de Patrick Modiano la abordan, como resulta previsible, a partir del tema de la identidad, con énfasis en la identidad judía en la Francia previa a la Segunda Guerra, durante la ocupación alemana y en los primeros años de la postguerra. Pero Modiano no sólo se ocupa de aquellos quienes resistieron en la clandestinidad o el ocultamiento, a través del cambio de personalidad o mediante la conversión religiosa o ideológica, sino de la identidad de toda la sociedad francesa, que durante los oscuros años de la deriva fascista, como la ha nombrado con cierta benevolencia el historiador Philippe Burrin, se prestó a un juego de duplicidades, connivencias y omisiones voluntarias.

Toda vez que el instrumento narrativo de los libros de Modiano es por lo general una investigación, al hoy Premio Nobel le ha resultado muy natural dotar a sus novelas con la electricidad de la novela policiaca. Así sucede con Rue des Boutiques Obscures (traducida alternativamente como Calle de las bodegas oscuras o como La calle de las tiendas oscuras), libro por el cual obtuvo el muy codiciado Premio Goncourt ya en 1978 y cuya trama protagoniza Guy Roland, agente de policía privado, que investiga el paradero de un personaje desaparecido hace largo tiempo. Durante sus indagaciones, el lector se pregunta si el principal objeto de la búsqueda no será el mismo Roland, quien parece estar recuperando la memoria después de años de amnesia. Como sucede en algunas novelas de escritores centroeuropeos como Leo Perutz y Alexander Lernet-Holenia, Roland lo que recobra son sólo fragmentos de la vida de aquel hombre con los cuales termina por infatuarse.

Otro ejemplo magnífico de que la búsqueda de la memoria en Modiano no es sólo individual es Quartier perdu (Barrio perdido), en el que el escritor de novelas policiacas Ambrose Guise llega a París a una cita de negocios con su agente literario y descubre una ciudad fantasmagórica. Hallazgo que, de una u otra manera, lo impulsa a preguntarse por ciertos misterios de su pasado, cuando era francés y se llamaba Jean Dekker. En esa Ciudad Luz en la penumbra no sólo ha desaparecido parte importante de su biografía, sino todo un cuadrante del pasado. Para recuperarlo, Guise, una de los caracteres más enigmáticos de Modiano, se convierte, como su creador, en flâneur de la memoria.

Un centroeuropeo que escribe en francés

Cuando el novelista Jean Marie G. Le Clézio obtuvo el Premio Nobel en 2008, el escritor y traductor austriaco Leopold Federmair, gran conocedor de las literaturas francesa y mexicana, hizo un apunte muy singular: por su profunda familiaridad con nuestra cultura, Le Clézio podía ser considerado como un autor mexicano que escribiera su obra en francés.

Por los temas de sus libros, el tratamiento que ha escogido para desplegarlos, por el valor de atreverse, en solitario, a intentar el ajuste de cuentas con el pasado fascista y filonazi que la sociedad francesa nunca emprendió, Patrick Modiano está muy cerca de los escritores centroeuropeos que se han ocupado del Holocausto. No creo que sea una exageración afirmar que él, en buena medida, es un autor judío centroeuropeo que ha escrito una de las obras literarias más legibles y perdurables de la lengua francesa. Un Premio Nobel a prueba de balas.

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