domingo, 20 de mayo de 2012

Procrastination

Mayo/2012
Nexos
Carlos Velázquez

Vivo como si el calendario no existiera. En otro tiempo, me habría convertido en la peor pesadilla de Ben Fong Torres. Soy un acróbata de las deadline. Mi deporte favorito consiste en retrasar ediciones.

Soy desidioso. Odio las obligaciones. Decidí no asistir a la universidad. Que la vida hiciera de mí lo que le apeteciera. Y pagué caro tal osadía. La existencia me convirtió en escritor. No entiendo cómo un tipo con mis características puede forjar una carrera literaria. Mi papá desempeñó varios oficios: usurero, tahúr, beisbolista, luchador, sandillero, melonero, pescador, fayuquero, y quizá el más espectacular de todos: gatillero. Pese a sus actividades, no resistió el impulso de convertirse en lector. Era asiduo consumidor de las novelas de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía. Cómo observarlo devorar una historia a la semana me orilló hacia la literatura es incomprensible.

El placer es impostergable. Ponderar la escritura por encima de la vida me parece sospechoso. Digno de subnormales o académicos. Admiro a los Beatles por domar el LSD. E involucrarlo dentro de su proceso creativo. Me encantaría domesticar la droga. Pero es indispensable que me encuentre sobrio para escribir. Y como eso rara vez sucede, tengo severos problemas para cumplir mis compromisos escriturales. Desde mis inicios opté por no corregir textos. Una práctica para lerdos sin talento. Las ocasiones especiales en que me abstengo de intoxicarme, las aprovecho para sacar los pendientes. Si un texto no resulta como esperaba lo desecho sin remordimientos. He tirado varios libros a la basura.

Me he convertido en un rockstar de la procrastinación. Prefiero descargar música antes que solventar cualquier obligación preponderante. Y odio el spam literario. Haber corrido con la suerte de pegar un par de hits en la literatura ha sido insoportable. No pasa un día sin que alguien me escriba un correo para insistirme en que desempeñe tareas que aborrezco. Como corrector, editor (por Dios) o negro literario. Por supuesto bajo ningún concepto de honorarios. He sido carne de cañón. Ya pasé por una redacción. He sido corrector para una editorial. Ni siquiera tengo chance para dedicárselo a mi propia obra. El valioso tiempo que me queda libre lo empleo en mirar pornografía. Y aunque me pagaran. No soy un caza talentos. Ni soy nadie para recomendar a la gente en casas editoriales. No me interesa que mi juicio tenga injerencia. Contra lo que piensan algunos amargados a quien nadie pela, no formo parte de ningún grupo ni de ninguna mafia. Para ser parte de una conspiración hace falta estar atento a los otros. Y yo soy un güevón. No saco la basura de mi casa. Qué me importan los intereses de ningún sector.

En mi defensa diré que soy oficinista. Ocho horas diarias me dejan en calidad de trapo. Sumemos que tres días a la semana le hago al César Costa: papá soltero. Tengo que llevar a mi hija al balé. Fuera del placer que me produce ver a la miss, pocas satisfacciones obtengo. Luego debemos hacer la tarea. Darle de cenar. Y dormirla. A las diez treinta de la noche que termino mis presiones paternales, me queda poco ánimo para brillar sobre el teclado. No me interesa mantener mi reputación como literato. En ocasiones pendejeo en las redes sociales. Y la gente me atosiga con mensajes. Y pobre de mí donde no conteste. Síntoma de que me he convertido en un mamón. De que me he subido a un ladrillo y me he mareado. No puedo procrastinar a gusto en la web.

Siendo honesto, no sé cómo escribo. Ni a qué hora. Soy un bebedor consuetudinario. Nada es más sagrado para mí que sentarme a escudriñar los partidos de beisbol de las grandes ligas con una dotación de cervezas. Apenas empieza la temporada, me olvido de todo. Y por si fuera poco, también estorban los compromisos derivados de la propia carrera literaria. Los viajes. Nunca me ha gustado teclear por las noches. Mi hora favorita para trabajar es por la mañana. Pero desde que dejé de ser un vago me he tenido que conformar con pescar la primera oportunidad que se presente. En aeropuertos. Centrales de autobús. En comidas familiares. Con mi hija dormida en las piernas. O mientras la espero fuera de su clase. Seguro me veo ridículo al tomar notas y garabatear en medio de un grupo de señoras gordas que chacharean sobre telenovelas.

No voy a mentir. La escritura me interesa poco. Ni la considero terapéutica. La única manera en que alivio mi estrés es en la cama. Sin embargo, como mi padre, no he podido renunciar a la lectura. No importa a qué consagres tu vida, seas un malandro o un ciudadano de a pie, leer es la manera más efectiva de matar el tiempo. Y la procrastinación más severa que sufren mis editores no es culpa del alcohol ni de las putas ni de las drogas. Es de los libros. Maldito vicio

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