Laberinto
Víctor Manuel Mendiola
Pronto vamos a celebrar el
centenario del nacimiento de Octavio Paz y el mejor homenaje que le podemos
rendir al creador de “Piedra de sol” quizá sea aproximarnos a su obra con
admiración, pero también con una distancia crítica.
Eso fue, precisamente, lo que
Paz hizo con los ensayos de otros autores; eso fue lo que él exaltó como una de
las cualidades esenciales de un escritor; y eso es, tal vez, la herencia
fundamental que nos ha dejado el poeta que nació en Mixcoac. Su legado más
grande tal vez consista en ejercer la difícil crítica: al decir sí, siempre
decir no; en las palabras amigas, nunca tenerle miedo a las palabras enemigas.
De alguna forma, Las sendas
perdidas de Octavio Paz, libro de Evodio Escalante publicado por Ediciones sin
Nombre, es el principio de este homenaje y la puesta en acción del
cuestionamiento admirativo que toda obra verdadera añora y exige de nosotros en
la lectura.
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Tengo la impresión de que
Evodio Escalante es el crítico si no “ideal”, sí indispensable de la compleja
obra de Paz.
Escalante, además de ser un
conocedor de la lírica contemporánea, es un exigente lector del pensamiento
filosófico. También es un estudioso de algunos de los movimientos de cambio más
significativos de nuestra literatura y ha comprendido algunas figuras centrales
de la poesía mexicana de la primera mitad del siglo xx. Y, lo que es más
importante: en la práctica de su actividad intelectual representa la
independencia del pensamiento crítico. Paz ha tenido y tiene, por un lado,
muchos bien intencionados defensores de su gran obra y, por el otro,
escrupulosos investigadores, que han sabido poner en pensamientos exactos lo
que ya sabemos —o lo que no sabemos—, y esclarecer ciertos pasajes
problemáticos de su creación, pero ha contado con pocos lectores decididamente
críticos que, sin dejar de reconocer su originalidad, hayan sido capaces de
entrar en una disputa profunda. El gran interés que ofrece la crítica de
Escalante es su espíritu informado y penetrante, pero insubordinado, que no
solo el lector inteligente agradece sino que la literatura necesita para
mantenerse viva
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Las sendas perdidas de
Octavio Paz comienza con el análisis del momento en que surgen los primeros
grandes libros de Paz, del primer Paz maduro, en particular del primer ensayo
largo del premio Nobel. Con diligencia y de un modo impetuoso, Escalante ayuda
a completar el cuadro de formación de El arco y la lira. Nos deja ver las relaciones
de este texto —estudiadas ya por otros autores— con Breton, por un lado, y con
Alfonso Reyes, por el otro. En este proceso de reiluminación estudia las ideas
del joven Paz acerca de la inspiración. Ahí nos recuerda cómo éste, desde muy
temprano, planteó el problema de dónde proviene el acto creativo y subraya cómo
Paz, en su proceso de desarrollo intelectual, estableció un vínculo reflexivo
entre espontaneidad y orden o entre delirio e idea. El interés de este primer
capítulo consiste en la articulación de los motivos y las cifras que muestran
la presencia de Heidegger en el entendimiento de la inspiración y en el
surgimiento de la singular manera de ver las cosas de Paz. A través del
análisis de la discusión sobre el papel del lenguaje en la creación del hombre,
Escalante nos deja entender cómo el autor de Las peras del olmo aprovechó
profundamente los conceptos esenciales de Ser y Tiempo, en particular el enorme
provecho que sacó del concepto de pre–reflexión.
En el segundo capítulo,
Escalante se adentra en la relación intensa pero contradictoria de Paz con el
surrealismo. En esta sección, Escalante enfatiza cómo en algunos casos Paz
coincide plenamente con este movimiento libertario y cómo en otros gira de una
manera imprevista, anómala y difiere de un modo que muchas veces decepciona a
los lectores. De este modo, para nuestro crítico, Paz salta de posturas
vanguardistas a un reducto conservador. De alguna manera, Escalante dibuja un
sinuoso camino que va del marxismo ortodoxo al surrealismo y, de éste, a una
especie de liberalismo New Age.
Hacia el final del libro,
Escalante le vuelve a dedicar muchas páginas a otro texto fundamental: La
estación violenta y, en especial, al largo poema “Piedra de sol”. Aquí también
el crítico entrelaza los caminos de la vida de Paz con su desarrollo literario
y nos revela, en los poemas de juventud, los antecedentes o las prefiguraciones
de lo que vendría después. Las explicaciones alrededor de “Entre la piedra y la
flor” e “Himno entre ruinas” son sugestivas. En los análisis de estos textos,
Escalante adivina algunas de las influencias más importantes en la poesía de
Paz. Destaca, sobre todo, el papel central de T.S. Eliot y nos señala que esta
influencia surgió desde muy temprano, cuando Octavio Paz era realmente un
jovencito. También nos hace notar que la presencia de Eliot en la poesía de Paz
sirvió como un mecanismo de control y alejamiento de las exageraciones líricas.
Incluso nos hace ver que tal vez esta influencia fue decisiva para que Paz
pudiera tomar distancia de la fuerza enorme de la poesía de Neruda.
El estudio sobre “Piedra de
sol” sostiene la idea de que una concepción metafísica del instante —articulada
con la estética surrealista, pero originada de manera esencial en Heidegger—
domina el desarrollo del largo poema y, probablemente, le da sentido.
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Dando por un hecho que Las
sendas perdidas de Octavio Paz es un texto de discusión necesaria, ahora me voy
a permitir aproximarme al ensayo con mis diferencias.
