sábado, 28 de abril de 2012

El (nuevo) malestar en la cultura/ I

28/Abril/2012
Milenio
Ariel González Jiménez

La cultura ya no es, como concepto y como práctica, lo que solía ser. Eso nos dice el conjunto de ensayos agrupados en el nuevo libro de Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012). “Las horas han perdido su reloj” (Vicente Huidobro) es el epígrafe natural para documentar este extravío que ha desembocado en “un mundo donde el primer lugar de la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal”.
Desde luego, Vargas Llosa entiende la legitimidad del esparcimiento, pero su libro lo que intenta mostrar es el costo que tiene convertir esta aspiración en “un valor supremo”, ya que tiene “consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”.
Ese es el punto de partida del libro de Vargas Llosa, cuyo título mantiene una deuda —reconocida por el autor— con el del situacionista francés Guy Debord, La sociedad del espectáculo, aparecido en 1967. (“El libro de Debord contiene hallazgos e intuiciones que coinciden con algunos temas subrayados en mi ensayo, como la idea de que reemplazar el vivir por el representar, hacer la vida una espectadora de sí misma, implica un empobrecimiento de lo humano. Asimismo, su afirmación de que, en un medio en el que la vida ha dejado de ser vivida para ser solo representada, se vive por «procuración», como los actores la vida fingida que encarnan en un escenario o en una pantalla. «El consumidor real se torna un consumidor de ilusiones». Esta lúcida observación sería más que confirmada en los años posteriores a la publicación de su libro”).
Lejos de parecerme contradictorio que un liberal como Vargas Llosa tenga este acercamiento con un pensador marxista como Debord (en otra parte señala las obvias diferencias con él) me parece sumamente alentador para el debate y la crítica de estos temas.
Al fin y al cabo, por vías distintas, Debord y Vargas Llosa llegan a describir una sociedad que hace posible que el espectáculo se sobreponga a la cultura en todos los terrenos. Y de ese avasallamiento surge lo light como lo dominante. El cero esfuerzo intelectivo, la recepción pasiva de un sinnúmero de productos llamados artísticos y culturales con los que se nos atiborra cotidianamente y entre los que nada sobresale lo suficiente como para sobrevivir más allá de una breve temporada.
“La literatura light, como el cine light y el arte light —escribe Vargas Llosa—, da la impresión cómoda al lector y al espectador de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con un mínimo esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción”.
Para quienes hemos seguido como lectores al autor de Conversación en la Catedral, es claro que estas preocupaciones, muy suyas, han ido en aumento. Su defensa de la alta cultura versus lo que él define como el espectáculo dominante es notable en el curso de los últimos años, a través precisamente de las piezas —periodísticas unas, propiamente ensayísticas otras— reunidas en su libro.
Se puede estar o no de acuerdo con Vargas Llosa en su demoledora crítica de la literatura light, la farsa de una parte del arte contemporáneo o el declive del intelectual en el ámbito crítico, pero es indiscutible que hoy más que nunca hace falta llamar la atención sobre estos temas. Él lo hace con rigor e incluso con la valentía que se precisa en estos tiempos para decir: señores, además de la basura televisiva, abundante, invasiva, estamos consumiendo otras formas de entretenimiento banal en forma de buena literatura, de best sellers con tramas concebidas desde la mayor pobreza de ideas; estamos aceptando como arte descabelladas y grotescas creaciones amparadas en lo conceptual; estamos perdiendo en el ámbito periodístico e intelectual altitud y sentido crítico…
No encuentro en su diagnóstico nada falso, pero quizás son cuestionables algunas de sus conclusiones, resultado en parte de eso que Gilles Lipovetski le señaló en Madrid hace unos días en un diálogo que sostuvieron con motivo de la aparición del libro del escritor peruano (y que reseñó para estas páginas Jesús Alejo): “tengo menos fe que usted en la alta cultura, sobre todo cuando Óscar Wilde pasó 20 años de su vida en prisión, y recuerdo también que la nación más cultivada antes de la guerra era la alemana. La alta cultura no ha protegido a las personas de la barbarie”.
Pero de ello, por razones irremediables de espacio, tendré que hablar en mi próximo artículo.

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