jueves, 29 de diciembre de 2011

La Librería Madero cierra un ciclo y cambia de sede

29/Diciembre/2011
El Universal
Alejandra Hernández

En los últimos 20 años, don Enrique Fuentes Castilla ha animado la Librería Madero. A lo largo de ese tiempo, no sólo ha recomendado y conseguido títulos a sus clientes, también ha conservado y reparado libros antiguos y usados. Una labor que en 2012 ya no llevará a cabo en el número 12 de la calle Madero del Centro Histórico de la ciudad de México, pues la emblemática librería abandonará la que fuera sede de tertulias de refugiados españoles e intelectuales mexicanos.

Desde su creación en 1951 y hasta ahora, la Librería Madero ha sido un recinto en el que se rinde culto a la palabra impresa. Entre sus estantes, que alojan una cuidadosa selección de libros sobre temas y autores mexicanos, se han reunido importantes personajes del arte y la cultura, como el poeta León Felipe y la escritora Margarita Nelken. Su fundador, don Tomás Espresate, refugiado español que llegó a México en 1939, es en sí mismo una figura en el mundo cultural mexicano, pues no sólo animó esa librería a lo largo de muchos años, también apoyó la creación de Era, editorial cuya inicial esconde su apellido o, más bien, el apellido de su hija, Neus Espresate, capitana de Era.

Es José María Espinasa, hijo de un refugiado español, quien refiere el contexto en el que se creó la Librería Madero: “Como sabemos, el exilio español tuvo una enorme importancia en el mundo editorial mexicano. Los refugiados fundaron editoriales, colaboraron en el Fondo de Cultura Económica… Pero también tuvo gran importancia, tal vez menos presente ahora, en el mundo de las librerías: crearon la Librería de Cristal, la Librería Cide, la Librería Madero…”

Después de don Tomás Espresate, la catalana Ana María Cama fue quien se encargó de animar ese emblemático establecimiento. Desde hace 20 años, Fuentes Castilla es quien da vida a ese espacio y a quien le ha tocado enfrentar una de las situaciones más difíciles en la historia de la librería: su cambio de sede.

Para quienes frecuentaban el establecimiento ubicado en el número 12 de la calle Madero, como los escritores Vicente Quirarte y José María Espinasa, es una pena que la librería se mude. Espinasa comentó que lamenta la pérdida de ese punto geográfico, “una avenida que va de Bellas Artes al Zócalo, que es referencia para todo el que conoce la ciudad”.

Don Enrique, sin embargo, se muestra sereno y dice que la librería, su librería, no muere, pues sólo se alojará en otro espacio (en Isabel La Católica esquina San Jerónimo, en contraesquina del Claustro de Sor Juana), mas no cerrará. El librero prefiere no abundar en ese cambio, sólo dice que se irá porque, en efecto, hay problemas. Al parecer se trata de un significativo aumento en la renta.

Como don Enrique no ofreció detalles sobre algún apoyo de las autoridades, se intentó comunicación con Inti Muñoz Santini, director general del Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México -cuyo cometido es gestionar ante particulares y autoridades competentes la ejecución de acciones, obras y servicios que propicien la recuperación, protección y conservación del Centro Histórico-, pero no hubo respuesta.

Juguetería para el amante de México

El escritor Vicente Quirarte, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, refiere su relación con la librería que este 2011 llegó al medio siglo: “No hubiera podido escribir mi libro Elogio de la calle. Una biografía literaria de la ciudad de México sin la ayuda de la Librería Madero y su capitán Enrique Fuentes. Como estudiante de doctorado, tuve siempre su ayuda y su generosidad, su comprensión para pagar al precio que yo podía los libros que necesitaba. Cuando tuve el privilegio de ocupar la dirección de la Biblioteca Nacional, las cosas no cambiaron: Enrique Fuentes nos consiguió rarezas que faltaban en el catálogo de la bibliografía nacional, siempre al precio justo. Esa ética del librero es en él paradigmática. Cuando le he solicitado un libro difícil, me comunica que lo obtuvo, pero que el precio no era justo, y por lo tanto, no quiso conseguírmelo”.

Con gran precisión, el autor de Morir todos los días describe también el valor de la Librería Madero en el entorno cultural del Distrito Federal: “Es de las escasas librerías en la ciudad de México, una verdadera librería porque en ella se encuentran tanto rarezas bibliográficas como libros nuevos, centrados en temas mexicano. Es un hospital de libros, un refugio para el bibliófilo, una juguetería para el amante de México”.

Como señala Quirarte, los libros que conforman el catálogo de la Librería Madero pertenecen principalmente a autores y asuntos mexicanos. En ella, además, sostiene su sitio electrónico, “se compaginan sabiamente libros antiguos y modernos, principalmente de autores y asuntos mexicanos. Pueden encontrarse ejemplares raros y curiosos de los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX, XX y XXI. Es una librería no de texto, no de viejo, no general, no técnica, sí de historia de libro antiguo, usado, pero bien conservado, dignificado por la reparación y cuidadosamente seleccionado, libro de circulación actual pero con una selección apropiada, en función de ciertos temas alrededor de México”.

La relación con los compradores

El poeta y ensayista José María Espinasa dice sobre la Librería Madero: “Su ventaja es que uno sabe que puede encontrar ahí no los libros de novedad, no los de oferta, sino los que busca: una joya bibliográfica publicada hace 50 o 60 años, o el libro de un poeta importante publicado hace tres o cuatro. Además, esa librería no se deja llevar por el negocio inmediato; fue concebida como una librería, no como un supermercado”.

A ojos de Espinasa, esa concepción es la que ha permitido que se mantenga una relación cercana entre el propietario y el comprador.

“La Librería Madero cuenta con las características propias de un establecimiento de hace 30 o 40 años. Cuando la persona que atendía sabía lo que tenía, podía establecer una relación con los compradores; una manera de relacionarse con el libro en vías de extinción. Por eso, en ocasiones, uno ni siquiera iba buscando algo preciso. Más bien pensaba en qué encontraría, en qué recomendaría el librero, o a quien se encontraría”.

Esta última expectación nacía porque, como también comenta Espinasa, la Librería Madero ha sido un lugar de reunión. Ahí, dice, uno se encuentra con amigos sin haberse citado, o mantiene conversaciones con desconocidos sobre algún libro.

Enrique Fuentes espera que en enero ya haya concluido el cambio de sede, aunque son muchas cajas las que deben trasladar.

La librería ya no estará ubicada en la calle que le dio su nombre, pero, tal vez, en su nueva sede seguirá resguardando historias de amantes de la palabra impresa.



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