Tengo la impresión de que el
texto ofrece dos lados susceptibles de discusión. El primero, tiene que ver con
el surrealismo y el segundo, precisamente, con “Piedra de sol”.
En lo que toca al primer
aspecto diría que la lectura realizada por Escalante de la relación de Octavio
Paz con el surrealismo es parcial, porque deja escapar un momento esencial de
la poesía del autor de La estación violenta. Me refiero a que omite mencionar
y, sobre todo, revisar ¿Águila o sol? Este libro y El arco y la lira son textos
que surgieron casi simultáneamente. Incluso, podríamos presumir que el inicio
de la escritura de ¿Águila o sol? comenzó, probablemente, antes del inicio de
la escritura de El arco y la lira. Esto lo podemos vislumbrar en la
correspondencia entre Paz y Alfonso Reyes de finales de los años 40. Sea lo que
fuere, un texto no se explica sin el otro; un texto es la piedra angular del
otro. El famoso ensayo de Paz es incomprensible sin este libro de poemas (de
hecho, el primer gran libro de Paz), porque este volumen de textos líricos en
prosa juega un papel decisivo en la comprensión de uno de los tópicos centrales
del extenso ensayo: la diferencia entre la escritura de la poesía y la
escritura de la prosa. Es más, me atrevería a decir que el texto donde se
refleja de manera más poderosa y casi sin reservas —o con reservas limitadas—
la acción surrealista de Paz es justamente en ¿Águila o sol? De este modo, al
dejar de lado el libro de los poemas en prosa, Escalante en realidad está
dejando de lado la experiencia, como un hecho real y práctico, del surrealismo.
El olvido de este texto, entonces, disminuye la fuerza de la estética
surrealista y, con ella, de otras estéticas igualmente importantes en la obra
de Paz. Esto permite la exageración de otros elementos no literarios o no
poéticos. Lo que quiero decir es que el énfasis filosófico de la lectura de
Escalante está fundado en la disminución de la importancia del surrealismo en
la obra de Paz. No dudo del interés que tiene la lectura filosófica, pero creo
que su encarecimiento implica un equívoco, porque ignora que la mirada de Paz
es la visión de un poeta que toma todos los recursos a su alcance (entre otros,
los filosóficos), pero que siempre privilegia a la literatura y a la poesía en
la comprensión del mundo y en el análisis de cualquier clase de problema.
Otro efecto de este olvido es
el mal entendimiento de la actitud crítica de Paz hacia el surrealismo. Cuando
Escalante dice que Paz, a veces, adopta una postura de vanguardia y otras, una
postura conservadora, creo que lo que no comprende es el juego de distanciamientos
críticos que Paz lleva a cabo desde la poesía. Como Escalante está pensando en
términos de filosofía y de filosofía política, le puede atribuir a Paz un
repertorio conceptual que éste trataba con reserva (los vocablos vanguardia,
conservador, revolucionario, etc.). Sin embargo, si revisamos las opiniones del
poeta al respecto, aceptando la enorme influencia del surrealismo en su obra,
es necesario decir que nunca o casi nunca se consideró un surrealista, no
obstante que tomó lo esencial de esta forma de poesía para reforzar y crear su
propio pensamiento. En su entrevista con Roberto Vernengo elogió al movimiento
de Breton, pero defendió su lugar dentro de la tradición de la poesía en lengua
española. Este hecho tiene una enorme importancia: nos revela cómo Paz era
capaz de absorber una estética e, inmediatamente, oponerle una reserva crítica,
tanto en términos teóricos como en términos prácticos de escritura.
En lo que hace al segundo
aspecto, a las ideas expresadas en torno a “Piedra de sol”, detecto otra
exageración. Desde luego en “Piedra de sol” hay una metafísica del instante y
desde luego esta metafísica nos enlaza con la filosofía, pero lo que
caracteriza la indagación trascendental de Paz es la circunstancia de que él
transforma las ideas en una riqueza de vida y en una lúcida exploración de
imágenes. ¿A qué me refiero? Al hecho de que aunque la palabra instante aparece
muchas veces en “Piedra de sol”, esta voz es solo el preámbulo a la verdadera
experiencia metafísica de Paz. La densidad y la hondura del instante en “Piedra
de sol” es la dimensión del cuarto, que implica la ciudad y, al mismo tiempo,
el lugar donde se refugian las mujeres y los hombres para amarse. Para Paz es
también el lugar de la historia y de la intimidad. Por eso en el centro de
“Piedra de sol” está la escena casi mitológica de un hombre y una mujer en
Madrid, en 1937, en la Plaza
del Ángel. El desvarío —del que el propio Paz habló en los versos del poema— no
es una cavilación abstracta sobre el instante. Es, sobre todo, el desasosiego,
pero también el encuentro real de un hombre y una mujer en una habitación, en
una calle, en una ciudad determinadas.
También me parece un error, al tratar de entender “Piedra de sol”,
prescindir del papel central que ocupa la imagen que da comienzo al poema: “un
sauce de cristal, un chopo de agua”. Esta imagen no es un mero pretexto para
comenzar el poema, es —como la imagen del cuarto— una figura esencial que nos
da la intuición de que todas las cosas se transforman en sus opuestos y que el
tiempo en el hombre es ciertamente un instante, pero, al mismo tiempo, la
duración de un ritmo que no deja de renovarse de manera incesante. Por eso, el
poema sigue la revolución sinódica del planeta Venus y el Sol. La imagen del
árbol que se transforma en río y del río que se transforma en árbol le permite
a Paz atravesar el tiempo de la historia, el ritmo de las ciudades y detenerse
en el instante de un cuarto. Va de la naturaleza que nos rodea a una
experiencia singular de un hombre y una mujer, y de regreso.
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