domingo, 14 de noviembre de 2010

La herencia del poeta

14/Noviembre/2010
Jornada Semanal
Neftalí Coria

Cuando muere un poeta, el mundo ha perdido una luz más. Ha muerto Alí Chumacero (Acaponeta, Nayarit, 1918-México, DF, 2010) y la poesía mexicana pierde a un hombre luminoso, en este momento en que mucho nos falta la luz y la lucidez de los hombres en este país en quiebra humana y tempestades. Quedan sus palabras y, para nuestra fortuna, no precisamente en reposo. Lector profundo de la música del alba y de los acantilados de la sonoridad que va por la vida del poeta, como la misma sangre. Poeta del acierto y la mejor armonía de cada verso que nos entregó en su breve legado. Versos dueños de la exactitud, versos como el dardo que acierta y da en el blanco del ojo que lo mira, fueron los poemas que escribió.

Queda su herencia y mucho es el patrimonio que nos hereda en concisos poemas, en su testimonio como observador y crítico de la literatura mexicana y el arte, en su reconocible trabajo editorial que mucho se le debe agradecer, porque fue editor, corrector, redactor, figura central en la historia del Fondo de Cultura Económica.

La obra poética de Alí Chumacero es la equivalente a la obra narrativa de Juan Rulfo. Breve y sustancial, impecable y reveladora de una poética que ya es el rostro de la historia del siglo XX. Hermosa y delirante como sabemos bien que es la savia del tiempo que a los dos les tocó vivir. Su apego al mundo puede compararse, dado que la sensibilidad tenía un mapa de exploración que les hacía coincidir y en el que ambos mexicanos nacidos en la misma región del país pudieron construir su obra con ciertos momentos en que tienen una evidente relación, además de ser obras breves ambas.

Muy poco se puede decir del poeta nayarita, además de lo que ya se sabe. Su generosidad con los jóvenes poetas y su paciencia para conversar con los aprendices de la poesía. De un humor incontenible y de una ingeniosa manera de reírse de la vida. Hugo Gutiérrez Vega, mientras lo entrevistaban el día de la muerte de Alí, reclamaba que no hubiera cumplido su promesa de vivir doscientos años y que aquel postrer día de su cumpleaños de dos siglos, moriría a manos de un marido celoso. Ingenioso y mordaz, alegre lo vimos conversar con un grupo de jóvenes en sus memorables visitas a la ciudad de Morelia. Conversador incansable, lo recuerdo en el restaurante Las Mercedes en una cena los días de su homenaje que en estas tierras le hiciéramos a principios de los noventa. Una mesa alegre y rebosante de whisky hasta convertirnos en los últimos comensales aquella noche memorable.

La herencia de un poeta está en sus poemas que le sobreviven, pero también en los momentos en los que éste permite a los demás compartir los puntos de vista de la vida y abre las puertas para que otros puedan ser testigos de su diálogo con el mundo. Muchos de mi generación tuvimos la suerte y el privilegio de compartir la conversación y el humor prodigioso de Alí, y allí está una herencia más que recibimos y debemos abonar a su legado. La gratitud de muchos es grande con Alí Chumacero. Sus anécdotas, su sabia alegría, su aguda mirada ante la poesía, son también parte de ese legado que hemos de atesorar en su honor. Pero su verdadera herencia está en las palabras que deja en las páginas de nuestra historia y que se quedan como música en el aire del presente y siguen su marcha en este tiempo de augustas tempestades.

La obra poética Alí Chumacero, breve como lo es, tiene su mayor significado en el aliento poderosísimo y en la música perfecta que su composición contiene. Me atrevo a decir que su poema “Responso del peregrino” es uno de los poemas dueño de la más hermosa musicalidad de la poesía mexicana, tan alto como la mejor música del sonoro Ramón López Velarde. Marco Antonio Campos, en su revisión de este poema, así lo confirma.

Un poeta de pocos poemas tumultuosos, del más alto sudor de la creación poética. La luz hoy ha quedado huérfana sin Alí Chumacero.

No hay comentarios: