sábado, 24 de diciembre de 2011

Productos indeseables

25/Diciembre/2011
Laberinto
Armando González Torres

La censura es un fenómeno con mala prensa, desacreditada en general, pero vigente. Su eventual utilización en una sociedad moderna estaría estrictamente restringida y tendría como objetivo proteger libertades y derechos, más que valores políticos, morales o religiosos. Sin embargo, la censura tiene fronteras muy porosas y muy frecuentemente se orienta a la persecución de algo considerado indeseable, confundiendo en ello categorías como lo inadmisible en lo jurídico, lo sedicioso en lo político, lo desagradable en lo moral y lo blasfemo en lo religioso. J.M. Coetzee en Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar (Debate, 2007) dice que la censura está gobernada por el ambiguo concepto de lo “indeseable” y responde a esa amenaza induciendo por la fuerza un anti-deseo activo hacia determinado acto o producto. Debido a que la literatura (la buena) utiliza el instrumento social de la palabra con una lógica ajena a la mera comunicación de mensajes, se convierte en un espacio donde pueden surgir numerosos productos indeseables. En su libro, Coetzee trata diversos casos de censura hacia productos indeseables de la literatura (desde el proceso judicial contra D.H. Lawrence debido a la publicación de El amante de Lady Chatterley hasta los fenómenos de coerción a escritores disidentes en la Unión Soviética para que alabaran al tirano, la persecución y vigilancia de autores en Sudáfrica o el debate sobre si debe prohibirse o no la pornografía). La lectura de este mosaico de dramas humanos y razonamientos deslumbrantes de Coetzee corrobora que no es aceptable que haya censura en el arte, aunque eso no debe llevar a ignorar la rentabilidad contemporánea de la provocación y el usufructo estúpido y ominoso que algunos artistas hacen de libertades duramente ganadas a través de siglos de lucha.

La censura, entonces, debe observarse con recelo, pues en ella pueden involucrarse la defensa de derechos legítimos, pero también pasiones punitivas, egos inseguros, pieles demasiado sensibles a la crítica y hasta miedos sexuales. De modo que si, en ciertos casos, la censura debería ser un reflejo jurídico para proteger garantías, a menudo este acto esconde una propensión a ofenderse, es decir, una reacción que implica la poca capacidad de una institución o una persona para dudar de sí misma y, por ende, la poca fortaleza de sus argumentos. Subsisten hoy diversas censuras: la del Estado, que se supone está regulada en la ley; la del mercado, que es implícita y por lo tanto más indetectable y peligrosa, y la nueva e inquietante censura (a balas) de la delincuencia organizada, que tanto acecha al periodismo. Para los artistas, creo que hay pocos tabúes que derribar y la figura mítica de la censura sería una especie de momia a la que, para algunos vividores, todavía resulta conveniente darle golpes; sin embargo, la censura más poderosa sigue siendo la censura interior, esa que nace de la inclinación medrosa, complaciente o cortesana de uno mismo.

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