Laberinto
En su columna pasada aquí en Laberinto, Magali Tercero, a propósito del vínculo entre narco y arte en México, citó a Katnira Bello:
“El boom [del arte] en Tijuana se le debe al narco pero no por los mecenas o compradores; sino porque al convertir estas zonas en focos de violencia insólitamente transformaron la escena artística del norte en bastión de resistencia que se convirtió —muy pronto— en meca turística para curadores y artistas... Ser artista de Tijuana significa ser aguerrido, contracultural y de moda... muchas veces independientemente de las propuestas”.
Con todo respeto, Bello no sabe de qué habla.
Fueron otros factores los que provocaron interés de medios, academia e instituciones en el arte fronterizo finisecular: migración, cruce e hibridación.
El narco era otro flujo entre tantos.
En los 90 no fue “la violencia del narco” la que posicionó a Tijuana sino su vida urbana. Revísense exhibiciones, obras, textos, archivos. La violencia estalló después y más bien detuvo algunas de esas dinámicas.
Otro eje del arte fronterizo fue la urbe misma. El arte fronterizo partió del reciclaje, ensamblaje, espacio público y Tijuana como mitología nocturna y laboratorio mixto.
El narco no generó el boom de Tijuana. Tijuana generó al narco. Y al arte fronterizo.
Fue la ciudad la que nos generó a todos nosotros.
Vivir junto a California hizo que una ciudad entera tuviera toda clase de ideas.
Unos se hicieron narcos. Otros, artistas urbanos. Y todos queríamos pasarnos de la raya.
El arte, por ejemplo, saltó fronteras disciplinarias; libros, música y arte visual se hicieron por un mismo grupo de sujetos, intercambios y fiestas; una misma tribu urbana.
La idea de “Tijuana” como heterópolis unificó a esa producción artística. Esta identidad resistente y utópica originó al movimiento estético fronterizo.
Todos reciclábamos, mezclábamos lo mexicano, lo gringo, lo local y lo global; reimaginamos al norte y abandonamos el canon del centro, para construir nuestro propio imaginario fronterizo.
No nos identificábamos con México como nación, ontología o “Historia”, sino con Tijuana como ciudad, crónica y forma de vida.
Nos llamaron regionalistas. Nosotros nos llamábamos fronterizos.
Así que cuando alguien declara que literatura, arte o música electrónica tijuanense fueron originados por la narcoviolencia no sólo da risa, sino que ignora un proceso histórico, mutante, que lleva más de un siglo.
Fueron los carriles de ida y vuelta de California, una avenida turística (ya muerta) y una extrema zona de tolerancia.
Fue el sueño de no pertenecer a México lo que originó al arte fronterizo. El sexo entre culturas, drogas y cerveza 2 x 1. Fueron los barrios, bares y maquilas. Las calles.
Lo que originó la estética fronteriza fue la noche de Tijuana.
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