sábado, 24 de diciembre de 2011

Snobismo (instrucciones de uso)

25/Diciembre/2011
Milenio
Ariel González Jiménez

Durante mucho tiempo, aunque debo decir (para protegerme de algunos reproches) que de muy joven, cuidaba de no acudir a libros que estaban en la boca de todos. Despreciaba un porcentaje importante de las novedades porque suponía que se trataba de libros que, siendo del momento y gozando con frecuencia de una publicidad para mí desproporcionada, no podían ofrecer cosas profundas o realmente trascendentes.

De algún modo, apelaba a las consecuencias de una máxima de Wilde: “Cuando la gente piensa como yo siempre siento que debo estar equivocado”. Esta actitud, fascinante para mí entonces, me obligaba a acercarme al gusto y formas de pensar de las minorías (discursos que a veces, ahora que lo pienso, se ocupaban paradójicamente de las mayorías: ideas cultivadas por muy pocos, como el comunismo, dedicadas a la conducción de las masas).

Pero no sólo en política. También desde luego en materia de arte y literatura resultaba un imperativo alejarme de los gustos predominantes en los círculos donde me desenvolvía.

Por supuesto, con el tiempo descubrí que uno puede tomar partido por la mayoría sin estar (o sentirse) equivocado, lo mismo que cultivar algún principio elitista o muy sofisticado y estar claramente de cabeza. Las filas de la razón no dependen de su número de adeptos.

Sin embargo, no dejan de atraerme (como a mucha gente, legiones en realidad) todas las cosas que se presentan como únicas y exclusivas. Así que para los lectores de Filias, el suplemento del que participé en la pasada Feria del libro de Guadalajara, comenté y recomendé más o menos lo que sigue, a manera de breve instructivo:

Si usted no se cree con el suficiente hígado para sufrir otra decepción como lector, tiene que acercarse —sin ningún género de consideración sentimental hacia los “poco conocidos”, los genios ocultos en las pequeñas trincheras editoriales o los cuasi marginales— a los autores probados, exitosos y reconocidos. Nada de aventurarse con autores recién llegados o pretendidamente novísimos (que luego resultan jóvenes promesas bastante mayorcitos o profesionales de las becas con piel de poetambres).

Ahora bien, si desde su perspectiva las filas de los consagrados no dan tampoco más de sí (porque a fin de cuentas la exprimidora de talento de las grandes editoriales termina pronto su trabajo y sólo resta sostener los productos literarios con grandes pautas publicitarias), entonces es posible que usted necesite urgentemente un viraje en sus preferencias literarias.

En tal caso, el giro puede consistir en un acercamiento a las literaturas minoritarias y exquisitas. Deje atrás a los autores de moda y sus interminables actos de promoción que se parecen cada vez más a los realizados por los personajes del espectáculo. Ingrese sin temores al selecto clan de los happy few que conocen a los más sofisticas y originales autores, las obras más renovadoras, audaces y vanguardistas.

Ésas son las verdaderas cofradías, no las que presumen de leer a escritores millonarios en todos los sentidos (ellos y sus ventas). Conviértase al esnobismo, aunque éste pueda ser entendido como lo vio el magnífico Olivier de Magny, es decir: “Un conjunto de prejuicios que un grupo de personas convierte en estrategia para que el resto de los humanos se sienta eternamente y en todo, carente de elegancia”.

Para alcanzar esta cumbre del elitismo, qué mejor que un diccionario sobre el tema; y qué mejor búsqueda que la de esos autores y obras que, de seguro, andan por ahí, aunque obviamente no en las torres de libros del momento con las que los libreros reciben a los visitantes incautos.

Lo recomendable, en primer lugar, es hacerse del Diccionario de literatura para snobs, de Fabrice Gaignault, obra que alcanzó este 2011 su segunda reedición a cargo de la editorial Impedimenta. Ya con él en la mano, ponga a prueba a los libreros y acérquese a los más delicados manjares literarios que sólo han degustado unos pocos.

Será como procurarse las mejores viandas para esta Navidad degustando textos de Hélène Besete, Nick Tosches, Maurice Sachs, Brion Gysin o Dominique Aury, para mencionar unos cuantos raros y exquisitos que Gaignault ha seleccionado para nutrir el mejor esnobismo que puede existir, el de las letras.

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