Laberinto
Precisaré mis improperios contra el ensayo de estilizada nadería.
Cima de este sub-género en México es Manual del distraído de Alejandro Rossi; obra de culto (con todo y velas), summínima del decoro en prosa y verídico manual del escritor distraído, aquel para quien el asunto es pre-texto para pulir parrafística.
Manual del distraído es el límite entre el ensayo con argumento y al que le da tos tener tesis. El ensayo a punto de renunciar a la idea.
Rossi coronó la distracción. El ensayo como mesurada escolta del estilo literario. Textura que rechaza ciencia y máxima; tratado y ponencia. ¿Su alternativa?
El ensayo Capulina: “No lo sé, puede ser, a lo mejor, tal vez, quién sabe”.
Indudablemente Rossi proviene de la escuela de la duda. ¿Pero ha tenido Hispanoamérica algo más que Montaignes?
Rossi admiraba a Ortega (filosofía más estilo) pero Rossi no hizo sino ensayos de ocasión, detallismo. No era escritor sino tipógrafo.
Prosa para el paladar, Rossi continúo el periodismo ilustrado y se opuso a la filosofía profesoril, a propósito de trabajar en la UNAM; gustaba de Borges por combatir el “manierismo o al barroco vacuo… prosa enorme para no decir nada”. Quo vadis Quevedo.
Lo tragicómico es que su Manual hoy sirve como base al mito mexicano de que la página perfecta es la página vacía. Al no llegar a ella, se propagó el ensayo como nadería.
Escritura como pantomima. El libro como café literario y el escritor como el gran distraído, cuyo pazeo consiste —para no oponerse al PRI o a Octavio— en salir por la tangente.
Amar la minucia y sazonar viñetas.
El escritor distraído, para dar la espalda al caos social, engalana páginas. Sus ensayos son apolíticos, mesurados, gráciles. (Asco del panfleto sesentayochero.) El “gran” ensayo mexicano se escribe contra la Masa y las Noticias.
Ortega quedó desgarrado cuando Heidegger demostró que sólo sin literaturismo se podía escribir Ser y tiempo. Pero el ideal de Rossi —la “filosofía desenfrenada”— jamás se asomó en su obra. Manual del distraído tiene límites claros: límpidos.
Rossi se escandalizaba de que la crisis social del mundo hispánico no hubiese conducido a un gran libro teórico. Pero no se percató que su prosística era un antídoto contra esa urgencia.
Su obra sustentó al ensayo como amenidad de pocos. Fue parte de la decisión de que la prosa nacional no reflejara el desorden. La guerra sucia.
El ensayo como táctica para apartarse de… eso, los años concretos, tan imprecisos. Finge vivir en la marginalia libresca, monsieur distraído. Juega al despistado. Para no dar testimonio de la callejera crisis.
Régimen autoritario busca Escritor distractor: el orden bello, preclaro, de tu texto niega el cochino desmadre social. Rossi mata Revueltas.
El gobierno de Díaz Ordaz limpió la Plaza Vuelta, la prosa.
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