lunes, 8 de noviembre de 2010

La patria y otras novelas

8/Noviembre/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

En su Libro del desasosiego, ese autor inspirado por la gracia de la constante desaparición que es Fernando Pessoa ha escrito un párrafo que desanima y conmueve a un tiempo (en este libro los límites del desorden son exactos porque no se les mira y cada nueva avalancha de palabras líricas reproduce el desorden sin saber cuando va a terminar). Aquí va el párrafo: “...y un profundo y tedioso desdén por todos cuantos trabajan en pro de la humanidad, por todos cuantos se baten por la patria y dan su vida para que la civilización continúe... un desdén lleno de tedio por ellos, que desconocen que la única realidad para cada uno es su propia alma, y el resto -el mundo exterior y los otros- una pesadilla antiestética, como un resultado en los sueños de una indigestión de espíritu”. Así termina esta minúscula puerta hacia la nada que el portugués abre de la misma forma que yo podría decir “las sardinas no son asunto que me competa mientras una lámpara brille a la hora de escribir”. Basta poner atención en las noticias para que uno se sienta profundamente avergonzado por su interés en la humanidad, es una vergüenza que permanece y se acrecienta conforme pasan los días.

Cuando lo concreto de la vida se transmite con palabras que no se ordenan nada más a partir de un método o de un propósito que puede cumplirse, sino que se suman unas a otras en el desorden de la sensibilidad es cuando se despierta la complicidad con el espíritu que, por demás, nadie sabe qué cosa es (excepto los alemanes). Entonces la simpatía con el mundo que nos contiene se establece. Se pone en marcha lo que sucede a la sorpresa de estar vivos y al enigma de ser algo en vez de ser nada. Ese mundo no es un objeto, como lo sabemos desde hace tiempo, un objeto que los sujetos estudian y conocen a partir de percepciones y razonamientos, más bien es el complemento de lo que somos y que intentamos conocer. El objeto somos parcialmente nosotros y esa relación nos contiene, nos desborda y nos intriga. Y cuando en la novela el escritor describe el mundo que afecta sus sentidos lo describe y dibuja desde su propia mirada (la mirada atenta) y espera que de algún modo sea también el de sus lectores, o al menos que sea similar, conveniente. Y aunque el desacuerdo y la incomprensión están latentes entre escritores y lectores lo que importa en literatura es poner en palabras provenientes del caos lo que puede haber de común entre los hombres, aún sea su propio desacuerdo. “Porque yo soy del tamaño de lo que veo / Y no del tamaño de mi estatura”, se lee en El libro del desasosiego. Nuestros sentidos son del tamaño del mundo que perciben.

No tengo patria, sino recuerdos y estos recuerdos se precipitan en una caída que de tan constante se congela. Aceptar que uno es parte de una patria no es sencillo para quienes nos proponemos creer en una libertad de dimensiones casi fantásticas: los límites de una patria se nos imponen como la montaña que aparece cuando marchan las nubes. De pronto aparece de la nada un hombre solemne e interesado que se acerca y nos dice: “nosotros pertenecemos a esa montaña y debemos obedecer las leyes que hemos heredado de quienes la veneran”. Las normas, actas de nacimiento, cartillas o demás documentos que desde nuestro nacimiento demuestran nuestra pertenencia a un orden civil; la lengua materna o la cultura que nos envuelven como un segundo vientre aún más definitivo. Todo lo anterior no es parte de nuestra elección. En cierto momento un individuo puede rebelarse ante estas inevitables herencias. Y se pregunta qué puede hacer él por propia mano después de no haber decidido absolutamente nada del pasado que le ha precedido. Se construyen casas o monumentos encima de ciudades que edificaron otras manos y se crea a partir de lo creado: nada comienza excepto quizás la inspiración y la fe de una persona en una vida singular e inédita: el anciano impulso de ser algo en vez de nada. La lectura y el aprecio por el arte es lo que forma una patria verdadera, las novelas o las obras de arte son la geografía de la sensibilidad humana. Lo demás, el país incluso, no nos pertenece.

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