Laberinto
Santiago Gamboa
La novela negra es una de las expresiones más interesantes de la novela contemporánea, qué duda cabe, y por eso alguien como el sueco Henning Mankell, muerto este lunes a los 67 años —edad en la que ya no es normal morir—, merece ser recordado y probablemente celebrado. Para ubicar su obra vale la pena hacer un rápido recuento de la novela negra. El género comienza en abril de 1841, con la publicación de Los crímenes de la rue Morgue, de Edgar Allan Poe en la revista Graham’s Magazine de Filadelfia. A partir de ahí seguirían otros cuentos detectivescos de Poe que darían pie a la novela inglesa de detectives, con Conan Doyle y Agatha Christie, a los que vino a sumarse el belga Georges Simenon, una gran influencia para Henning Mankell. En esta tradición, la novela negra es un enigma que desafía la inteligencia de un hombre brillante y aristocrático: el detective. Este es el formato de Sherlock Holmes, Hercules Poirot y el inspector Maigret. Las novelas transcurren en ambientes elegantes. Se busca el crimen perfecto y ciertos espíritus nobles consideran el asesinato como una de las bellas artes.
Al llegar a Estados Unidos la novela negra se desclasa y baja de categoría social. Los criminales son escorias de barriada, jefes de bandas, estafadores y secuestradores que extorsionan y trafican con alcohol o drogas. Los detectives también bajan su perfil y ahora son solitarios, alcohólicos y depresivos. Es el caso de Philip Marlowe en las novelas de Raymond Chandler, o de Sam Spade, el de Dashiell Hammet. La novela es un tratado sociológico sobre las ciudades. Este es el formato que llega a América Latina y España: la novela sociológica urbana que retrata su psique atormentada a través de los crímenes, pero le agrega el compromiso político de los años setenta y ochenta del pasado siglo. Está el mexicano Paco Ignacio Taibo II, creador del “neo policial latinoamericano”, y Manuel Vázquez Montalbán, mostrando los retruécanos de la realidad en la España pre y post franquista. Más adelante surgirá Leonardo Padura, en Cuba, con un detective semi alcohólico, Mario Conde, que sueña con ser escritor y lucha contra la corrupción.
La novela negra sueca o nórdica de la que Mankell fue abanderado se parece a esta última, aunque un poco más globalizada: por un lado muestra las desgracias de una sociedad que el resto del mundo veía como perfecta, la nórdica, a través de la ciudad de Ystad, donde transcurren las novelas de Kurt Wallander, pero también se va a controversias más universales y de rabiosa actualidad como el imperialismo chino en África, la situación de los inmigrantes en Europa o la causa a favor de Palestina. Mankell quiso hacer un poco mejor el mundo a través de sus denuncias literarias, pero también con un compromiso personal y una coherencia que son ejemplo para sus colegas y lectores. Por eso desde esta lejana —para él— esquina del mundo le decimos: “Descanse en paz, maestro”.
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