sábado, 24 de diciembre de 2011

El tiempo que te quede libre

25/Diciembre/2011
Laberinto
David Toscana

Hoy día la excusa más utilizada para no leer es “no tengo tiempo”. Un hombre de negocios lo dirá hasta con orgullo: “No tengo tiempo para esas cosas”. Un político: “Los ciudadanos me eligieron para servirles, no para leer”. Un ama de casa: “¿A qué horas, mi rey? Si la telenovela ya va a comenzar”.

Los estudiantes no leen Don Quijote, ni La Odisea, ni La Ilíada, ni otros clásicos. No, señor, no hay tiempo. Apenas hay que darles un resumen, o libritos de pocas páginas. Benditos esos compendios que resumen las obras en media página. Las batallas en el desierto es un buen libro, pero nos gusta por breve, no por bueno.

La cumbre de la estupidez fue una maestra de mi hija. Para hacer mejor uso del tiempo, en clase de literatura los puso a leer el libro de historia. “Porque así leen y aprenden”, les dijo.

Eso sí, a los chicos les contamos las palabras que leen por minuto. Quizás un día se conviertan en locutores descabezados.

Me intriga saber qué le pasó al tiempo. ¿Por qué se ha vuelto escaso? ¿Corre más veloz que antes?

En el año 1905, allá cuando Einstein nos reveló que el tiempo era cosa relativa, la expectativa de vida en México no llegaba a los veintiséis años. Sólo entre un diez y quince por ciento de la población sobrepasaba los 65 años.

En nuestro siglo, esas cantidades se han triplicado. O, dicho de otro modo, tenemos tres veces más vida para no tener tiempo.

Mi bisabuelo montaba a caballo para viajar de Monterrey al De Efe. Supongo que podían ser hasta diez días de camino. Hoy, en el mismo trayecto por avión, nos enfurecemos si el vuelo se retrasa una hora.

La semana pasada volé de Varsovia a Sao Paulo. Fue un trayecto de quince horas. Cuando llegué, me trataron como a un héroe de guerra. ¿Desde allá? Has de venir agotado. Vamos a llevarte a tu hotel para que reposes. En 1502 no habrán tratado a Américo Vespucio con tanta lisonja cuando llegó a Río de Janeiro.

Además, ¿alguien supone que viajo al otro lado del mundo para meterme en un cuarto de hotel?

En las ciudades se construyen vías rápidas. Tenemos comida rápida. Cargamos con dispositivos electrónicos que nos hacen “aprovechar el tiempo”.

Pero seguimos sin tener tiempo. Y si por ahí nos queda un residuo, siempre podremos desecharlo con un pasatiempo.

A Sao Paulo fui para un congreso de literatura. En la mesa dedicada a los medios digitales, un académico proyectó en la pantalla tres insufribles minutos de un código QR que cambiaba a gran velocidad. Al final dijo con sumo orgullo: “Acaban ustedes de leer La divina comedia”.

Para mí fueron los tres minutos más aburridos de mi vida. Un crítico brasileño lo dijo mejor: “Sólo estoy seguro de que en esos tres minutos no leí La divina comedia”.

En fin, la vida es más larga y sencilla que nunca. Si nos falta tiempo es porque se derrocha todo lo que se tiene en abundancia.

La próxima vez que alguien me diga que no tiene tiempo para leer, recurriré a esa franqueza regiomontana que la gente dice gustar, aunque lo cierto es que la detesta: “Tiempo te sobra, güey. Lo que te falta es cabeza”.

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